¿Alguien va a respetar algún limite?
Por Eduardo Kohn
Unos días antes de comenzar la invasión a Ucrania, Putin habló en público largamente. Los que escucharon y oyeron, entendieron que el mundo estaba al borde de una nueva pandemia. Pero fueron pocos. Y mucho menos lo escucharon u oyeron los jefes de Estado que ahora, dos semanas después de iniciada la guerra, se rasgan las vestiduras. En ese momento Putin se explayó sobre el “nazismo ucraniano”. Dos días después, cuando anunció lo que denominó “una operación especial en Ucrania para proteger a la gente que sufre en Donbas”, cambió y habló que una de las metas principales era “desnazificar y desmilitarizar Ucrania”.
Aunque muchos, incluyendo los jefes de Estado de las potencias, parecieron sorprenderse con la terminología, si hubieran hecho los seguimientos políticos imprescindibles, sabrían que en los últimos ocho años, Putin y sus medios de difusión llenaron horas y horas con falsedades tales como “el neonazismo que ha heredado Ucrania”; y peor aún con historias tales como el ataque de “hordas ucranianas rusófobas que atacaban familias pacíficas en el este de Ucrania y crucificaban a sus niños”. No lo escucharon o no lo quisieron escuchar que es lo mismo, pero Putin plantó sus semillas de odio y sus anuncios bélicos,y ahora usa la retórica que viene aplicando hace casi una década para pasar de las palabras a la acción, y el resto del mundo tiene la osadía de hacerse el sorprendido.
El Centro de medios de difusión de Ucrania ya había publicado un estudio en 2018, señalando que entre 2014 y 2017, un tercio de todas las noticias emitidas por los canales de televisión rusa se ocuparon de Ucrania y el 90 por ciento con comentarios agresivos, negativos y amenazantes. El estudio mostraba el porcentaje dedicado a temas y los cuatro principales eran: hay una guerra civil en Ucrania (33%); Ucrania es un estado fallido (22%); Ucrania tiene propagandistas de odio contra Rusia en todo el país(10%); los nazis y los extremistas fascistas están destruyendo Ucrania(7%).
Cada una de estas acusaciones falsas que se difundieron año tras año y que no le importó a absolutamente nadie en ningún rincón de la tierra ni por equivocación, son los argumentos que desde hace 2 semanas usa Rusia para justificar la invasión a Ucrania, el asesinato de civiles, la destrucción de cada ciudad, en suma, de sus crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. No hay hospitales ni escuelas ni nada que se salve de las armas rusas. Todo es válido para Putin. Tanto, que lo dijo por ocho años, pero el mundo estaba ocupado en otras cosas. Ahora, tarde, en medio de la destrucción y la muerte, algunos quieren reaccionar, pero no pueden explicar por qué se negaron a ver las señales.
Desde que el amoral ucraniano al servicio de Putin Viktor Yanukovich fue echado del poder en 2014, Putin ha calificado a Ucrania como un país peligroso gobernado por nazis. Ya no le sirvió más utilizar el término neonazi. Entonces hoy la narrativa rusa es “Rusia contra los nazis”. Volvemos al año 1941. Después de aliarse con Hitler por dos años, porque así era Stalin como igual lo hubiera sido Putin, cuando los nazis lo invaden, Rusia pelea su llamada “guerra patriótica”, pero los rusos se quedaron allí en título y narrativa. Que a Stalin lo salvó Occidente y sus ejércitos está escondido en algún libro guardado. Y hoy Putin, 80 años después pretende explicar sus crímenes diciendo que pelea contra nazis en Ucrania, un país con un presidente judío elegido por una abrumadora mayoría de 73%.
El 26 de febrero se publicó un artículo que fue rápidamente removido pero que obviamente quedó registrado en el sitio de noticias ruso Novosti que está bajo conducción del gobierno, señalando que “la operación especial del ejército ruso está inaugurando un nuevo orden mundial y es la solución de la cuestión ucraniana”. ¿Quién es el nazi? ¿Quién utiliza el aberrante lenguaje hitleriano que costó la Shoá y 60 millones de muertos en la segunda guerra mundial? ¿Quién es el criminal de guerra que copia a otros criminales para justificar sus matanzas?
Porque a no equivocarse. Entre noticias falsas, ocultamiento de información, incapacidad absoluta de Naciones Unidas para saber realmente qué pasa mientras se destruye Ucrania, igual todos en el mundo sabemos que los muertos civiles – niños, ancianos, enfermos internados en hospitales, mujeres corriendo hacia las fronteras – se cuentan por muchos miles y que el invasor no distingue nada, todo lo que se mueve es un objetivo y no hay que dejar piedra sobre piedra en Ucrania.
Pero la guerra no sólo mata por balas. También asesina toda forma moral (si es que hay alguna todavía en pie), borra todos los límites del comportamiento humano y si alguien llegara a levantar la voz ante tanto vejamen, le contestarían “¡Es la guerra, estúpido!”.
Desde que el mundo comenzó a recuperarse de la recesión provocada por la pandemia, consume 100 millones de barriles de crudo por día; 10,5 millones de ellos provienen de Rusia, es decir el 11%. Bloquear los barriles que Rusia entrega al resto del mundo era para el presidente Biden y sus pares occidentales la peor de las sanciones para Putin ya que el petróleo es el 50% de sus ingresos. Y así lo hizo esta semana. Sin abastecimiento ruso, EE. UU. y Europa tienen que encontrar petróleo en otro lado. ¿A quién recurrir?.
A Arabia Saudita, segundo productor y exportador en el mundo. El príncipe heredero, Mohammed ben Salman, estuvo involucrado en el asesinato del periodista y crítico de la monarquía saudita Jamal Khashoggi, en octubre de 2018, en Turquía. Los detalles la Casa Blanca decidió hacerlos público el año pasado. ¿Dejará el príncipe su furia contra EE. UU. y hará el negocio? Aumentamos la apuesta, y EE. UU. Entonces visita a Maduro hace 4 días y se hace público. Maduro ya liberó presos americanos y resulta que un criminal que debe ser juzgado en La Haya ahora puede quedarse más tranquilo de lo que ya estaba hasta ahora, aunque su capacidad de producción hoy sea muy pobre, aunque ya lo ayudarán sus nuevos protectores.
Pero ¿puede haber algo un poco más repugnante? ¿Y por qué no? Irán hoy produce más de tres millones de barriles por día, pero apenas exporta porque un bloque de sanciones paraliza la principal fuente de ingresos externos del régimen. Pero, en Viena, se está a punto de consensuar un nuevo pacto por el plan nuclear iraní. El acuerdo le permitiría a Estados Unidos, Canadá, la UE y otras naciones decir que creen que van a limitar el programa atómico de la teocracia y, obviamente, rehabilitar la venta de petróleo iraní. O sea, Occidente para defender a una democracia como Ucrania de un tirano como Putin, estaría muy dispuesta a juntarse con otros criminales, pasarles pintura blanqueadora y obviamente, olvidarse rápidamente, si alguna vez se molestaron en prestar atención, que el objetivo central declarado por Irán es hacer desaparecer a Israel del mapa, además de otras pequeñeces como patrocinar terrorismo. Justamente en una semana se cumplirán 30 años del atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires. No es la ley de la selva lo que hoy está sucediendo. En la selva hay códigos y límites. Es la ley del hombre. El animal racional que ha demostrado siglo tras siglo su capacidad para devorar a su propia especie y que además se ocupa de escribir libros para explicarlo.
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