Revisando una pérdida de oportunidades
Por el Rab Yerahmiel Barylka
En esta parashá aparecen las bendiciones – brajot-, que Yaakov otorga a sus hijos justo antes de su muerte. Jaza¨l entendieron las brajot, como profecías que relacionan a las tribus que surgirán de sus hijos, pero no necesariamente a ellos. De esta manera, Yaakov establece normas y pautas básicas para ser aplicadas al pueblo de Israel en las generaciones futuras.
Podría decirse que la pauta más famosa es el nombramiento de Yaakov a la tribu de Yehudá como sede de la realeza:
“El cetro no se apartará de Yehudá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey, quien merece la obediencia de los pueblos” (Bereshit49:10).
En lo que se ha convertido en un pasaje muy famoso, Rambán-Najmánides, en su comentario, entiende esta bendición a Yehudá como a una disposición halájicamente vinculante, que prohíbe a los descendientes de cualquier otra tribu usurpar el derecho a la monarquía de Yehudá.
Como evidencia histórica de esta teoría, Ramban, casi asombrosamente, critica a los Asmoneos, la familia de Cohanim que derrocó a los griegos, restableció el servicio del Templo, revivió la tradición judía y estableció su propio reino. Ramban enfatiza que los Asmoneos merecen crédito por salvar literalmente la Torá; si no fuera por su heroísmo y auto sacrificio, la Torá habría sido olvidada. Y, sin embargo, como violaron la halajá por la cual sólo la tribu de Yehudá puede gobernar sobre Am Israel, y, a pesar de ser cohanim, establecieron su propia monarquía, fueron severamente castigados. Como jaza”l nos enseña, no queda ni un solo descendiente de los Asmoneos; todos fueron asesinados.
A la luz de estos comentarios de Ramban, la lectura de Parashat Vayejí conlleva una triste ironía. Tan sólo dos semanas después de la celebración de Janucá, cuando nos deleitamos en la victoria del Asmoneos de la luz sobre la oscuridad, de la Torá sobre la asimilación, recordamos la caída delos Asmoneos. Tristemente, su victoria no duró. La dinastía asmonea rápidamentede generó en un reino marcado por la corrupción y la codicia, y finalmente fue aplastado por los romanos.
Si en Janucá celebramos el triunfo de la Asmoneos, en Shabat Parashat Vayejí recordamos su colapso. La victoria de Janucá presentó una oportunidad notable, que trágicamente nos permitimos dejar escapar de nuestras manos.
Apenas esta semana de Parashat Vayejí observamos el ayuno de Asará Betevet. Este día conmemora el comienzo del sitio de Jerusalén por Babilonia que duró un año y medio hasta la destrucción del Primer Templo.
¿Por qué conmemoramos este evento, que simplemente condujo a la destrucción? ¿De qué importancia son las “estaciones de la carretera” lo largo del trágico camino hacia Tishá Beav? Quizás lo que evocamos no es el asedio en sí, sino la señal de advertencia que debía servir, pero que no se escuchó.
El profeta Yermiahu, profetizando en el nombre de Dios, le suplicó al reino de Yehudá que se rindiera a Nabucodonosor, el emperador de Babilonia, y se someta a su gobierno. Dios había otorgado al imperio babilónico setenta años de poder y control sobre la región. Pero los últimos tres reyes, Yehoyakim, Yehoyajin y Tzidkiyahu, desobedecieron tercamente las instrucciones y también acusaron al profeta de sedición y continuaron su desesperada campaña de resistencia. El asedio final de Jerusalén debería haber servido como una señal de advertencia final para el rey Tzidkiyahu y afirmar la posición del profeta. En cambio, esta señal se encontró en oídos sordos. Fue otra oportunidad perdida cuyo resultado fue un llanto de milenios que nada pudo reparar sino hasta nuestra época.
Al ayunar en Asará Betevet, nos comprometemos a corregir los errores de nuestros antepasados, que dejan pasar las oportunidades al no obedecer las señales de advertencia enviadas por Dios.
Como Rambam-Maimónides comenta en el comienzo de Hiljot Taaniyot, la tragedia y la crisis deben provocar un proceso de introspección y teshuvá, debe despertarnos para ver con claridad nuestros propios errores y llevarnos a mejorar. El costo terrible por perder la oportunidad es no poder recuperarla sino a un precio imposible de pagar.
Si los monarcas no actuaron durante las circunstancias que lo exigían, esperamos ser lo suficientemente sabios como para no perdernos la nuestra.
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