Italia vuelve a su juego preferido.
El presidente del consejo de ministros de Italia, Mario Draghi, presentó su renuncia como jefe de Gobierno la semana pasada, pero el presidente Sergio Mattarella no la aceptó, enviando su consideración al Parlamento. De este modo, el jefe de Estado ganó algunos días para que se intente recomponer el gobierno de unidad liderado por Mario Draghi, una figura respetada tanto dentro como fuera de Italia, por su actuación como presidente del Banco Central Europeo.
El punto de ebullición se alcanzó cuando el bloque del partido Movimento 5 Stelle (Movimiento 5 Estrellas) rechazó votar la creación de un incinerador para la basura en Roma, ciudad aquejada por la acumulación de desechos domésticos, a la par que Giuseppe Conte, líder de esta formación, le presentó nueve puntos a ser discutidos, a modo de ultimátum. Lo cierto es que Draghi asumió como primer ministro de un gobierno de coalición de partidos muy disímiles entre sí, tras el colapso del gobierno de Conte. Formada la coalición por el M5S, la centroderecha, la derecha y la centroizquierda y, por consiguiente, con una amplia mayoría legislativa, Draghi logró brindarle algo inesperado a la política italiana: estabilidad y previsibilidad. De allí que tanto el presidente Mattarella como algunos partidos políticos italianos, así como líderes europeos, se han expresado por la continuidad de este gobierno hasta el año próximo.
De aquí al miércoles, cuando ambas cámaras del poder legislativo italiano deberán expresarse respecto a la renuncia de Mario Draghi, se van tejiendo y deshilvanando soluciones a la crisis política. Una condición de Draghi es que el M5S permanezca en el gobierno, pero la lógica política de este movimiento es el de la antipolítica y la agitación en sí misma, desde su irrupción con el cómico Beppe Grillo, y la llegada a los primeros planos de personas sin trayectoria ni experiencia gubernamental, como Giuseppe Conte y el actual ministro de Relaciones Exteriores, Luigi Di Maio.
En circunstancias en las que se está sintiendo la suba de precios como consecuencia de la guerra en Ucrania, y también de la expansión monetaria del euro durante la pandemia, y cuando hay otros gobiernos europeos que también están en crisis –la salida de Boris Johnson, la fragilidad de Emmanuel Macron tras las elecciones legislativas en Francia-, una posible concurrencia a los comicios de la ciudadanía italiana para octubre de este año agrega incertidumbre. Vladímir Putin observa entusiasmado con este logro inesperado, mientras pone fichas de modo discreto en los populismos italianos de izquierda y derecha, a fin de debilitar la alianza atlántica.
Italia vuelve a su juego preferido, el de las crisis políticas y los gobiernos inestables de corta duración. Por algo es la cuna de la ciencia política.
Por Ricardo López Göttig
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