Tres días que cambiaron el curso de la historia judía
En un día como hoy, hace 125 años, dieron inicio tres jornadas que cambiarían el curso de la historia judía moderna como pocas veces se había visto. En la ciudad de Basilea, Suiza, el 29 de agosto de 1897, se inauguró el Primer Congreso Sionista, que constituyó un hito relevante e inédito por su significado: el comienzo de una búsqueda institucional para la solución nacional del pueblo judío.
Con el arribo de 208 delegados de diecisiete países, se llevaron a cabo sesiones en las cuales se presentaron ponencias sobre la situación de las comunidades judías de diversos países, en las cuales abundaron los discursos sobre las dificultades a partir de los brotes de un nuevo antisemitismo virulento, y también, se expuso y se habló sobre el arte, la historia y la cultura del pueblo judío.
Corrían los últimos años del siglo XIX, como pocas veces durante su extensa historia, los judíos en Europa occidental y central vivían tiempos optimistas, habían alcanzado en el viejo continente un alto nivel en su desarrollo político, económico y cultural. La Emancipación les permitió cortar los lazos con el pasado y veían el futuro como miembros de la sociedad gentil, la misma que se resistía a integrarlos. A pesar del progreso y la asimilación, el antisemitismo no había sido derrotado, el mismo mutó hacia nuevas y violentas expresiones como los pogromos en la Rusia zarista, 1881-1882, y el juicio a Alfred Dreyfus, 1896.
Fue Theodor Herzl quien, con un planteo innovador y desafiante, abordó la idea de la ‘cuestión judía’ como un problema de alcance político mundial y no solo un tema que atañe a los judíos. Según el precursor sionista, era necesario que las naciones modernas comprendieran y ayudaran al pueblo judío a encontrar una solución nacional, tal como lo hicieron las demás naciones.
El primer gran paso de Herzl fue organizar un congreso sionista a nivel mundial. Incidieron en su decisión, la urgencia en adoptar una solución ante los dramáticos sucesos que vivían los judíos en Europa del Este, y el impacto trascendente que había logrado su libro ‘El Estado Judío’ en el que proponía una solución fáctica al drama de los judíos.
Herzl tuvo que superar varias reticencias para la convocatoria al congreso. En un comienzo, su realización estaba programada para el 25 de agosto de 1897 en Munich, pero los organizadores se encontraron con una creciente oposición por parte de rabinos, tanto ortodoxos como reformistas, y de dirigentes políticos comunitarios que se oponían al cónclave bajo el argumento que el congreso en su ciudad ponía en peligro la seguridad de los judíos, ante la sospecha y el cuestionamiento de su patriotismo y lealtad al país en el cual viven, por lo que Herzl trasladó el Congreso a Basilea.
Fue el banquero judío holandés Jacobus Kahn, quien puso a disposición de Herzl y del incipiente movimiento la financiación y las conexiones políticas necesarias para la celebración del primer congreso. Herzl llegó a Basilea cuatro días antes de la apertura del evento y supervisó personalmente la organización del mismo.
La ceremonia de apertura llevada a cabo en la sala del Casino de Basilea fue emocionante. Ante 26 reporteros de los más importantes periódicos europeos, con una presencia de cientos de espectadores sentados en las gradas, se oyó el fervoroso discurso inaugural del decano de los congresales, Karpel Lipa de Rumania, un veterano activista del movimiento Jovevei Sion, quien al darle el martillo de mando a Herzl le expresó: ‘Lo único que necesitamos es una patria’, provocando un unánime aplauso atronador de la multitud.
En su exposición inaugural, Herzl dejó en claro que: ‘Queremos sentar la piedra basal de una casa donde el pueblo judío algún día vivirá’, y resaltó la emigración de los judíos a la Tierra de Israel diciendo: ‘No hay lugar en el mundo donde los judíos se asienten más rápidamente que en su patria histórica’.
Después de arduos debates, el Congreso aprobó el ‘Programa de Basilea’, que declaró al movimiento sionista como el medio para establecer una patria para los judíos en la Tierra de Israel, y estableció medidas de un plan de acción a través del desarrollo de nuevos centros judíos en Israel para realizar una tarea productiva: trabajar la tierra, desarrollar artesanías e industrias, entre otras. El Programa señaló la necesidad de diseñar marcos de organización judía en cada país donde los judíos residen y de crear organizaciones judías internacionales para asistir a aquellas comunidades que se encuentran en dificultades, además de servir como vocero ante diferentes gobiernos.
Al concluir los tres días de debate, Herzl declaró que ‘el primer Congreso Sionista había terminado’. Cuentas las crónicas que estas palabras fueron literalmente tapadas por fervorosos aplausos que duraron casi una hora. Los hombres golpeaban el suelo con los pies, las mujeres agitaban pañuelos. La gente se abrazó y besó, y algunos de los delegados comenzaron a cantar. Otros bailaron sobre sillas y mesas y en todas partes del salón se oyeron las exclamaciones: ¡El año próximo en Jerusalén!
Los ecos del primer congreso fueron enormes, Herzl logró irrumpir en la opinión pública judía y mundial, logró transformar el debate sobre la cuestión judía en una solución nacional. A partir del Primer Congreso, el sionismo dejó de ser una idea nostálgica del pasado y se transformó en una fuerza política hacia un futuro con inusitado vigor.
Al concluir el Primer Congreso Sionista, por primera vez judíos de Oriente y Occidente se unieron en una meta común de unidad nacional. Israel Zangwill escribió: ‘En los ríos de Babilonia nos sentamos a llorar nuestra memoria a Sion. En el río de Basilea nos sentamos y nuestra decisión fue no llorar más’. Al regresar Herzl a Viena, registró en su diario la famosa frase: ‘En Basilea fundé el Estado judío’, y agregaba, ‘si hoy hiciera público este sentimiento seguro que muchos se reirían de mi; quizás dentro de cinco años o cincuenta años todos reconocerán este suceso: un Estado creado y fundado por la voluntad de un pueblo, (…) y para obtener esto, debemos dar a nuestra nacionalidad una expresión abierta y concreta’….
Yehuda Krell.
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