Nuevo atropello de Lukashenko

Por Ricardo López Göttig

Aleksandr Lukashenko, una vez más, exhibe su arbitrariedad como gobernante de Bielorrusia. Ayer domingo, un vuelo de la línea Ryanair desde Atenas a Vilnius fue desviado por un Mig-29 de la Fuerza Aérea de Bielorrusia, con el argumento de que llevaba una “amenaza potencial para la seguridad”. La aeronave comercial aterrizó en Minsk, en donde fue detenido el periodista disidente Roman Potrasevich, de 26 años, que expresa sus críticas al régimen de Lukashenko en un canal de Telegram llamado NEXTA. Siete horas después, el avión retomó su camino a Vilnius, pero sin Potrasevich.

Este joven periodista ya lleva algunos años viviendo en la vecina Lituania, ya que temía ser aprehendido. Cuando en 2020 se celebraron elecciones presidenciales, severamente cuestionadas por los gobiernos democráticos de Occidente por la falta de garantías y transparencia, el régimen de Lukashenko detuvo a miles de disidentes y censuró los pocos medios independientes que aún quedaban. En ese contexto de debilidad interna en Bielorrusia, el gobierno de Vladimir Putin desplegó tropas de élite en suelo de ese país, generando una fuerte dependencia hacia Moscú para su supervivencia.

La Unión Europea repudió el hecho –la aeronave es de la empresa irlandesa Ryanair, y el vuelo era entre dos países miembros de la UE- y anunció que establecerá sanciones a Bielorrusia. El término utilizado por Ursula von de Leyden y varios ministros de Relaciones Exteriores de Europa ha sido el de “secuestro” y, presumiblemente, la controversia legal girará en torno a la Convención Internacional sobre Aviación Internacional de Chicago, de 1944. Pero más allá de la ilegalidad, es claro que a Lukashenko poco y nada le importan los procesos legales ni los tratados internacionales, sino la supervivencia de un régimen cada vez más cuestionado por su propia población, y que precisa del apoyo de Vladimir Putin para prolongarse en el poder.

También expone a las autoridades de la Unión Europea en cuanto a su capacidad de responder ante estos hechos reñidos con el derecho internacional, frente a un mandatario como Aleksandr Lukashenko, que sólo quiere entender el lenguaje de la fuerza.