Atentado a la AMIA: Nos necesitan resignados para que no gritemos el horror de la impunidad
En estos días he vuelto a escribir sobre el atentado a la AMIA. Estas palabras se suman a otras ya volcadas en otros medios.
He decidido no allanarme el camino fácil del reproche vacuo. He venido fraguando la idea de que las repeticiones altisonantes en el reclamo son sólo un vuelo de superficie, casi indecoroso frente al dolor permanente de los familiares de las víctimas. He sentido que todos debemos cambiar la mirada sobre los hechos y romper con las fuerzas de la resignación, que es el primer paso para derrotar la impunidad.
Así he vuelto la mirada hacia otros atentados que pasaron más de treinta años impunes, como el ocurrido en el restaurante judío de Jo Goldemberg en París el 9 de agosto de 1982. También allí hubo complicidades nefastas como en el nuestro. Pero un día, como si las fuerzas del mal resultaran sorprendidas, lo que no se hizo, comenzó a hacerse. Como si una nueva génesis jurídica marcara un nuevo tiempo.
¿Por qué no puede ocurrir ello en la causa AMIA?
¿Por qué sólo juzgamos a los que debieron juzgar y no a los imputados?
¿Por qué no habilitar para ello el juicio en Ausencia? No para anticipar condenas que quizás no se produzcan, pero sí para que se conozca la verdad.
Y comprendí que además de todo lo que se hizo para no hacer justicia nos necesitan en un estado de resignación como sociedad.
Nos necesitan resignados para que no gritemos el horror de la impunidad y para que no descendamos, de una vez, al infierno para llamar a las cosas por su nombre.
Comprendí que si algo puedo decir, tiene que ser un modesto llamado a no resignarnos.
Porque quedan cosas por hacer.
Para que los que tienen responsabilidades obren de tal modo que no merezcan el reproche de quienes les rodean (Simone Veil).
Nota escrita por Raúl Woscoff, ex asesor de la ex UEIAMIA (Unidad Fiscal AMIA)
Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai
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