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Como resultado de la voluntad del líder supremo, Alí Khamanei, el clérigo archiconservador Ebrahim Raisi fue consagrado presidente de Irán
En un hecho carente de sorpresas y como resultado de la voluntad del líder supremo, Alí Khamanei, el clérigo archiconservador Ebrahim Raisi fue consagrado presidente de Irán.
Raisi, quien ocupaba el cargo de jefe del Poder Judicial del país, se convertirá en el octavo presidente de Irán desde la Revolución de 1979, que puso fin a la monarquía del Shah Mohammed Reza Pahlevi. A la vez, insistentes versiones lo señalan como elegido a ocupar en el futuro el rol clave de líder supremo, capacidad que detenta el Ayatola Khamenei (de 82 años), desde la muerte de Ruhollah Khomeini en 1989.
En el marco de una alta abstención que marca la apatía de gran parte de la población como consecuencia de años de dificultades y restricciones económicas y políticas, el sucesor de Hassan Rouhani fue elegido en lo que muchos describen como una victoria “pírrica”. Una muestra de la ola de descontento que recorre el país la constituye el hecho de que solamente el 48,8 por ciento del electorado ha concurrido a votar, a la vez que casi cuatro millones de votos en blanco canalizaron la protesta de una población harta tras cuatro décadas de promesas incumplidas.
Conviene tener presente las singularidades del sistema político-electoral iraní. Como explica el especialista en relaciones internacionales Manuel Carreras, las candidaturas en el país son revisadas rigurosamente por el llamado “Consejo de Guardianes”. Un artefacto institucional, naturalmente diseñado “al servicio del Líder Supremo”, dotado de los máximos atributos en la república islámica y quien designa a la mitad de los doce miembros del Consejo, cuya misión consiste en velar por la observación y cumplimiento de la constitución surgida tras la revolución de 1979.
La Presidencia de Hassan Rouhani, quien fue visto como “pragmático”, llega a su fin sin haber podido revertir el malestar derivado de la dura situación económica derivada de las sanciones internacionales que el país sufre como consecuencia de su controvertido programa nuclear, los propios errores de su gestión y los estragos de la pandemia del COVID.
Las penurias en la economía iraní estimularon a Teherán a buscar una reorientación de sus alianzas globales. El embajador Atilio Molteni escribió al respecto que esas dificultades en la economía iraní “indujeron a crear, el pasado 27 de marzo, una sugestiva “Asociación Estratégica Comprensiva” con China, mediante la que Beijing genera otro equilibrio global de fuerzas y se comprometería (según trascendido) a realizar inversiones por USD 400.000 millones en la infraestructura energética de Irán, en los próximos 25 años, a cambio de la seguridad de un abastecimiento persistente y mejor precio de su petróleo”.
A nadie escapa que el rol de Khamenei en la selección de Raisi -quien es objeto de sanciones norteamericanas por acusaciones de violaciones a los derechos humanos- resultó la clave de su ascenso al segundo cargo más importante del país. Precisamente, algunos antecedentes de Raisi encendieron alarmas: se le adjudica un rol en las ejecuciones masivas de prisioneros políticos en 1988 -en las que se estima que fueron asesinados miles de opositores- y en la represión a los levantamientos populares contra el régimen en 2009 (Movimiento Verde).
Acaso estas molestias no presentan una mayor significación para los jerarcas del régimen. El experto Paulo Botta sostiene que en esta elección sin sorpresas el liderazgo revolucionario “no ha querido correr ningún riesgo al aprobar a candidatos que reflejaran otros puntos de vista” y que “puestos a elegir entre asegurar la continuidad o ampliar la representatividad, optaron por lo primero”. Botta -quien dirige el Programa Ejecutivo en Medio Oriente de la Universidad Católica Argentina- afirma que “Raisi accede al poder con poca representatividad del electorado, con graves problemas estructurales y con una agenda de política exterior que intenta aumentar los niveles de relacionamiento con Moscú y Beijing como contrapeso a Washington”.
Naturalmente los aliados de Irán en la región felicitaron su consagración. Así lo hicieron el presidente sirio Bashar Al Assad -quien a su vez fue reelecto una vez más el pasado mes de mayo- y el líder tuco Racep Tayyip Erdogan, quien anunció un próximo viaje a Teherán. Pero el apoyo más significativo corrió por cuenta del presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin. El jefe del Kremlin emitió un comunicado en el que adelantó sus deseos de “profundizar el desarrollo de una relación de cooperación bilateral constructiva”.
El jefe de Hezbollah, a su vez, dio la bienvenida a Raisi y celebró la posición iraní como un “escudo” contra Israel y “otros agresores”. El líder del grupo terrorista basado en Líbano exaltó al nuevo mandatario y declaró que “pedimos a Dios le otorgue éxito en el liderazgo del país, sirviendo a la República Islámica de Irán y continuar fortaleciendo la postura noble de Irán en solidaridad con Palestina y su causa justa”. Los líderes de la Jihad islámica de Gaza también felicitaron a Raisi.
La secretaria general de Amnesty International Agnes Callamard, por el contrario, protestó recordando que la victoria de Raisi marca hasta qué punto reina la impunidad en Irán. Un informe de su organización señala al persa como integrante de la “Comisión de la Muerte” que forzó las desapariciones y ejecuciones extrajudiciales de miles de disidentes en 1988 en las prisiones de Evin y Gohardasht en lo que es considerado un crimen contra la Humanidad. En el mismo sentido se expresó Michael Page, director adjunto para Medio Oriente de Human Rights Watch.
En tanto, dos circunstancias fundamentales tienen lugar en estos momentos. El ascenso de Raisi coincide con la formación de un nuevo gobierno en Israel que por primera vez en los últimos doce años no tendrá al frente al líder del Likud Benjamín Netanyahu. El nuevo premier israelí Naftali Bennett explicó que “no fue el pueblo iraní quien lo eligió sino el líder supremo Khamenei” y calificó a Raisi como “un verdugo”. Su socio, el flamante ministro de Asuntos Exteriores Yair Lapid, recordó que Raisi es conocido como “el Carnicero de Teherán”. En el mismo sentido, el gobierno norteamericano hizo conocer su posición a través de un vocero del Departamento de Estado el viernes 18 al sostener que “los iraníes han sido negados en su derecho a elegir a sus líderes en un proceso electoral libre y justo”.
Por su parte, desde Washington, el Chief of Staff de las Fuerzas Armadas Israelíes (IDF, por sus siglas en inglés), el teniente general Aviv Kohavi, hizo saber al Jerusalem Post que buscará incrementar la cooperación militar con los EEUU y con sus aliados árabes con quienes comparte un interés común en contener las amenazas representadas por las ambiciones de imponer una hegemonía regional por parte de Irán. Tanto Kohavi como el ministro de Defensa Benny Gantz han expresado reiteradamente que actores como Emiratos Árabes Unidos (EAU) como Bahrein -y otros que “aún no han firmado acuerdos con Israel”- pueden profundizar sus lazos, en especial en términos de acuerdos de seguridad que podrían aportar una “perspectiva operacional” a los Acuerdos de Abraham alcanzados en el último año de la Administración Trump.
A su vez, la elección de Raisi se produce en momentos en que Irán y los miembros del Consejo de Seguridad más Alemania mantienen conversaciones en Viena para revivir el acuerdo nuclear iraní de 2015. El embajador Molteni explicó que “aunque los representantes de Estados Unidos no participaron directamente, su delegación fue minuciosamente informada por los europeos de las alternativas del diálogo y, en especial, de los puntos de vista iraníes” y que desde luego, “tanto el objetivo como el contexto general de estas complejas acciones se vincula con la demanda de Teherán que apunta a obtener el levantamiento de las sanciones estadounidenses”. Obviamente, se descuenta que el nuevo presidente continuará los esfuerzos por reflotar el pacto, herido gravemente hace tres años por el presidente norteamericano Donald Trump quien abandonó el acuerdo y reimpuso duras sanciones contra Teherán.
El asunto exhibe uno de los mayores desafíos de la agenda internacional del nuevo gobierno norteamericano, que sopesa las posibilidades de reincorporarse al JPCOA alcanzado en el tramo final de la Administración Obama (2009-2017) en la que Biden sirvió como vicepresidente. Cavilaciones que conviven con informaciones que indican que Irán habría acelerado el paso en el que ha venido produciendo uranio enriquecido en una medida y extensión que podría acercar a los ayatolas a su ambicionada meta de alcanzar la posesión de armas nucleares, un extremo inaceptable para Arabia Saudita, Israel y otros aliados de Washington en la región.
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