Antes decías que…
No deja de sorprenderme que haya personas que al leer o escuchar algo que digo que difiere de lo que decía años o décadas atrás, me repliquen con un tono de reprimenda diciendo que “Pero si antes pensabas diferente…”. Inclusive algunos ex alumnos de instituciones en las que trabajé antes me preguntan a veces por qué en aquellas épocas no se aplicaban los conceptos que planteo en estos tiempos.
Me deja pensando esta censura al cambio de postura u opinión frente a ciertos temas cuando pasa el tiempo y cambian los contextos y conocimientos científicos disponibles. Por ejemplo, si un arquitecto recomendaba usar materiales de construcción de asbesto como aislante y luego de que la ciencia evidenciara que puede afectar a los pulmones y aumentar el riesgo al cáncer ahora recomienda tajantemente no usarlo, ¿por qué ese cambio de opinión debería ser considerado un demérito? ¿No debería ser al revés?
¿Somos inconsistentes quienes hoy sostenemos posturas opuestas a las que en alguna oportunidad anterior hemos sostenido? Es importante entender que si esos cambios son resultado de nuevas evidencias empíricas o hallazgos científicos, -en mi caso, de la pedagogía, psicología, neurociencia y tecnología-, deberían ser valorados porque suponen un avance. Se trata de aceptar que cada época tiene su contexto cultural, político, económico, tecnológico, científico, sociológico del que emergen las propuestas que en contextos distintos pierden fuerza o sentido. Más bien no ser capaz de cambiar debiera ser visto como un demérito. Por ejemplo, la sociedad peruana trata hoy mayoritariamente de modo opuesto a la década pasada las uniones civiles entre homosexuales, el maltrato animal, la conveniencia de las AFP, la legalización del consumo de marihuana de uso medicinal, la sanción al acoso sexual, etc.
En educación hoy sostengo posiciones distintas respecto a la priorización escolar de la enseñanza de las matemáticas y las comunicaciones en desmedro de las otras áreas cuando no se procura un abordaje interdisciplinario. También confronto las evaluaciones diseñadas al estilo de las ECE, TERCE, PISA por la rigidez y estrechez de consideraciones que suponen respecto al aprendizaje y el conocimiento relevante para la vida. Cambié de opinión al observar cómo se convierte a los colegios en academias de preparación para esos exámenes y cómo terminan destruyendo cualquier concepto de educación integral. También he visto cómo la vocación por los estándares atenta contra el respeto a la diversidad y cómo es que se han creado mitos sobre la relación entre el resultado de esas pruebas y el éxito posterior de las personas y sociedades, cosa que no se sostiene en la evidencia científica y está inspirado por ecuaciones económicas más que en postulados educativos. Y así, lo hago en muchos otros temas como la evaluación escolar que produce ganadores y perdedores, las áreas curriculares que segmentan la construcción significativa de los conocimientos que es esencialmente interdisciplinaria, la poca importancia que se le da a la formación ciudadana partiendo de las interacciones cotidianas entre los integrantes de la comunidad escolar, los efectos tóxicos de los rankings, etc. Es más, hace unos años hice evidente esta necesidad de revisar paradigmas escribiendo dos libros: “Los errores de los cuales aprendí” y “Desaprender y Reaprender” -ambos con la fundación SM- con la intención de animar a los lectores a hacer lo propio.
Siento que revisar y reformular planteamientos a la luz de nuevas evidencias empíricas, hallazgos científicos, contextos sociales y culturales es una fortaleza y es una clave para la innovación.
Ansío verlo reflejado en las políticas y normas que produce el Minedu y en los diseñadores de propuestas educativas de colegios, institutos y universidades, porque la solución a los problemas del futuro no está en la continuidad de las propuestas del pasado, -aún si evidenciaron ser adecuadas para esos tiempos-, sino en la regeneración continua de los abordajes educativos en el intento de ponerse a tono con los tiempos.
León Trahtemberg.
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