El Papa visita a Edith Bruck, sobreviviente de Auschwitz
Edith Bruck ,nacida como Edith Steinschreiber pertenece a una humilde familia judía húngara. Su familia era numerosa y vivía en Tiszabercel (Tiszakarád), pueblo cercano a Ucrania. Tardíamente, en 1944, fue deportada a Auschwitz con sus padres, sus dos hermanos y una de sus hermanas, Elizabeth. Sobrevivieron Edith, su hermana y un hermano. Pasaron de Auschwitz a Dachau, Christianstadt, y Bergen-Belsen; allí fueron liberadas por los aliados en 1945.
Luego del horror vivido, que la lleva por varios lugares y países, se casa y se divorcia 3 veces. En busca de su lugar y su destino, abandona Israel con la idea de buscar en Argentina a una hermana exiliada. De hecho, viaja por varios países europeos; trabaja de bailarina, ayudante de un sastre, modelo, cocinera y directora de un salón de belleza.
En 1954 se establece en Italia, donde conoce a Eugenio Montale, Giuseppe Ungaretti, Mario Luzi, y se hace amiga de Primo Levi, quien la invita a escribir sus recuerdos del genocidio.
Con casi noventa años, vive en Roma desde hace mucho tiempo. En enero de éste año, L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano, la entrevistó con motivo del Día de la Memoria. Francisco quedó impresionado por su testimonio y hoy decidió ir a conocerla a su casa en el centro de Roma.
“He venido aquí, a su casa, para agradecerle su testimonio y rendir homenaje al pueblo martirizado por la locura del populismo nazi”, dijo el Papa tras el encuentro. Repito con sinceridad las palabras que pronuncié desde el fondo de mi corazón en Yad Vashem, y que repito ante cada persona que, como ella, ha sufrido tanto por ello: “Perdóname, Señor, en nombre de la humanidad”. El encuentro también contaba con la presencia del Director del Periódico y así transmitieron el sentimiento.
Edith Bruck dedicó su vida a dar testimonio de lo que vio. La última voz que recogió en el campo de concentración de Bergen-Belsen fue de dos desconocidos, quienes le pidieron que lo hiciera: “Cuéntalo, no te creerán, pero si sobrevives, cuéntalo, incluso por nosotros”. Y cumplió su promesa. Lo que llama la atención, al leer los episodios descritos en la entrevista, es la mirada de esperanza que Edith consigue transmitir. Incluso cuando relata los momentos más oscuros, el abismo de horror en el que ella, de niña, se vio sumida, perdiendo a gran parte de su familia, no deja de fijar su mirada en algo bello y bueno, en algún atisbo de humanidad que le permitió seguir viviendo y esperando.
Así, al describir la vida en el gueto después de haber sido arrancada junto con sus padres y hermanos de la casa del pueblo rural donde vivía, cuenta que un hombre no hebreo regaló una carreta de víveres para ayudar a los perseguidos. Mientras cuenta su época de trabajo en Dachau cavando trincheras, recuerda que un soldado alemán le tiró su cazo para lavar, “pero en el fondo había dejado un poco de mermelada para mí”. Y mientras describía su trabajo en las cocinas para los oficiales, apareció la figura de la cocinera, que le preguntó cómo se llamaba y al oír la respuesta de Edith, con voz temblorosa, le contestó: “Tengo una niña de tu edad”. Al decir esto, “sacó un peine de su bolsillo y mirando mi cabeza con el pelo recién crecido me lo dio. Fue la sensación de encontrar un ser humano frente a mí después de tanto tiempo. Me conmovió ese gesto que era vida y esperanza”. Unos pocos gestos bastan para salvar el mundo, concluye Edith Bruck, que hoy ha recibido en su casa al Obispo de Roma que ha venido a conocerla. La entrevista fue publicada en el periódico del Vaticano.
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