Parashá Vaetjanán, por el rab Yerajmiel Barylka
A CODICIA
¿Qué es la codicia y qué tiene de malo? ¿Es codiciar un sentimiento o una acción?
En Shemot 20:14 leímos: “No codicies [lo tajmod וְלֹא תַחְמֹד] la casa de tu prójimo. No codicies a la esposa de tu vecino, ni al siervo, ni la sierva, ni su toro, ni su burro ni nada que le pertenezca a tu prójimo”. En nuestra parashá notamos un cambio en una palabra y leemos “No codicies la mujer de tu prójimo, ni anheles [veló titavé וְלֹא תִתְאַוֶּה] su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada que sea de tu prójimo (Devarim 5:18). Esto indica que tanto “anhelar” como “codiciar” son acciones prohibidas.
¿De dónde aprendemos que el anhelo de una persona, conducirá a la codicia? Porque las Escrituras hablan de no codiciar y no anhelar (usando ambos términos). ¿Dónde aprendemos que la codicia, conduce al robo? Como está escrito, “Codician las heredades, y las roban; y casas, y las toman; oprimen al hombre y a su casa, al hombre y a su heredad” (Mijá 2: 2). El ansia, la lujuria, -[taavá]-, está en el corazón, como está escrito, “«Querría comer carne», si deseas comer carne, podrás hacerlo siempre que quieras.” (Devarim 12:20), y la codicia, [jimud], tiene que ver con la acción, como está escrito, “no codiciarás el plata y oro sobre ellos [sus ídolos] y tómalo para ti” (Devarim 7:25). (Mejilta).
Quien codicia el sirviente, la casa, los utensilios o cualquier artículo negociable de su compañero, presionándolo hasta que acepte separarse de él, a pesar de que le pague bien por ello, violó la mitzvá negativa de “No codicies”… Pero la persona no es responsable por este cargo hasta que en realidad toma posesión del objeto que codició. Esta es la fuerza del texto que deberás no codiciar la plata y el oro sobre ellos y tomarlo para ti mismo, lo que implica codiciar en acción. (Rambam, Mishné Torá).
El sefer Mitzvot Gadol, en la mitzvá de no hacer no. 158, piensa, sin embargo, que no codiciar [lo tajmod] y no anhelar [lo titavé], significan lo mismo. (El lector notará las dificultades que tenemos en traducir al español estos términos, y sabrá disculparnos).
La esencia de esta mitzvá es que uno debe entrenarse para renunciar absolutamente a toda esperanza de adquirir cosas pertenecientes a otra persona, ya sea bienes raíces, ganado, objetos inertes, etc. Uno no debe incluso pensar en estos y desearlos. Si los codiciara, en última instancia, podría llegar a cometer un asesinato para poseerlos, y acerca de ello leemos todos los días en la prensa.
El Talmud comenta refiriéndose a los desvaríos del pensamiento humano, que “si alguien codicia algo que no es apropiado para él, él terminará perdiendo incluso lo que era apropiado para él”…
Aun así, hay ocasiones cuando codiciar es un rasgo de carácter que está permitido.
Según Bahya ben Asher ben Halawa uno de los más importantes exégetas bíblicos de España, que fuera alumno de rabí Shlomó ben Aderet el Rashba, codiciar realizar ciertas mitzvot de la Torá y las buenas acciones no solo es permisible sino que es digno de elogio.
Una explicación que deseo compartir con vosotros pertenece a rabí Yaakov Tzvi Mecklenburg del siglo XIX, y aparece en su obra Hactav Vehacabalá, sobre el conocido versículo “Amarás a .A. tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Devarim 6: 5), preguntándose ¿por qué debe decir con todo tu corazón? ¿Acaso no alcanzaría si solo dijera ‘con el corazón’? Y responde, que nuestro corazón debe estar totalmente lleno del amor por el Creador de manera que excluya el deseo por lo mundano.
En esas circunstancias sería imposible e innecesario codiciar enfermamente a las delicias de este mundo. Cuando el amor es total, no hay espacio para otras cosas.
Acabamos de salir de Tishá Beav e ingresamos a las Semanas de Consolación que traen consigo lecturas de siete haftarot cuyo contenido tiende a ayudarnos a elaborar el duelo por la pérdida de nuestra soberanía territorial, la destrucción de los dos Templos y muchas desgracias que nos persiguieron a lo largo de la historia.
Podemos preguntarnos si aparte del reanimarnos y reconfortarnos, consolarnos y vivificarnos después de las semanas de desaliento y desesperanza que comenzaron el 17 de tamuz, ¿seremos capaces de modificarnos para ver el futuro personal y nacional con otras gafas?
Una respuesta más que sugestiva la encontramos en la coincidencia de la lectura de Vaetjanán, en la que están escritos nuevamente los Diez Mandamientos y la haftará de este shabat.
Las palabras conciliadoras del profeta Yeshayahu (40) que inician con Najamú Najamú “Consolad, consolad a mi pueblo – dice vuestro Dios”, y que continúan varios versículos más adelante con “que al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía. Los jóvenes se cansan, se fatigan, los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en .A. él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse”, nos traen un mensaje que debemos descifrar.
Para ello nos inspiramos en las palabras de Rabí Tzadok Hacohen Rabinowitz de Lublin (Kreisburg, 1823– Lublin, Polonia 1900), que planteó la provocadora pregunta: “Si el mensaje del profeta Yeshayahu es de consuelo, ¿cómo podría ser apropiado vincularlo con una lectura de la Torá que comienza con Moshé describiendo su llamado a Dios para que se le permita entrar a la Tierra Prometida y junto con él la demoledora negación de Dios?
La respuesta de Rabí Tzadok de Lublin a esta pregunta es profunda.
Moshé, que imploró tanto por ingresar a la Tierra de Israel, insufló con su ánimo la voluntad de lograr el objetivo. Rabí Tzadok nos comparte esta maravillosa idea: “el deseo del hombre llega más al propósito ilimitado que lo que realmente hace la acción de esa persona, que está solo dentro del límite del valor del acto”. Pero, Moshé nació y se condujo en el dominio milagroso en el que Dios proveyó todas las necesidades de los hijos de Israel directamente, incluso surtiéndole de alimentos y agua en el desierto. Fue un mundo en el que los humanos no asumían responsabilidades ni tomaban iniciativas para lograr sus necesidades, excepto cuando reclamaban por su subsistencia. En un mundo gobernado prodigiosamente por Dios, las decisiones humanas, sus logros y sus elecciones tenían un papel menor.
Con el cambio de guardia, cuando los hijos de Israel deben ingresar a la Tierra Prometida, la asociación con el Todopoderoso se transformó para siempre. Ese es el mensaje relevante. Empieza la era de las decisiones humanas y de su responsabilidad, la construcción de la sociedad de Dios en la tierra se convirtió en el signo más tangible de comunidad con Dios cuando ahora las personas no solo deben elegir sino también ejecutar. La partida de Moshé convirtió a los hijos de Israel de niños a adultos. (Ver Pri Tzadik Vaetjanán 13).
Y ese mensaje es el que surge de la conjunción del rechazo al ingreso a Moshé a Israel, ya que no estaba preparado para un liderato del nuevo signo y la haftará, que nos invita a tomar en las riendas nuestro destino después de tanto sufrir y construir no sólo un estado modelo, sino dar los pasos necesarios para la verdadera redención.
Y a partir de esto, será cierto que incluso nuestras oraciones no serán rechazadas. Porque realmente todas las oraciones del pueblo Israel actúan espiritualmente, cada alma individual de acuerdo con el valor de su deseo, por lo que obtiene el propósito dirigido a consolar a su corazón. Quien llora por la destrucción de Jerusalén del pasado, puede alegrarse con su belleza y progreso. Israel se regocijará en sus obras, los hijos de Sión descubrirán en su reinado.
¿Hay consuelo en este mensaje? El rabino Tzadok afirma que la relación potencial con Dios es mucho más difícil para una persona con pensamiento independiente que cuenta con mentalidad adulta que para una persona dependiente. La responsabilidad tiene un precio. Lo más significativo es que las acciones y las elecciones de uno tienen significado. Dios nos consuela al hacernos saber que no estamos solos en este proyecto. Su presencia está con nosotros para darnos la fuerza necesaria para conquistar los desafíos que enfrentamos en la realidad terrenal. Por ello es necesario que digamos Najamú exactamente después de Vaetjanán.
Diferencias entre la caída del Primer y Segundo Templo
La Guemará en Masejet Yoma (9b) discute las diferencias entre la caída del Primer Templo, a manos de los babilonios en 568 antes de la hora, y la caída del Segundo Templo después de la Gran Revuelta contra Roma en el año 70 de la era común.
Una de estas diferencias, observa la Guemará, es que antes de la destrucción del Primer Templo, “nitgalé kitzam” – el fin del exilio estaba previsto. El profeta Irmiahu informó al pueblo antes de la destrucción que el exilio de Babilonia duraría sólo setenta años, después de lo cual los judíos se les permitirían regresar a Eretz Israel y reconstruir el Templo y el país. Ninguna profecía de este tipo fue dada antes de la destrucción del Segundo Templo, y hasta el día de hoy no sabemos cuándo ni cómo terminará el exilio.
La razón de esta distinción, explica la Guemará, es porque “Rishonim… nitgalé avonam… Ajaronim… lo nitgalé avonam” (“a los primeros – les fue revelado su pecado… a los posteriores no”). Rashí explica que la gente del Primer Templo cometió sus pecados abiertamente, sin tratar de esconderlos, y así el final de su exilio también fue “abierto” y revelado. Los judíos del Segundo Templo, por el contrario, pecaron secretamente, tratando de disfrazar su conducta, pensando que podían esconder sus acciones de Dios, y así el final del exilio actual es similarmente “oculto”.
Rav Moshé Amiel (1883-1945) en su obra Drashot El Ami, vol. 3, ofrece una explicación muy sugestiva, ya que sugiere que durante el período del Segundo Templo, los judíos cometieron pecados que confundieron con mitzvot. Actuaron guiados por supuestos idealismos y celos, que les sirvieron para justificar conductas criminales e inicuas. Sus pecados no fueron “revelados”, ya que estaban ocultos bajo una capa de altruismo y piedad. En el período del Primer Templo, el pueblo pecó sin ninguna pretensión de idealismo. Abiertamente reconocían su traición a Dios y su devoción por la adoración a deidades extranjeras, sin hacer ningún intento de conciliar su comportamiento con la Torá.
El Rav Amiel señaló que si bien es generalmente cierto que una “aveirá goreret aveirá” – un pecado lleva a otro – los yerros cometidos bajo el pretexto de altruismo son especialmente peligrosos, ya que producen la ruptura de todas las barreras y límites. Buscan exclusivamente las faltas del “otro”, para poder seguir delinquiendo impunemente.
Una vez que una persona se convence que persigue una meta elevada y altruista, está dispuesta a violar todas las reglas sin compunción ni tribulación, ya que los fines idealistas justifican para él todos los medios criminales.
El rav Amiel señala que el comentario más famoso de la guemará en Masejet Yoma, que el Segundo Templo fue destruido por el pecado de sinat jinam – el odio infundado entre el pueblo, que también este pecado, estaba disimulado detrás de una máscara de altruismo. La gente se convenció de que no sólo les estaba permitido, sino que estaban obligados a despreciar y luchar contra los judíos que seguían un enfoque o una ideología diferentes a las propias. Así les resultó muy fácil durante el período del Segundo Templo que un pecado tan grave como el de sinat jinam fuera visto como una mitzvá, un padecimiento grave y corrosivo se convertía a sus ojos en una misión sagrada.
El azote del sinat jinam continúa hasta el día de hoy, cuando, como en los tiempos del Templo, muchos de nosotros consideramos en nombre del idealismo y de nuestras convicciones, al odio como mitzvá. De ello somos testigos diariamente y vemos hasta donde este corrosivo ha atacado incluso a las elites de estudiosos, que deberían ser los primeros en rechazarlo.
Si deseamos ser dignos de la redención el primer paso consiste en reconocer este pecado como tal y convencernos que el odio supuestamente idealista es injustificado y sólo sirve para continuar perpetuando los males espirituales que impiden la liberación total que los tiempos mesiánicos nos pueden ofrecer.
En la plegaria encontramos consuelo
La parashá de esta semana es muy rica en temas y en conceptos, que deben ser estudiados profundamente. Su coincidencia con Shabat Najamú, nos obliga a detenernos, por un instante, para encontrar consuelo en el dolor provocado por la destrucción. El sufrimiento que no hemos podido superar, pese a que Israel se encuentra en proceso acelerado de construcción y Jerusalén se encuentra en su esplendor.
Relata el Talmud en Ma[l]cot 24 b que Rabán Gamliel, Rabí Eleazar ben Azarya, Rabí Yehoshúa y Rabí Akiva subieron a Jerusalén y al llegar a Har Hatzofim, rasgaron sus ropas (en señal de duelo). Cuando alcanzaron el Monte del Templo, vieron a un zorro que salía del lugar del Kodesh Hakodashim el -Sancta Sanctórum-. Empezaron todos a gemir y Rabí Akiva reía. Le preguntaron: ¿Por qué sonríes?, y él les respondió ¿Ustedes, por qué lloran? Le contestaron: sobre este es lugar está escrito «y el extraño que se acerca debe morir» (Bemidbar 1) y ahora los zorros caminan sobre él, ¿cómo no vamos a llorar? Rabí Akiva les contestó: por eso río, como está escrito en Yeshayahu 8 «voy a atestiguar con testigos fieles, con Uría el cohen y con Zejaria ben Ievarjihu». ¿Por qué está Uría junto a Zejaria? Uría vivió durante el Primer Templo y Zejaria durante el Segundo. El motivo es que están conectados por un versículo de la profecía de Zejaria y con el de la profecía de Uría. La profecía de Uría está escrita en Mija 3: «Por tal razón, por su culpa, Sión será arada como un campo, Jerusalén se convertirá en una pila de escombros y el Monte del Templo será como montes cubiertos de bosque». En Zejaria está escrito (Zejaria 8:4) «Así dijo el Dios de los Ejércitos, todavía se van a sentar ancianos y ancianas en las calles de Jerusalén y el hombre con su apoyo en su mano por su longevidad. Y las calles de la ciudad se llenarán de niños y niñas que jugarán en sus calles.» Hasta que no se cumplió la profecía de Uría temí que no se iba a cumplir la profecía de Zejaria, pero ahora que se cumplió la profecía de Uría, sé que la profecía de Zejaria se cumplirá. Ellos le dijeron: “Akiva, nos consolaste”: “Akiva, nos consolaste”.
En las últimas semanas de tamuz de este año, 5779, se vieron zorros en la zona de Cotel como en tiempos de Rabí Akiva.
La lectura semanal comienza con una muestra del diálogo sin intermediarios entre Moshé y .A., cuando aquel implora –Vaetjanán -. Para Moshé igual que para todo creyente, la plegaria es una manera de diálogo entre la persona y .A. Uno habla, el Otro escucha y responde.
Ese diálogo que, a veces se produce inconscientemente, es una plegaria. Fue llevada a cabo por el pueblo judío desde la primera destrucción y el primer exilio también en referencia al pedido, casi la exigencia del pueblo a .A., para que permita el regreso a Sión, la llegada de Mashiaj, y la reconstrucción del Templo.
La tefilá no siempre es pacífica y cordial. No siempre es rutinaria. No siempre contiene palabras que no se comprenden y que fueron escritas por otro e introducidas en el sidur –el orden de las oraciones o devocionario-, o, en el majzor –ese calendario que se transformó en libro de oraciones de las festividades con los años-.
La oración auténtica se eleva en momentos de crisis profunda, de gigantesca alegría o por medio de un esfuerzo de comprensión que uno se encuentra frente al Santo Bendito que oye y que responde.
¿Cuál es la plegaria auténtica que se hace sin esfuerzo alguno? – Cuando una madre implora en el momento en el que se sacan los sifrei torá del arca por la integridad de su hijo en el frente de guerra, o una esposa suplica por el regreso de su pareja que cayó en cautiverio y no sabe acerca de su suerte, cuando un hijo llora pidiendo por la vida y la salud de su madre desahuciada, por una madre estéril pidiendo que su matriz fructifique. En esos casos no son necesarios esfuerzos para llegar al grado de la cavaná –la intención- necesarias para que la oración se eleve. La cavaná viene sola. Silenciosamente se convierte en –hitlahavut- esa exaltación frenética a la que llegan quienes pueden abrir sus corazones para el servicio que es definido así en masejet Taanit 4.
En nuestros días, la oración privada y la que se dice en los templos, particularmente cuando la lengua del sidur no es la que se habla, ese desafío de conversión espiritual es muy difícil y las condiciones no siempre son las propicias.
La mecánica hace rutina. La rutina hace costumbre, que opaca la emoción. Sólo ver con qué facilidad las personas interrumpen frases para conversar con el vecino de asiento durante el servicio religioso en los templos o para saludar a quien ingresa al recinto, nos demuestra que la presencia divina no es percibida en su totalidad en los solemnes momentos de presentación ante .A. en medio de la comunidad. La ropa que algunos llevan no es apropiada. La hora de llegada destaca la poca trascendencia de ese acto colectivo.
Como en aquel relato jasídico que nos cuenta que el Baal Shem se quedó en la entrada del templo semi vacío y no ingresó a él. Sus jasidim esperaron que se decida y él no entraba. Nadie se animó a preguntarle el porqué de su indecisión hasta que un atrevido lo interpeló. El Baal Shem Tov le dijo que no podía ingresar porque no había espacio. Todos quedaron sorprendidos. Dentro del recinto había apenas un minián y muchas sillas vacías… El Baal Shem después de unos minutos dijo, -si-, está vacío de personas, pero, lleno de las oraciones que no ascendieron al cielo porque fueron dichas sin intención y no salen, por lo que no hay espacio aquí.
Hay que encontrar la manera para evitar que las palabras y los pensamientos en el diálogo con .A. no queden flotando, porque si ello sucede no se puede esperar ninguna respuesta.
Regresemos por un instante a nuestra parashá.
Moshé implora pero su pedido no es respondido: “Pero por causa de ustedes .A. se enojó conmigo y no me escuchó, sino que me dijo: “¡Basta ya! No me hables más de este asunto”. Es evidente que Moshé está enojado. Su ilusión mayor se ha frustrado. No ingresará a la Tierra Prometida. Apenas la podrá ver de lejos antes de su muerte. Sus restos no descansarán en lugar conocido, y fuera del territorio israelí. De alguna manera, como interpreta Ramban, – Najmánides- habla dirigiendo la culpa al pueblo no sólo por el daño que se provocó a sí mismo sino también a él. Se sube a la barca en la que se encuentra el pueblo y que se hunde. En este momento, Moshé toma conciencia de su destitución como conductor del pueblo. En este pedido que hace dialogalmente con .A., recibe respuesta. Clara. Categórica. Pero, no es la esperada. .A. le contestó “¡Basta ya!”. “No” – es también una respuesta.
Vemos aquí que el hombre de fe, el justo, quien desobedeció la voz de .A. apenas algunas pocas veces, quien estaba lleno de méritos, recibe respuesta, aunque sea negativa. Pero, no pierde la fe. Las probabilidades que .A. accediera a su pedido, -lo sabía Moshé- eran casi nulas. Pero él, igualmente habla con .A. y éste le responde. Llora y clama, como cuando un niño pide que sus padres revoquen una decisión que sabe es irrevocable porque le causará daño. Pide y llora. Clama e implora. Tiene fe. Sabe que el Padre, es misericordioso y aun cuando no logra lo que pide, una y otra vez, no por ello dejará de suplicar hasta su último suspiro en este mundo.
Nosotros los seres comunes, no nos conectamos con .A. cuando nuestra “transmisión” del mensaje, no se realiza en la frecuencia en la que .A. espera de nosotros. No es sorpresa que no oigamos la respuesta. No la hay ni la puede haber porque no hay diálogo.
Algunos pocos, aquellos que trabajan su espíritu, tienen la capacidad de coordinar la intención con las palabras y elevarse apasionados y vehementes. Ellos dialogan. En algunos casos, .A. contesta positivamente. En otros, su respuesta es negativa. Por eso pedimos que oiga nuestra voz, que se compadezca de nosotros y que acepte nuestras invocaciones.
Si así actuamos vamos a poder dialogar sin intermediarios y oír la respuesta. Tanto cuando pedimos por otros, cuando lo hacemos por nosotros y nuestras familias y cuando las elevamos por todo el pueblo.
En shabat Najamú, pediremos también por la pronta reconstrucción del Bet Hamikdash.
Si todos unimos los corazones y las voces, hay grandes probabilidades de verlo en nuestros propios días.
También en la plegaria encontraremos consuelo.
PARASHAT VAETJANAN – confrontar nuestras propias limitaciones
Los versículos del inicio de Parashat Vaetjanán registran un acontecimiento filosóficamente conmovedor de esperanzas rotas y oraciones negadas.
Años antes, Moshé había escuchado las palabras que deben haberle llenado de una tristeza inconmensurable. Debido a un error descrito por la Torá solo como un vago pecado de omisión, cuando en una ocasión no había logrado santificar a Dios en presencia de los israelitas, le dijeron que no se le permitiría traerlos a la Tierra Prometida. (“Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aharón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces Moshé tomó la vara de delante de .A., como él le mandó. Y reunieron Moshé y Aharón a la congregación delante de la peña, y les dijo ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moshé su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y .A. dijo a Moshé y a Aharón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” Bemidbar 20: 8-12).
Cada uno de nosotros, como Moshé, tendrá que reconocer algún día que hay sueños que no veremos cumplidos y esperanzas que no lograremos. Comenzamos la vida con todo el potencial; como niños pequeños, parece que no hay límite para lo que podríamos lograr. Poco a poco se impone la realidad de nuestras limitaciones. Eventualmente alcanzamos la etapa en la que debemos reconocer que nuestras vidas llegarán a su fin e incluso algunas de las metas más modestas y realistas que nos hemos propuesto quedarán incumplidas.
A veces desplazamos estos sueños a nuestros hijos. Lo que fallamos en lograr, tal vez ellos lo harán. Pero generalmente pasamos por el mismo proceso con ellos; pueden lograr cosas que nosotros no hicimos, cosas de las que nos enorgullecemos, pero raramente logran todo lo que un padre soñará. Eventualmente alcanzamos la etapa en la que debemos reconocer que nuestras vidas llegarán a su fin e incluso algunas de las metas más modestas y más realistas que nos hemos propuesto quedarán incumplidas.
¿Cómo respondemos a este reconocimiento? ¿Nos enojamos con Dios porque no fuimos tan talentosos o afortunados como otros? ¿Atacamos con resentimiento a aquellos que ahora son más jóvenes, más prometedores, más hábiles que nosotros? ¿Abandonamos causas que valen la pena porque no hemos podido dejar nuestra huella personal sobre ellas, o porque otros han tomado nuestro lugar y ya no somos necesarios como pudimos haber sido alguna vez? ¿O podemos aceptarnos a nosotros mismos, enorgullecernos de lo que hemos podido lograr y atemperar la frustración de nuestras deficiencias con el conocimiento de que los demás llevarán adelante los valores a los que aspiramos?
La madurez nos impulsa a confrontar nuestras propias limitaciones, a aceptar lo que no se puede cambiar, en la fe de que con todos nuestros defectos y debilidades, con todos nuestros sueños no cumplidos y nuestras esperanzas desilusionadas, cada uno de nosotros en nuestra individualidad única es apreciado por Dios, quien quiere que seamos lo mejor que podemos ser, pero que acepta nuestra humilde contrición por lo que no logramos.
“Y oré a .A. en aquel tiempo, diciendo… Pero .A. se había enojado contra mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo .A.: Basta, no me hables más de este asunto… manda a Yehoshúa, y anímalo, y fortalécelo; porque él ha de pasar delante de este pueblo, y él les hará heredar la tierra que verás” (Devarim 3: 23, 26, 28).
De Moshé aprendemos que no importa cuán talentosos o influyentes seamos, el futuro no siempre es maleable para nuestros deseos y nuestra voluntad; la decepción está entretejida en la estructura de la condición humana; y cualquiera que sea la respuesta que recibamos a nuestra oración, podemos aceptar nuestro destino, nuestros límites y nuestra mortalidad, con dignidad y paz.
Moshé no aceptó este decreto sin protestar. Se nos dice que Moshé oró e imploró a Dios que cambiara de opinión y le concediera permiso para que cumpliera su sueño guiando a la gente a la tierra de su destino. Pero esta oración recibió una respuesta firme y negativa: “Lo taavor et hayardén hazé”, “No cruzarás el Yardén”… “Sube a la cumbre y alza tus ojos al oeste, y al norte, y al sur, y al este, y mira con tus propios ojos; porque no pasarás el Yardén” (Devarim 3:27).
Incluso Moshé, entonces, no tuvo poder para cambiar su destino final. Sin embargo, todavía tenía que tomar decisiones. Podría haber dicho: “Mira Dios, creo que me has dado un trato horrible”. Durante cuarenta años he seguido Tus instrucciones y soportado a esta gente petulante, y luego, debido a un pequeño deslizamiento, me niegas el derecho de terminar lo que comencé. Y cuando apelo, me dices, en efecto, que me calle. No creo que sea justo. Obtén otro líder si puedes”.
O, podría haberse dicho a sí mismo: “Si no puedo llevar a la gente a la Tierra Prometida, me aseguraré de que me extrañen”. ¿Por qué mi sucesor debería obtener toda la gloria? No voy a levantar un dedo para ayudarlo; Probablemente fracase, y la gente deseará que yo todavía esté cerca”.
O, podría haber continuado su protesta contra Dios hasta el final, rehusándose a obedecer sus instrucciones de escalar la montaña en busca de una visión lejana, intentando conducir a la gente a través del Yardén contra el deseo de Dios.
Todas estas opciones fueron posibles y todas fueron rechazadas por el líder.
A pesar de lo que debe haber parecido una decisión injusta, Moshé continúa confiando en la sabiduría y el amor de Dios. Él hace todo lo posible para preparar a su sucesor, Yehoshúa, para fortalecer la posición de Yehoshúa a la vista de la gente y para edificar la moral de su alumno con ánimo y consejos.
Él insta a la gente a permanecer fiel a sus propios ideales y las enseñanzas de Dios después de que él se haya ido.
Y luego, en el último capítulo de la Torá, se sube solo a la cima de la montaña para su encuentro con la eternidad, aceptando su fin con la confianza de que otros continuarán su trabajo, enfrentando la muerte con tranquila dignidad y paz interior.
También en esta situación del fin de su vida nos siguió enseñando lecciones imborrables que ojalá podamos asimilar.
SHABAT NAJAMÚ
La esencia del luto reside en la lucha con el dolor y la conmoción por la pérdida y la destrucción de algo cuya estabilidad y existencia alguna vez se habían dado por sentadas. La crisis surge cuando una persona se encuentra con un mundo en el que elementos centrales de su vida han muerto o han sido destruidos, elementos que habían sido fijos y estables. El golpe es tan grande que no puede imaginar su vida sin ellos ya que nunca creyó que realmente desaparecerían.
Tishá Beav incluye un elemento de arrepentimiento, ya que de las lecciones del pasado podemos aprender el precio del pecado y la necesidad de arrepentirse para evitar su repetición. Esta idea surge de la Guemará en Pesajim (54b) que define a Tishá Beav como un ayuno público que son días de reprensión y arrepentimiento, y fue subrayado por Rambam en su introducción a la historia de los ayunos observados todos los años: “Hay días en los que todo el pueblo de Israel ayuna debido a las tribulaciones que ocurrieron allí, con el fin de remover los corazones y despejar el camino hacia el arrepentimiento. Esto sirve como un recordatorio de nuestros malos caminos y del comportamiento de nuestros antepasados, que era como nuestro comportamiento ahora, tal que trajo estas tribulaciones sobre ellos y sobre nosotros. Recordar estos asuntos nos hace volver al camino del bien y mejorar nuestros caminos”. (Hiljot Taaniyot 5: 1)
A la luz del doble carácter de Tishá Beav, se espera una doble respuesta: palabras de consuelo para una nación afligida y un llamado al arrepentimiento a la luz de las lecciones de la destrucción.
En consecuencia, siguiendo a Tishá Beav, los haftarot siguen un curso doble. Al principio, las haftarot se enfocan en el mensaje de consolación que viene a fortalecer a una nación en duelo, y por lo tanto inmediatamente después de Tishá Beav, comenzamos a leer el ciclo de siete haftarot de consuelo.
Luego, pasamos a leer capítulos de arrepentimiento. Estos haftarot se adhieren a los días de arrepentimiento de Elul y Tishrei, pero también encajan con las haftarot de consuelo leídas durante el verano boreal como parte de nuestra respuesta a Tishá Beav.
El rav Moshé Lichtenstein que se desempeña como uno de los rashey yeshivá de la Yeshivá ubicada en Alón Shvut, hace un profundo análisis del tema cuyo extracto compartimos con nuestros lectores.
La costumbre de leer haftarot de consuelo después de Tishá Beav está ampliamente documentada por los Rishonim y continúa hasta nuestros días. Como ya mencionó Tosafot (Meguilá 31b, Rosh Jodesh), estamos tratando aquí con una costumbre muy antigua, que está arraigada en el antiguo rito observado en Eretz Israel y que nos es familiar a través de Pesikta que nos enseña a leer tres haftarot de condenación antes de Tishá Beav: Divrei Irmiahu, Shimu dvar Hashem y Jazón Yeshayahu, y después de Tishá Beav siete haftarot de consuelo y dos haftarot de arrepentimiento: Najamú Najamú, Vatomer Tzión, Aniya soará levadá, Anoji anoji, Roni akara, Kumi ori, Sos asís, Dirshu y Shuva.
Dirigiéndose al orden de las Haftarot, Tosafot observan que las haftarot de la consolación están ordenadas en orden ascendente, ya que “es el camino de los consuelos el que se consuele cada vez más (que pasa el tiempo o que se reciba consuelo)”. En otras palabras, la haftará de “Najamú Najamú” ofrece el menor consuelo, mientras que “Sos asis” proporciona la mayor cantidad, habiendo un aumento constante en el consuelo de haftará a haftará y de Shabat a Shabat, durante el período entre Parashat Vaetjanán y Parashiot Nitzavim-Vaielej cuando leemos los siete haftarot de consuelo.
De hecho, nuestra haftará (Yeshayahu 40: 1-26) no comienza con las nuevas de la redención y el regreso a Sión, sino que simplemente afirma que los problemas de Israel cesarán, porque el período de castigo ha llegado a su fin. No hay redención o arrepentimiento; solo el fin de los problemas de Israel y el regreso a la rutina. Ya Ibn Ezra señala un pasuk en Eijá (4:22) que expresa la misma idea: “El castigo de tu iniquidad se ha cumplido, hija de Sión, él no te llevará más lejos en exilio”. También está formulado en términos negativos y no anuncia un cambio positivo. Esto explica la duplicación encontrada en el versículo inicial de la haftará, “conforta a mi pueblo, consuélalo”, una formulación destinada a transmitir el respiro y la tranquilidad después un período de duro exilio. Estas palabras no reflejan un llamado a movilizar la fuerza interna del pueblo frente a la inminente redención y cambiar su mentalidad de pasividad a disposición para olvidar el exilio y dejarlo, sino más bien un deseo de calma y tranquilidad. Lo que subyace en esta promesa es cansancio y agotamiento, y la promesa viene sólo para declarar su finalización. Por lo tanto, el profeta usa una expresión suave y doble, ya que es su intención acariciar verbalmente a su gente cansada. La relación entre Israel y Dios es descrita como una relación entre un pueblo y Elohim, lo cual es apropiado en el contexto de una declaración sobre la finalización del término de castigo de Israel. Israel se define como la gente de Dios y por lo tanto fue penalizado con el castigo del exilio; Dios es descrito como Elohim, el nombre que denota el servicio de Dios como rey y juez del mundo. Como juez de su mundo y su pueblo, Dios decide que Jerusalén ha sido castigada lo suficiente. Fundamentalmente, la declaración sobre el perdón de la iniquidad de Israel se presenta como un anuncio legal que libera a Israel de un castigo adicional, y por lo tanto el profeta elige el nombre divino que refleja el rol judicial de Dios. Esta posición es bastante diferente de la que encontramos en las haftarot para leer en las próximas semanas que hablan de relaciones familiares, por ejemplo, la relación entre padres e hijos o entre marido y mujer. Parece que la transición de la descripción de la relación entre Israel y Dios como una relación entre un pueblo y Elohim a una relación entre una novia y un novio que se regocijan mutuamente, es lo que subyace a la suposición de que los haftarot expresan un consuelo cada vez mayor. Esta es la clave para entender lo que dicen las Tosafot sobre el mejoramiento constante de los consuelos (que ha sido objeto de una gran discusión a lo largo de las generaciones). Aquí, al principio, se nos presenta una relación entre un pueblo y Elohim, que es la relación más básica entre Israel y Dios, pero también la que enfatiza la distancia entre ellos.
La profecía continúa con la descripción del estado de redención (Y no sólo el cese del castigo). Sino que esta es una redención realizada para la gloria del cielo y no para el hombre. El objetivo de esta redención es que “la gloria de .A. será revelada, y toda carne juntamente la verá, porque la boca de Dios la ha hablado” (v. 5). De ahí provienen las dos características dadas por el profeta: 1) la devastación de la naturaleza, y 2) la pequeñez del hombre. El primero es descrito por Yeshayahu en los famosos versículos que profetizan sobre una transformación de la topografía del mundo y una “reparación” de la naturaleza mediante la nivelación y “redención” de sus imperfecciones: “cada valle será exaltado, y cada montaña y colina será rebajado: y lo torcido se enderezará, y los lugares ásperos serán llanos” (v. 4). Esta descripción de la naturaleza como experimentar un cambio radical en el futuro encaja con la descripción de la redención como que viene a exaltar la gloria del cielo y para señalar la capacidad de Dios para cambiar el mundo natural así como la pequeñez del universículo en relación con su grandeza.
La haftará continúa con el otro lado de la moneda, es decir, la pequeñez del hombre en comparación con Dios: toda carne es hierba, y toda su flor se desvanece: cuando el aliento del Señor sopla sobre ella: seguramente la gente es como hierba. La hierba se seca, la flor se desvanece, pero la palabra de nuestro Dios permanecerá para siempre. (vers. 6-8)
Entonces, el profeta pasa a las nuevas de la redención: “tú que traes buenas nuevas a Sión, que te eleven a la montaña alta: tú que traes buenas nuevas a Jerusalén, alzas tu voz con fuerza; levántalo, no tengas miedo; di a las ciudades de Yehuda: ¡He ahí a tu Dios! He aquí, .A. el Señor vendrá con poder, y su brazo se enseñoreará de él; he aquí, su recompensa está con él, y su salario delante de él. Él alimentará a su rebaño como un pastor: Él reunirá los corderos con Su brazo, y los llevará en Su seno, y guiará gentilmente a los que están con crías” (vers. 9-11).
La brecha entre estos versículos y los primeros versículos de la haftará es sorprendente. Aquí estamos lidiando con buenas nuevas que deben difundirse en todas las direcciones para anunciar un nuevo futuro (“Tú que traes buenas nuevas a Sión, subes a la alta montaña: Tú que traes buenas nuevas a Jerusalén, alza tu voz con fuerza”), y la redención de que Dios traerá a su pueblo, y no solo un cese de problemas (“He aquí, el Señor Dios vendrá con poder, y su brazo gobernará por él; he aquí, su recompensa está con él, y Su contratación antes que él”).
Del mismo modo, la conexión entre Dios y su pueblo se presenta bajo una luz completamente diferente: Dios no se presenta como Elohim que juzga a su pueblo y pone fin a sus problemas porque han sido suficientemente castigados y no hay justificación para un castigo adicional, sino más bien como un pastor que se preocupa por su rebaño. Así como un juez es más fuerte que el juzgado, un pastor es más fuerte que sus ovejas, pero usa su fuerza para preocuparse por ellos y por sus necesidades por misericordia y compasión. Además, el profeta no solo usa la imagen del pastor fiel para presentarnos una figura fuerte y responsable, sino que enfatiza la preocupación del pastor por los débiles y vulnerables, y la profundidad de esa preocupación. “He aquí, el Señor .A. vendrá con poder, y su brazo gobernará por él”, pero su fuerza no empequeñece al hombre ni le causa daño, en la forma de un gobierno fuerte e irresponsable (como argumentó Yiov en los momentos más difíciles), sino que se preocupa por Israel.
La fuerza de .A. se activa para el beneficio de los débiles y desafortunados a fin de redimirlos (“Él reunirá los corderos con Su brazo, y los llevará en Su seno, y gentilmente guiará a los que están con los jóvenes”).
Para resumir, la primera mitad de la haftará se compone de tres unidades: 1) consuelo de que los problemas de Israel han llegado a su fin; 2) redención por la gloria de Dios; 3) La redención de Israel como pueblo de Dios. Un cierto desarrollo es evidente aquí. Al principio, se describe a Dios como fuerte, pero no hay redención, solo consuelo. A esto le sigue la redención, pero por el bien de la gloria de Dios, y sin conexión con Israel, que ni siquiera se menciona. También en la tercera sección, se describe a Dios como más fuerte que el hombre, con la brecha entre ellos comparada con la brecha entre un pastor y su rebaño, pero Israel es redimido por la preocupación de Dios por ellos como su pueblo. Vemos, entonces, que el hilo común que atraviesa la profecía es la grandeza y la exaltación de .
A., pero hay un desarrollo con respecto al curso de la redención y la forma en que avanza. Aquí la primera mitad de la haftará llega a su fin. En la segunda mitad, el profeta continúa desarrollándose con gran intensidad y enfoca la idea de la grandeza y trascendencia de Dios. En esta sección, el profeta enfatiza la grandeza y exaltación de .A. con respecto al mundo creado y la nulidad del hombre ante Él, y no solo la habilidad de Dios para redimir a Israel. Así, la haftará toma un giro metafísico que es especialmente apropiado para aquellas secciones de Parashat Vaetjanán que tratan sobre la entrega de la Torá y la lucha contra la adoración de ídolos que se enfatiza en la Torá junto con su descripción de la experiencia del Monte Sinaí. Por lo tanto, la haftará encaja bien con la parashá, pero esta sección no es una continuación del consuelo, ya que la idea de redención y consuelo que se encuentra al comienzo de la haftará no se repite en la segunda mitad, y la haftará termina con Santidad exaltada de Dios El mismo Yeshayahu, sin embargo, continuará con los temas de la redención y el consuelo en el próximo capítulo, que se leen como la haftará de Parashat Lej Leja. El profeta enfatiza la idea de la nulidad del hombre en relación con .A. en muchos niveles, mostrando un claro desarrollo. Primero que nada, en el plano del tiempo: el hombre es tiránicamente gobernado por el tiempo y el proceso de destrucción, mientras que Dios está por encima de todo eso (“La belleza y la eternidad pertenecen a Ti que vive para siempre”): Toda carne es hierba, y todo su gracia es como la flor del campo: la hierba se seca, la flor se desvanece: cuando el soplo de .A. sopla sobre ella: seguramente la gente es como la hierba. La hierba se seca, la flor se desvanece, pero el mundo de nuestro Dios permanecerá para siempre. (vers. 6-8) Segundo, desde la perspectiva de la sabiduría divina en contraste con el conocimiento humano (“Conocimiento y palabra te pertenecen a ti que vive para siempre”): ¿Quién ha medido las aguas en el hueco de Su mano, y dado el cielo con el palmo, y comprendió el polvo de la tierra en una medida, y pesó los montes en escamas, y las colinas en una balanza? ¿Quién ha dirigido el espíritu del Señor, o siendo su consejero lo ha enseñado? ¿Con quién tomó el consejo, y quién le instruyó, y le enseñó en el camino del juicio, y le enseñó conocimiento, y le mostró el camino del entendimiento? (vers. 12-14) Tercero, desde la perspectiva del poder y el dominio (“La regla y el dominio pertenecen a Ti que vive para siempre”): Eso lleva a los príncipes a la nada; Él hace a los jueces de la tierra como vanidad. Apenas están plantados; apenas se siembran; apenas han echado raíces en la tierra: simplemente sopla sobre ellos y se marchitan; y el viento de la tormenta los quita como rastrojo. (vers. 23-24) Y cuarto, incluso desde la perspectiva de la inmensidad del Creador en contraste con la pequeñez del hombre (“La grandeza y la grandeza te pertenecen a Ti que vive para siempre”): He aquí, la na son como la gota de un cubo, y se cuentan como el pequeño polvo de la balanza: he aquí, Él toma las islas como polvo fino. Y Líbano no es suficiente para el combustible; ni sus bestias son suficientes para un holocausto… Es Él quien se sienta sobre el círculo de la tierra, y sus habitantes son como saltamontes; que extiende los cielos como una cortina, y los despliega como una tienda para habitar. (vers. 15-16, 22)
La conclusión que surge de todo esto es declarada explícitamente por el profeta (“Esplendor y eminencia pertenecen a Ti” que vive para siempre”): todas las naciones delante de Él son como nada; y se le cuentan menos que nada, y vanidad. ¿A quién comparas con Dios? ¿O qué semejanza compararás con Él? … ¿A quién entonces me compararás, que yo seré su igual? Dice el Santo. (vers. 17).
Después de dos mil años de exilio, y del calamitoso Holocausto, estamos renaciendo en nuestra propia tierra.
Millones de judíos ya se reunieron en su Hogar, como dijo el naví: “Como pastor pastoreará su propio hato. Con su brazo juntará los corderos; y en su seno [los] llevará. Conducirá a las que están dando de mamar. “(40:11).
Podemos oír que “alguien está clamando en el desierto: “Despejen el camino de .A., hagan recta la calzada para nuestro Dios a través de la llanura desértica. Que todo valle sea levantado y toda montaña y colina sea bajada. Y el terreno lleno de montículos tiene que llegar a ser tierra llana, y el terreno escabroso una llanura”(Versículos 3-4).
En la lectura de Vaetjanán, Moshé nos confía de qué manera suplicó al Todopoderoso, rogándole para que revierta su decisión de frustrar su mayor sueño: permitirle ingresar a la Tierra Prometida.
Pero la suya fue una oración sin respuesta. Moshé persistió en su petición, aunque sabía bien que su solicitud se rechazaría. Tenía esperanza, frente a probabilidades imposibles, no cejó en su súplica sabiendo que la falta de respuesta también es una contestación.
Al final fueron sus hijos encabezados por su discípulo Yehoshúa quienes ingresarían a la Tierra.
Yeshayahu contesta a Moshé y a todos quienes durante cada generación no vieron la redención pese a que tanto pidieron por ella, y lo vemos en cada rincón del Israel de hoy. El profeta nos dice: el tiempo ya es cumplido, es hora de Redención total.
Si los padres no pueden llegar a su Hogar Nacional, lo harán los hijos.
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PARASHAT VAETJANAN – Moed
El Shulján Aruj (Oraj Jaim 559: 4) enseña que la solemne oración Tajanún, en la que suplicamos perdón a Dios, se omite en Tishá Beav, porque Tishá Beav se describe con el término “Moed”- día de fiesta, asueto. Aquí se hace referencia a un versículo hacia el comienzo de Eijá (1:15), que habla del “Moed” (“ocasión”) que trajo la calamidad a Am Israel.
El término “Moed” usado con respecto a Tishá Beav connota, contra intuitivamente, un elemento de alegría en la observancia por lo demás triste de Tishá Beav, y así como omitimos Tajanún en todas las ocasiones festivas: Shabat, Rosh Jodesh y Festividades – también omitimos Tajanún, irónicamente, en Tishá Beav.
El concepto de que Tishá Beav es un “momento festivo” se lleva mucho más lejos en una oscura fuente Midráshica citada por Rav Avraham Yehoshúa Heschel de Apta, en su Ohev Israel (Parashat Devarim). El Midrash comenta: “Nunca hubo un ‘Moed’ para Israel como el día en que el Templo fue destruido”. Mientras que el Shulján Aruj señaló el hecho de que se hace referencia a Tishá Beav con el término “Moed” una afirmación sorprendente por derecho propio, este Midrash hace la sorprendente afirmación de que Tishá Beav es el “Moed” por excelencia, la mayor ocasión en el calendario judío.
El Rebe de Apta ofrece un enfoque significativo para explicar cómo podría describirse Tishá Beav en tales términos. Cita la halajá establecida por la Guemará (Yevamot 62b) que requiere que un esposo pase un tiempo significativo e íntimo con su esposa antes de emprender un viaje. Como el esposo se despedirá de su amada esposa por un período prolongado de tiempo, durante el cual ella se quedará sola sin su amor y compañía, él debe pasar tiempo con ella y llenarla de afecto antes de que se vaya. El Rebe de Apter sugiere que un concepto similar se aplica a nuestra relación con el Todopoderoso. Señala la historia de Yaakov, que dejó la Tierra de Israel por lo que sería la última vez en su vida, y en el camino se detuvo para ofrecer sacrificios a Dios (Bereshit 46: 1). Cuando salía de la Tierra de Israel, el hogar de la Shejiná, por así decirlo, donde vivía en presencia del Todopoderoso, Yaakov se tomó el tiempo para darle a Dios un abrazo final, por así decirlo, para experimentar una experiencia íntima momento con Dios antes de despedirse de su presencia.
Es en este sentido, explicó el Rebe de Apter, que Tishá Beav es el “moed” por excelencia. El término “moed” se refiere a la cercanía y la unión. Un “momento” es un festival en que nosotros, como nación, experimentamos una conexión especial con el Todopoderoso y llevamos nuestra relación con Él a nuevas alturas. Como tal, no hay mayor “Moed” que Tishá Beav.
En el momento de la destrucción del Templo, cuando Dios se vio obligado a retirar Su presencia de Am Israel ya que ya no lo merecíamos, nos dio un “abrazo” final, por así decirlo. Irónicamente, pero profundamente, el día en que nos separamos de Dios y nos metimos en un largo y amargo exilio no es solo un día de extrema tristeza, sino también un día de extrema cercanía. Al igual que los miembros de la familia que se encierran en un abrazo largo e íntimo antes de despedirse el uno del otro por un período de tiempo largo e indefinido, Dios “abrazó” a la nación judía por última vez mientras nos despedía. Y, por lo tanto, no hay mayor “acontecimiento” que Tishá Beav, cuando enfocamos nuestra atención en nuestro gran amor por el Todopoderoso y conmemoramos tanto la devastación de la destrucción como la cercanía especial con Dios que experimentamos en ese momento.
Esta noción se refleja en la representación de Guemará en Masejet Yoma (54b) de la vista que los soldados enemigos vieron en el momento en que destruyeron el Templo. La Guemará cuenta que cuando las tropas asaltaron el kodesh ha-kodashim, el santuario más interno del Bet Hamikdash, vieron que los querubines situados sobre el arca estaban apretados en un abrazo. Varios Rishonim plantearon la cuestión de cómo conciliar el comentario de Guemará con su discusión en otra parte (Bava Batra 99a) sobre la naturaleza milagrosa de los querubines.
La Guemará enseña que cuando Israel observó fielmente la Torá, los querubines se abrazaron, pero en otras ocasiones, no lo hicieron.
No hace falta decir que en el momento de la destrucción del Templo, el pueblo judío no pudo observar adecuadamente la Torá, que es la razón por la cual esta calamidad les sucedió. ¿Por qué, entonces, estaban los querubines abrazados en este momento? La respuesta, tal vez, es que este fue un momento de intensa cercanía entre Dios y su pueblo, y el abrazo de los querubines describió el “abrazo” de despedida emocional entre el Todopoderoso y Am Israel en ese día trágico y doloroso, cuando se despidieron. El uno del otro por un período de tiempo indefinido. (Esta idea sobre el abrazo de los querubines fue compartida por el rabino Dov Loketch).
Por lo tanto, el concepto de que Tishá Beav sea un “Moed” y sea el “Moed” por excelencia, no es en absoluto inconsistente con la triste naturaleza del día.
Nuestro destierro al exilio fue una grave calamidad, pero también fue una ocasión de cercanía especial con Dios, quien permaneció comprometido con nosotros y retuvo su amor por su nación incluso cuando se sintió obligado a retirar su presencia. El “abrazo” final que recibimos en ese trágico día sirve para darnos ánimo y tranquilidad durante el largo y difícil período de exilio, garantizándonos que finalmente regresaremos y nuestra relación con el Todopoderoso se restablecerá por completo.
Por el Rabino Yerahmiel Barylka
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