Isabel II y la cuestión judía
Una de nuestras características como judíos, desde nuestra singularidad, es preguntarnos cómo los eventos que nos circundan se vinculan con nosotros. Hay como una obsesión en buscarle lo judío al evento de turno. En realidad, y sin llegar al extremo de Yuval Noah Harari que afirmó que la historia judía es insignificante en términos de historia universal, creo que hay eventos o personajes que no tienen nada que ver con lo judío. Tal es el caso con la muerte de la Reina Isabel II de Inglaterra esta semana. Con todo lo que hay para decir sobre una mujer que mantuvo su rol más de setenta años casi sin pestañear, buscar su vínculo con lo judío es casi una falta de respeto a su investidura y una banalización de lo judío.
La relación de Inglaterra respecto a los judíos ha sido por lo menos ambigua. Lo particular es que en el lado del “haber” hay mucho más que en el “debe”. Tenemos que recordar que Inglaterra no fue excepción a la costumbre europea de desterrar a sus judíos; de hecho, fue precursora: en 1290 son expulsados y no habrá judíos en el Reino Unido hasta 1657.
El gobierno de su Majestad es responsable de la Declaración Balfour de 1917 pero también es autor del Libro Blanco de 1939, así como de la restricción de la inmigración judía a la tierra de Israel entre 1945 y 1948. Varios medios de prensa han destacado el velado boicot de la difunta reina al Estado de Israel, no habiéndolo visitado nunca en su reinado record. Por otro lado, nadie pone en tela de juicio las bondades del Reino Unido para con sus ciudadanos judíos ni las demostraciones de sensibilidad acerca de la Shoá.
La monarquía británica representa un sistema de credos y valores muy particular y único, inherente a “esas islas”, y su capacidad de auto-preservación se sostiene por sí misma, y sólo por sí misma.
No hay nada monárquico en lo judío; sostengo que no lo hubo ni lo habrá. Ser judío supone, cada tanto, tomar verdadera consciencia de nuestra singularidad entre las naciones, los valores que nos definen, y las fronteras donde termina lo judío y comienza el mundo noájico.
La cultura británica me cautiva y fascina, pero sé a ciencia cabal que nada tiene que ver con mi judaísmo. Los leo, veo su cine, visito sus museos, y disfruto de una buena cerveza; pero el que se va a su casa al final del día es un judío más que, así como transita su existencia, transita el mundo. Es ancestral; tan ancestral como es la corona británica para sus súbditos.
Ianai Silberstein.
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