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Casi tres décadas de impunidad y oprobio.

Eduardo Kohn

El 18 de julio de 1994 una Trafic Renault con enorme carga explosiva voló la AMIA en pedazos. Un día después, un Embraer 110 que hacía el trayecto entre ciudad de Colón y ciudad de Panamá, explotó y las 21 personas a bordo también fueron asesinadas por un atentado terrorista perpetrado por Hezbola, planificado por Irán, tal como había sucedido un día antes cuando murieron 85 personas y sobrevivieron con heridas diversas, 300 heridos en la calle Pasteur.

En el transcurso de los años, los sobrevivientes de AMIA han dado testimonio. Los familiares de las víctimas también. Hoy, en homenaje a todas las víctimas comenzamos esta columna con extractos de algunos de esos relatos llenos de angustia, que nos interpelan profundamente, porque han pasado casi tres décadas, los culpables tienen alertas rojas de Interpol, pero la justicia ha quedado una y otra vez por el camino.

Javier Waldman vive hoy en Israel con su familia. Semanario Hebreo de Uruguay le hizo un extenso reportaje en su carácter de sobreviviente del atentado a la AMIA. “Era lunes, y entramos a la oficina después de la final del Mundial y reencontrándonos con los compañeros después del fin de semana. Mi oficina (la tesorería) estaba en el segundo piso. Diez minutos antes de la explosión había bajado al primer piso a llevar unos papeles a miembros de la comisión directiva. Cuando subí entré a mi oficina y me di cuenta que había cometido un error en un procedimiento administrativo y me paré para llevar una factura de un proveedor en la cual me había equivocado, a la parte de atrás del segundo piso. A los pocos metros después de haber salido de la oficina, se corta la luz, y se siente un ruido de una implosión y se comienza a mover todo como en un terremoto. Llegué a tirarme debajo de un escritorio de espalda a mi oficina. Mis compañeros corrían hacia atrás y muchos gritaban ” tratemos de salir por atrás”. En ningún momento volví a mirar a mi oficina. Luego me contaron que la mitad de la misma se vino abajo. Salimos por un patio trasero, y fue impresionante mirar hacia la calle Pasteur. La parte de adelante del edificio había desaparecido. Mis compañeros de trabajo que tenían familiares en otros pisos gritaban sus nombres desesperados”

Alejandro Mirochnik cuenta :“A las 9:30 fui a buscar los diarios al kiosco y cuando vuelvo a AMIA tomé el ascensor central, para ir al quinto piso. En el tercer o cuarto piso siento un estallido de piedras y que se corta el ascensor. Hay una explosión, viajo a una gran velocidad. Me agazapo y pongo mi espalda sobre una de las paredes del ascensor, y siento el ruido de la caída del ascensor.Pasaron minutos u horas, no lo sé. Escuché un helicóptero. Pasó el tiempo, me dolía la pierna, no se veía nada, había una columna que me estaba lastimando la pierna. Durante esas horas pensé de todo. Nunca pensé en una bomba, creí que se había caído el ascensor. De repente aparece una luz y veo mi pierna. Alguien me ilumina, yo siento que ahí vi a Dios. Ahí me doy cuenta que mi pierna no estaba incrustada en el hierro, sino que estaba totalmente quebrada y por eso decido, para liberarme, levantarme con los brazos. Por la luz que veía y esa viga, me metí por el agujero y me arrastré por los cables del ascensor. Cuando trepo tres metros veo una bota de un bombero y le grito: ‘no se dieron cuenta los de infraestructura de AMIA que se cayó el ascensor’. El bombero me contestó: ‘todas esas personas que nombras están muertas, no sabes lo que es esto’. Por cuatro horas me hablaron todo el tiempo, me dieron camperas, me pasaron oxígeno y sacaban escombros. Me dejé llevar y me fueron llevando ellos hasta que me sacaron, y ahí vi lo peor de mi vida. Los primeros años me escondí, pero hoy siento la necesidad de contar lo que sucedió.”

Silvana Alguea de Rodríguez, trabajadora del Área de Servicio Social de AMIA murió en el atentado. Su hija Gabriela, que entonces tenía 8 meses, difunde su testimonio para que jamás quede en el olvido. “Mi mamá no se murió, a mi mamá la mataron”, afirma Gabriela y cuenta que ella siempre supo lo que pasó, más allá de ser una bebé, e incluso aunque no hablara preguntaba por su mamá. En una actividad en ORT de Belgrano, compartió un poema escrito por ella. En uno de los fragmentos y en relación a la memoria y el ejercicio de ella cada 18 de julio, expresa: “Te pido que te sumes, que vayas al acto que quieras, o lo sientas en tu casa, desde el auto o en la escuela. No importa dónde estés, lo importante es que lo pienses, que recordemos unidos, que no dejemos que mueran dos veces. Parece que la memoria es sinónimo de tristeza. Y la tristeza no está de moda. Lo único triste es que te olviden”.
Este lunes pasado, mientras a las 9 y 53 sonaba la sirena en la calle Pasteur y la memoria de la impunidad volvía a gritar su dolor y su bronca por 28º.año consecutivo, también en su contexto estaban y están sucediendo hechos que nos demuestran con dureza por qué esa impunidad es no sólo posible sino desafiante.
Hace 22 años se creó la IHRA (Alianza Internacional para Recordación del Holocausto) con la Shoá como objetivo central de investigación y educación, pero también como herramienta esencial en el combate al antisemitismo. Hoy hay 35 estados miembros, y varios observadores. América Latina tiene un solo miembro, Argentina, y 2 observadores, Brasil y Uruguay. ¿Dónde está el resto de América Latina?. No nos referimos a Venezuela o Cuba o Nicaragua o Bolivia. El resto, el que está haciendo un culto a la indiferencia.
Hace poco tiempo el IHRA adoptó una definición de antisemitismo que ha sido adoptada masivamente en Europa y en Estados Unidos. Varios gobiernos latinoamericanos también. Les resulta una herramienta vigorosa para aventar presuntas dudas o falsedades, para que quede claro que la negación de la Shoá es inaceptable, que anti sionismo como lo practica el Consejo de DDHH de la ONU es lisa y llanamente antisemitismo. ¿Toda América Latina acepta esa definición? De vuelta, no. Y de vuelta sacamos de la respuesta a esa pregunta el antisemitismo rampante de las dictaduras o el populismo de Bolivia. ¿Dónde están los demás? Pues sordos cuando suena la sirena el 18 de julio en la calle Pasteur.
Hace un par de días Kamal Kharazi, quien está al frente del Consejo Estratégico de Relaciones Exteriores de Irán dijo lo obvio en una entrevista con Al Jazeera: Irán puede hacer una bomba nuclear cuando quiera. Casi enseguida el vocero del gobierno Nasser Kanani declaró que el líder supremo de los Ayatolas ha declarado que está prohibido por fatwa(ley islámica) construir armas de destrucción masiva, y desmintió a Kharazi. Los dos mienten. Irán cree que puede hacer una bomba cuando quiere y tiene la voluntad de hacerlo si fuera capaz de lograrlo. Y el gobierno sigue como siempre hablando de su pacifismo justo cuando en la calle Pasteur el mundo recordaba el atentado perpetrado por Irán y por segunda vez en 2 años en Argentina luego de la destrucción de la Embajada de Israel en 1992.
Claro que la impunidad nos duele y mucho, y más aún con tanta indiferencia alrededor. Pero duele e indigna al mismo tiempo el oprobio. Que los perpetradores del mayor ataque terrorista en la región y del ataque al avión panameño en la misma fecha puedan burlarse tres décadas de sus crímenes y tengan sin límite el podio de ONU y cargos en comisiones sobre derechos humanos, habla que la razón de la sinrazón, no sólo enflaquece a la razón como escribió Cervantes, sino enflaquece el presente y futuro de la libertad, la dignidad y la democracia.

Eduardo Kohn.

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