13 de Junio aniversario del fallecimiento de Martin Buber
Martin (Mordechai) Buber llegó al mundo el 8 de febrero en Viena en el seno de una familia judía asimilada. Cuando padres se divorciaron y pasó gran parte de su niñez en la casa de sus abuelos Salomón, un conocido talmudista y científico, y Adela Buber; situada en Leópolis (en la actualidad Ucrania). Buber era políglota: en su casa se hablaba idish y alemán, en su infancia aprendió el francés y el hebreo, y en la escuela secundaria aprendió polaco.
Después de estudiar filosofía, historia del arte y filología alemana en la Universidad de Viena, durante una estancia en Berlín descubrió el movimiento sionista. Frente a la visión eminentemente política formulada por Theodor Herzl, Buber se centrará desde un principio en el sentido del judaísmo como realidad existencial.
Además de realizar una elaboración teórica del sionismo, desarrolló una intensa actividad. En 1899 asistió al Tercer Congreso Sionista y, bajo la influencia de Ahad Haam, y se fue a estudiar a Zúrich. Allí, Buber conoció a Paula Winkler, de Múnich, con quien contrajo matrimonio y dos años más tarde tuvo dos hijos: Rafael y Eva.
En 1901 comenzó a editar una publicación de clara tendencia sionista: “Die Welt” (El Mundo), pero a Theodor Herzl no le agradaban para nada las ideas políticas y sociales de Buber, por lo que este tuvo que abandonar la revista, romper con Herzl y fundar el Jüdischer Verlag, proyecto del que también formará parte la revista Der Jude. Retirado de la vida política, se consagrará al estudio del jasidismo, cuyo fruto fueron libros como Los relatos del Rabi Najman (1906), La leyenda del Baal Shem (1908), El gran Magid y su descendencia (1922) y La luz oculta (1924).
En 1921 Buber conoció a Franz Rosenzweig, con quien emprenderá una original traducción del la Biblia al alemán. En 1923 publica la que sin duda es su obra principal, Yo y tú. Portavoz de la organización pacifista Brit Shalom y profesor de filosofía de la religión en la Universidad de Fráncfort (1924-1933), en 1938 abandona Alemania para establecerse en Jerusalén, donde enseñará en la Universidad Hebrea. Implicado en el diálogo entre judíos y árabes, después de la Segunda Guerra Mundial viajará dando conferencias y recibirá el reconocimiento general.
Ha sido definido como el filósofo del diálogo y del encuentro
Toda la vida real es un encuentro”. Esta frase es sus más conocidas y probablemente la más citada.
La escritura y la filosofía de Buber están plenamente condensadas en Yo y tú, publicada en 1923, redactada durante muchos años. Se puede dividir la vida de Buber en tres periodos: periodo juvenil místico nietzscheano; segundo periodo, “dialógico” (donde produjo Yo y tú, junto con varias otras obras), incluido su liderazgo público entre los judíos alemanes hasta su emigración a Palestina en 1938.
Su periodo final, incluyó una amplia tarea educativa, una escritura prolífica, oratoria, viajes y apoyo a la reconciliación judío-árabe.
La crítica filosófica de Buber tiende a centrarse en tres áreas: 1) cuestiones epistemológicas sobre el estado de la forma de relación Yo-Tú y el estado del mundo objeto delimitado por la forma de relación Yo-Él; 2) cuestiones hermenéuticas con respecto a la lectura de Buber del material de origen jasídico, y 3) dudas con respecto a la retórica y el estilo del autor que tocan la filosofía del lenguaje. Las tres líneas de crítica tienen en su núcleo el problema del conflicto entre el realismo y el idealismo, la afirmación y la negación del mundo.
Con los nazis en el poder, abandonó Alemania en 1938 y se instaló en Jerusalén, entonces capital del Mandato Palestino. Sostenía la idea de un estado binacional para palestinos y judíos. Con la guerra de 1948 y el establecimiento del estado de Israel, Buber se trasladó a un barrio judío en la Jerusalén dividida. Ahí abandonó su búsqueda de un estado binacional, pero siguió defendiendo una federación de estados del Cercano Oriente, tanto de árabes como judíos, apoyando hasta el final de su vida, los esfuerzos de acercamiento entre palestinos y judíos.
Con respecto al problema árabe-israelí, fue el primero en luchar por un estado binacional y escribió extensamente sobre la cuestión del respeto entre los pueblos del Cercano Oriente, al mismo tiempo advirtiendo de los riesgos que se correrían si este no fuera el caso. Sus pensamientos sobre el tema, son aún más contundentes en la época contemporánea, ya que, hasta cierto punto, fueron premonitorios e innovadores.
HUMANISMO
El humanismo de Buber parece ser una noción extraña y lejana cuando el odio a los demás constituye nuestra dieta diaria de noticias e imágenes. Un tema recurrente entre muchas noticias es la creciente ola de polarización en la sociedad actual. En un discurso poco discutido, Buber ofrece un análisis de la desconfianza generalizada que habla de la división político-cultural contemporánea a singularidad de este libro, y la forma en que eligió Buber para su conclusión: “Toda la vida real es encontrarse”
En 1952 dio una conferencia titulada Esperanza para esta hora, en la que realizó una evaluación honesta de la vida durante la escalada de la Guerra Fría. Afirmó: “El mundo humano está hoy, como nunca antes, dividido en dos campos, cada uno de los cuales entiende al otro como la encarnación de la falsedad y a sí mismo como la encarnación de la verdad”.
Buber no abogó por una posición centrista entre estos dos campos; tampoco trató de intervenir sobre los puntos en disputa entre ellos, sino que analizó cómo este desacuerdo sobre las filosofías políticas y económicas constituye un lugar de polarización.
Criticó a la forma en que se enmarcan los desacuerdos. En la polarización, dice Buber, una persona está “más que nunca inclinada a ver su propio principio en su pureza original y el opuesto en su actual deterioro, especialmente si las fuerzas de la propaganda confirman sus instintos para hacer un mejor uso de ellos”. Según él: “Expresado en terminología moderna, cree que tiene ideas, su oponente solo ideologías. Esta obsesión alimenta la desconfianza que incita a los dos bandos”. Dicho de otra manera, la polarización atenúa el pensamiento crítico, en otras palabras dejarnos a todos muy fácilmente satisfechos de que nuestros compromisos son correctos porque son superiores a los de nuestros oponentes.
Al ser menos sensibles a las distinciones y preocupaciones de la otra parte, pensamos que ya sabemos lo que realmente motiva su comportamiento político. Entonces, ya que cada lado cree que el otro está tergiversando intencionalmente la realidad, conlleva a la desconfianza.
Lo primero que necesitamos en tiempos polarizados, escribe Buber, es “la crítica de nuestra crítica”. A menos que nos mantengamos en un alto nivel al inferir los motivos y las preocupaciones de la otra parte, la sospecha prevalecerá sobre la verdad.
En segundo lugar, necesitamos “individuación”, lo que significa no tratar al otro lado como un monolito, sino reconocer que cada persona tiene convicciones únicas.
En tercer y último lugar, Buber sostiene que la polarización amenaza la búsqueda de otros bienes políticos. Refiriéndose a las tres consignas de la Revolución Francesa, “liberté, égalité, fraternité”, insiste en que la libertad y la igualdad no sobrevivirán mucho en ausencia de fraternidad. “Las abstracciones libertad e igualdad”, dice Buber, se mantienen juntas “a través de la fraternidad más concreta, porque solo si los hombres se sienten hermanos pueden participar de una auténtica libertad unos de otros y una auténtica igualdad entre sí”.
El filósofo del diálogo falleció el 13 de junio de 1965
Martin Buber dixit
El odio es, por su naturaleza, ciego.
Actuar es crear; inventar es encontrar; dar una forma es descubrir. Al crear descubro.
La fe es una relación viva con lo creído, una relación viva que abraza la vida entera o, de lo contrario, es irreal.
El lenguaje no es más que su signo y su medio, toda obra espiritual ha sido provocada por ese algo. Es lo que hace del hombre un hombre.
El deseo mismo cambia cuando pasa de la imagen soñada a la imagen aparecida. Todo medio es un obstáculo. Sólo cuando todos los medios están abolidos, se produce el encuentro.
El hecho fundamental de la existencia humana es el hombre con el hombre. Lo que singulariza al mundo humano es, por encima de todo, que en él ocurre entre ser y ser algo que no encuentra par en ningún otro rincón de la naturaleza.
En el hielo de la soledad es cuando el hombre, implacablemente, se siente como problema, se hace cuestión de sí mismo, y como la cuestión se dirige y hace entrar en juego a lo más recóndito de sí, el hombre llega a cobrar experiencia de sí mismo.
El hombre que tiene experiencia de las cosas no participa en absoluto en el mundo. Pues es “en él” donde la experiencia surge, y no entre él y el mundo. El mundo no tiene parte en la experiencia. Se deja experimentar, pero no compromete su interés.
Las máquinas que se inventaron para servir al hombre en su tarea acabaron por adscribirle a su servicio; no eran ya, como las herramientas, una prolongación de su brazo, pues el hombre se convirtió en su mera prolongación, en un miembro periférico pegadizo y coadyuvante.
Se dice que el hombre posee una experiencia del mundo al que pertenece. ¿Qué significa esto? El hombre explora la superficie de las cosas y las experimenta. Extrae de ellas un saber relativo a su constitución; adquiere de ellas experiencia. Experimenta lo que pertenece a las cosas.
El amor no es un sentimiento que se adhiere al Yo de manera que el Tú sea su “contenido” u objeto; el amor está entre el Yo y el Tú. Quien no sepa esto, y no lo sepa con todo su ser, no conoce el amor, aunque atribuya al amor los sentimientos que experimenta, que siente, que goza y que expresa.
La vida humana posee un sentido absoluto porque trasciende de hecho su propia condicionalidad, es decir, que considera al hombre con quien se enfrenta, y con el que puede entrar en una relación real de ser a ser, como no menos real que él mismo, y lo toma no menos en serio que se toma a sí mismo.
Los conceptos se forman a base de nuestras máximas experiencias de un cierto género, que reconocemos como recurrentes. Y nuestras experiencias máximas del poder no son las de una fuerza que produce cambios inmediatos, sino las de una capacidad de poner en movimiento semejantes fuerzas, en forma directa o indirecta.
El presente, y esto no significa el instante puntual que meramente designa en nuestro pensamiento el término del tiempo “transcurrido”, la sola apariencia de una detención en este fluir, sino el instante realmente presente y pleno, sólo existe si hay presencia, encuentro y relación. La presencia nace cuando el Tú se torna presente.
El hecho fundamental de la existencia humana no es ni el individuo en cuanto tal ni la colectividad en cuanto tal. Ambas cosas, consideradas en sí mismas, no pasan de ser formidables abstracciones, El individuo es un hecho de la existencia en la medida en que entra en relaciones vivas con otros individuos; la colectividad es un hecho de la existencia en la medida en que se edifica con vivas unidades de relación.
Con espanto creciente fue dándose cuenta el hombre en la primera Guerra Mundial y, ciertamente, a los dos lados de la trinchera, que se hallaba entregado a potencias inabordables que, si bien parecían guardar relación con la voluntad de los hombres, se desataban de continuo, se burlaban de todos los propósitos humanos y traían consigo la destrucción de todos. Así se encontró el hombre frente al hecho más terrible: era como el padre de unos demonios que no podía sujetar.
El amor es una acción cósmica. Para quien habita en el amor y contempla en el amor, los hombres se liberan de todo lo que los mezcla a la confusión universal; buenos y malvados, sabios y necios, bellos y feos, todos, uno después de otro, se tornan reales a sus ojos, se tornan otros tantos Tú, esto es, seres liberados, determinados, únicos; los ve a cada uno cara a cara. De una manera maravillosa surge de vez en cuando una presencia exclusiva. Entonces puedo ayudar, curar, educar, elevar, liberar. El amor es la responsabilidad de un Yo por un Tú.
El acto envuelve un sacrificio y un riesgo. El sacrificio: la infinita posibilidad inmolada en el altar de la forma. Será menester arrasar todo lo que hasta ese momento aparecía en la perspectiva. Nada de ello penetrará en la obra. Así ha de ser por una exigencia de exclusividad. El riesgo: la palabra primordial sólo puede ser dicha por el Ser entero; quien se decida a decirla nada puede reservar de sí. La obra no tolera, como lo hacen el árbol y el hombre, que yo me aparte y descanse en el mundo del Ello; pues es la obra la que manda. Si no la sirvo bien, ella se quiebra o me quiebra a mí.
La vida no se despliega precisamente cuando yo juego conmigo mismo este misterioso juego de ajedrez, sino cuando me encuentro colocado en la presencia de un ser con el que no he concertado ninguna regla de juego y con el que tampoco se podría concertar. La presencia del ser, ante el que estoy colocado, cambia su figura, su apariencia, su revelación, es diferente que yo, a menudo espantosamente diferente, y distinto a como me lo había figurado, a menudo espantosamente distinto. Si salgo a su paso, si acudo a él, si me encaro con él, realmente, esto es, con la verdad de todo mi ser, entonces y sólo entonces estoy yo “auténticamente” ahí; estoy ahí si realmente estoy ahí y la localización del “ahí” dependerá, en cada caso, menos de mi que de esa presencia del ser que cambia su figura y manifestación.
Una conversación de verdad (esto es, una conversación cuyas partes no han sido concertadas de antemano sino que es del todo espontánea, pues cada uno se dirige directamente a su interlocutor y provoca en él una respuesta imprevista), una verdadera lección (es decir, que no se repite maquinalmente, para cumplir, ni es tampoco una lección cuyo resultado fuera conocido de antemano por el profesor, sino una lección que se desarrolla con sorpresas por ambas partes), un abrazo verdadero y no de pura formalidad, un duelo de verdad y no una mera simulación; en todos estos casos, lo esencial no ocurre en uno y otro de los participantes ni tampoco en un mundo neutral que abarca a los dos y a todas las demás cosas, sino, en el sentido más preciso, “entre” los dos, como si dijéramos, en una dimensión a la que sólo los dos tienen acceso.
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