Estados Unidos y China perdieron la brújula
En el futuro cercano se sabrá si las dos mayores potencias del planeta pudieron recordar la diferencia entre liderazgo y matoneo. Resultaría inapropiado imaginar que el verdadero objetivo de la primera reunión ministerial realizada en Anchorage (Alaska) entre China y los Estados Unidos que tuvo lugar la semana pasada, se organizó para intercambiar agresiones verbales y agigantar las discrepancias bilaterales.
Tuvo como protagonistas al Secretario de Estado, Antony Blinken y al Asesor Nacional de Seguridad, Jake Sullivan, con los dos diplomáticos chinos de la máxima jerarquía. La breve sesión pública comenzó con duras acusaciones recíprocas de ambos rivales geopolíticos, aquello que los expertos tienden a llamar “jueguito para la tribuna”. Pero dos días de reuniones reservadas no dieron lugar a ningún comunicado conjunto, salvo declaraciones unilaterales de las partes que confirman que hay diferencias fundamentales entre ellos en diferentes áreas, y que China tiene una nueva actitud combativa en defensa de su soberanía, su seguridad y su desarrollo.
Sin embargo, lo sucedido no sugiere que exista una vocación de generar un conflicto directo, en lo que Estados Unidos califica como una competencia diplomática y económica abierta, que puede dar lugar a la cooperación a la hora de tratar asuntos en los que haya coincidencia de intereses. En la misma línea, China alega con frecuencia que su gobierno se orienta a mantener un nivel de relaciones equilibradas, quizás con el cálculo político de que el tiempo juega a su favor.
Quienes siguieron algunos de los preparativos, no podían ignorar que Washington y los ideólogos de la nación asiática estuvieron pensando mucho en cómo seguir las estratégicas relaciones políticas, militares, tecnológicas y comerciales entre ellas y sus respectivas áreas de influencia. El mundo entero cruzaba los dedos ante la posibilidad de inaugurar una etapa de nuevo y sano equilibrio, que deje atrás el estilo, quizás no los objetivos, que esgrimió chapuceramente el Gobierno de Donald Trump.
El expresidente inició por las suyas una política coercitiva mediante un severo aumento de los aranceles de importación y de otras sanciones económicas contra China. De ahí en más, y contra lo que supusieron ciertos analistas, el actual jefe de la Casa Blanca, Joe Biden, mantuvo la misma línea y las tarifas siguen vigentes. Este último sólo indicó interés por cooperar en temas de interés para ambas partes, como el medio ambiente y el desarme nuclear.
A pesar de la amplia relación comercial y financiera, la diferencia de sistemas políticos y de organización económica entre ambas potencias está a la vista. Estados Unidos es una democracia liberal, mientras China es conducida por un Gobierno unipartidario y autocrático, que exhibe con orgullo la “economía socialista de mercado”.
Aparte de los milagrosos períodos de crecimiento iniciados hace unos treinta años, la economía de la nación asiática logró desplegar el uso de la inteligencia artificial y el análisis de la información de su población para controlarla, mantener la unidad social e impedir la inestabilidad interna.
Por Atilio Molteni
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