El ‘St. Louis’, crónica de un viaje de condenados
Yehuda Krell
El sábado 13 de mayo de 1939, zarpó el barco MS Saint Louis del puerto de Hamburgo, Alemania, llevando a bordo a 937 pasajeros, de los cuales 930 eran judíos. En su mayoría, el pasaje pertenecía a una clase relativamente acomodada o alta, que podían permitirse costear el viaje, pero los viajeros lo hacían en carácter de refugiados, la mayor parte eran ciudadanos alemanes, otros provenían de Europa Oriental, y unos pocos eran oficialmente ‘apátridas’. Su destino era La Habana, Cuba y esperaban, que una vez allí, podrían obtener el visado de ingreso a los Estados Unidos, y beneficiarse del sistema de cuotas de la política inmigratoria vigente en esa época en el país del norte.
En esos días, la Alemania nazi estaba abocada en acelerar el ritmo de emigración forzosa de judíos, por lo cual el viaje en el St. Louis se convirtió en un excelente pretexto para los ministros Joachim von Ribbentrop, de Asuntos Exteriores, y Joseph Goebbels, de Propaganda, en demostrar que ante la negativa de otros países en admitir a judíos, no era solo Alemania la nación que no quería tener judíos en su territorio. Ya la Conferencia de Evián había demostrado el desinterés de una treintena de países en recibir a refugiados judíos.
El capitán del St. Louis, Gustav Schroeder, era un marino alemán antinazi que permitía el desarrollo de actividades religiosas a bordo de su nave y exigía de su tripulación brindar las comodidades necesarias a los pasajeros judíos. Al llegar a las costas cubanas, la nave recibió una notificación de las autoridades con la negación en otorgar asilo a los pasajeros.
Ese mismo año, el gobierno del presidente cubano Federico Laredo Brú había dictado el Decreto Ley 937, que condicionaba el ingreso a territorio cubano según el solicitante, distinguiendo dos categorías: los turistas y los refugiados. Nunca quedaba claro la diferencia entre ambas figuras, hecho que daba lugar a un tráfico de influencias y a casos de corrupción.
A diferencia de los turistas, los refugiados necesitaban una visa de entrada con un costo de 500 dólares, y demostrar que no iban a representar una carga pública para el estado cubano, además, debían contar con una autorización por escrito de la Secretaría de Estado y de Trabajo de Cuba.
Los pasajeros judíos del barco ya habían obtenido los permisos de ingreso a Cuba, el visado había sido gestionado por el Director General de Inmigración en Cuba, un tal Manuel Benítez González, quien había recibido el pago, a beneficio personal, de u$s 160 por visa emitida. Al conocerse el hecho del pago ilegal, sumado a la tendencia profascista del gobierno del presidente Bru, se produjo la revocación de los permisos de entrada emitidos. Si bien, la compañía naviera y los propios pasajeros conocía tal decisión, creían que las visas adquiridas con antelación serían respetadas.
Sin embargo, el 27 de mayo, al arribar el barco a La Habana, el presidente Brú declaró que los pasajeros no recibirían asilo político y no se les permitiría desembarcar hasta que se esclareciera el caso. Las nuevas órdenes del gobierno cubano provocaron en el buque un motín, dos intentos de suicidio y decenas de amenazas.
Finalmente, 29 de los 937 pasajeros lograron desembarcar, seis de ellos no eran judíos (4 españoles y 2 cubanos), a 22 pasajeros se les consideró válidos los documentos de entrada, y un pasajero terminó en el hospital de La Habana tras un intento de suicidio.
Es importante destacar que cinco días previos a la partida del St. Louis, el 8 de mayo, se convocó en La Habana a una enorme manifestación contra el ingreso de los judíos a Cuba que resultó ser la expresión antisemita más grande en la historia cubana, la misma fue patrocinada por Grau San Martín, un ex presidente cubano, y cuyo portavoz, Primitivo Rodríguez, urgió a los cubanos a ‘luchar contra los judíos hasta echar al último’. Según estimaciones, la manifestación atrajo a unas 40.000 personas.
Ante la dramática situación de los pasajeros, el Joint de EEUU envió a su representante Lawrence Branson a La Habana para negociar el desembarco del pasaje a tierra, pero el presidente cubano insistió en que el barco debía salir del puerto de La Habana antes de iniciar las negociaciones.
El 2 de junio el St. Louis zarpó de La Habana, el capitán Schroeder dirigió la nave a un área entre la Florida y Cuba mientras seguían las negociaciones y la incertidumbre se apoderaba de los refugiados al no recibir respuestas de la isla. En esos momentos, Estados Unidos anunció que también se negaba a aceptar a los refugiados debido a una directiva expresa del presidente Freanklin D. Roosevelt, quien fundaba su decisión en que la ley estadounidense debía respetarse y que los refugiados del barco no debían ser incluidos en las cuotas existentes para la inmigración de Alemania. El gobierno americano sostenía que esto privaría a aquellos ciudadanos alemanes que esperaban, en la propia Alemania, obtener las visas acordadas por los Estados Unidos, entre los cuales había muchos judíos.
Diversos analistas afirman, que la verdadera razón de la negativa cubana en permitir el ingreso del pasaje del St. Louis fueron las presiones ejercidas por el Departamento de Estado norteamericano, ya que el ingreso a ese país serviría de trampolín para luego ingresar a los Estados Unidos. Off the record, se comentaba que el presidente Roosevelt intentó recibir a una parte de los pasajeros, pero la oposición vehemente del Secretario de Estado Cordell Hull, y de los demócratas del sur del país lo impidieron, llegando incluso a amenazar a Roosevelt con retirarle el apoyo en las elecciones presidenciales de 1940 que se avecinaban. Finalmente se prohibió al St. Louis el ingreso a los EEUU, mientras esperaba una respuesta navegando entre la Florida y Cuba.
El 5 de junio se hizo otro intento desesperado, esta vez con Canadá, pero nuevamente se recibió una respuesta negativa. El jefe de inmigración canadiense Frederic Blair, hostil a la inmigración judía, persuadió al Primer Ministro canadiense William Lyon Mackenzie King de no intervenir en el tema. Debemos señalar, que en mayo del año 2018, el primer ministro canadiense Justin Trudeau se disculpó públicamente junto a la Cámara de Representantes por esta negativa de Canadá.
Ante la imposibilidad de continuar en la búsqueda de posibles destinos, y en una situación de casi amotinamiento y escasez de alimentos, el capitán Schroeder tomó la decisión de regresar a Europa. Durante el trayecto de regreso el Joint intentó buscar una solución en diverso países europeos. Al llegar la nave al puerto de Amberes, el gobierno belga acordó aceptar 214 pasajeros, 288 continuaron hacia el Reino Unido, 181 fueron recibidos por Países Bajos y 224 continuaron hacia Francia.
Muchos de los absorbidos en estos países perecieron más tarde en la Shoá, aproximadamente 217 de todos los pasajeros, la mayoría de ellos en campos de exterminio. Después de la Segunda Guerra Mundial, el capitán Gustav Schroeder recibió una medalla de honor del gobierno de Alemania Occidental por su accionar, y Yad Vashem lo reconoció como un Justo de las Naciones por su heroísmo y coraje al tratar de salvar a sus pasajeros judíos.
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