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Parashat Shlaj Lejá

No es necesario ser un especialista en estrategias de espionaje ni un fanático de las películas de James Bond para saber que enviar doce espías a una misión es una decisión poco inteligente. Si el éxito depende de la discreción, una docena de enviados presagia un final calamitoso.

40 años en el desierto, un año por cada día que duró la misión (Núm. 14:34), es la severa consecuencia de un proyecto mal pergeñado y peor implementado que, tal como aparece en Parashat Shlaj Leja, estuvo a punto de terminar con la incipiente historia de nuestro pueblo.

De acuerdo al inicio de nuestra Parashá, la propuesta de enviar doce espías a recorrer la tierra prometida proviene de Dios (Núm. 13 1-2):
Dijo Dios a Moisés: “Envía (Shlaj Leja) unos hombres a explorar el país de Canaán, que yo doy a los israelitas; enviarás a un hombre por cada una de sus tribus paternas, todos ellos jefes de tribu”.

Al regresar, diez de los doce enviados dieron un reporte sumamente negativo que potenció la frustración del pueblo. Por el contrario, Ioshua (Josué) bin Nun de la tribu de Efraim y Caleb ben Ifune de la tribu de Iehudá, creyeron en la factibilidad de la conquista, aunque sus palabras no pudieron evitar un nuevo foco sedicioso en el seno de los israelitas.

Cuarenta años más tarde, hablando a la nueva generación nacida en el desierto, Moisés, relata una versión diferente del origen de la misión. Allí indica que la iniciativa de enviar los espías fue del pueblo y él solamente tomó la responsabilidad de implementarla (Deut 1:22-23):
Pero ustedes se acercaron a mí para decirme: “Enviemos delante de nosotros algunos hombres para que exploren la región y nos informen sobre el camino que debemos tomar y sobre las ciudades a las que debemos entrar”. La idea me pareció buena, y yo designé a doce de ustedes, uno por cada tribu.

El midrash (Bemidvar Rabá 16:8) armoniza ambas versiones, a partir de interpretar puntillosamente las primeras palabras de nuestra parashá: Shlaj Leja, “envía para ti”, es decir, Dios dice: “para tu propósito (y no para el Mío), Yo te he dicho que la tierra es buena y que te la voy a entregar. Si tú necesitas confirmación humana, adelante, envía espías.”

Para los sabios, es claro que la idea es del pueblo y además no es buena. Lograr que doce espías pasen desapercibidos no es una tarea fácil y requiere de ayuda divina. En esa dirección, otro midrash (Tanjuma Shlaj 7) afirma que Dios envió una plaga a la tierra de Canaán para que sus habitantes, ocupados en enterrar sus muertos, no prestaran atención a la delegación israelita.

Otra forma de nuestros maestros de expresar su crítica al plan de Moisés, surge de la elección de la Haftará que complementa nuestra Parashá. Tomada del capitulo 2 del libro de Josué, relata las peripecias que tuvieron que atravesar los dos (solo dos) espías enviados a Jericó para obtener información y lograr apoyo logístico local para la posterior conquista. La contraposición de ambos relatos deja plasmada la insensata decisión de Moisés.

Podríamos preguntarnos qué llevó al gran líder a realizar esta propuesta.
Conjeturemos. El inicio de la marcha por el desierto no fue un lecho de rosas. Por el contrario, resultó un camino plagado de espinas. Como leímos en la parashá pasada, las dificultades lógicas de la travesía despiertan las protestas del pueblo, los celos contra Moisés e incluso la nostalgia por retornar a Egipto.

Quizás, cansado de esta situación, desilusionado y decepcionado por la incomprensión del pueblo, Moisés, como todo líder, se ve tentado a recurrir a la demagogia. Por eso, ¿qué mejor que ganarse el respeto de los líderes de cada tribu para fortalecer el apoyo popular?
Para quedar bien con todos, envía un espía por cada tribu (buena idea para las encuestas, pero muy mala para poner en práctica) a la tierra prometida (en donde efectivamente mana la leche y la miel, pero que está habitada por otros pueblos a los que había que conquistar).

El resultado lo conocemos. Aquella noche de Tishá Beav, (según la Mishná, Taanit 4:6) fue decretado el deambular por el desierto cuarenta años, tiempo requerido para producir el recambio generacional indispensable para intentar la conquista.

Moraleja: La demagogia es mala consejera, incluso si uno es Moisés. Josué, su sucesor y participante de esta historia, aprendió la lección y, cuarenta años después, con el asalto a Jericó, dio inicio a la conquista de la tierra prometida.

 

Rabino Gustavo Kraselnik

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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