Foxtrot y las Elecciones en Israel
Al tiempo que ayer entrábamos al cine a ver y luego comentar la película israelí “Foxtrot” (2017, Shmuel Maoz) empezaban a aparecer los primeros resultados de las encuestas a boca de urna en Israel; esta mañana amanecimos con la cruda realidad que se insinuaba anoche: el bloque “de Derechas” liderado por Netanyahu y su Likud ha alcanzado, salvo un milagro de esos que ya no ocurren, una mayoría contundente.
Como el baile que da el nombre a la película, hemos vuelto al mismo lugar donde arrancamos; como en la película, no es volver al mismo lugar, sino retroceder. Como en la película, es seguir hundidos en el barro, la decadencia, y la fatalidad. Como en la película, el relato queda en manos de asépticos y burocráticos funcionarios (cualquiera sea su rango) que no conectan ni empatizan con la circunstancia del ciudadano de a pie. El destino del país, aparentemente, ha quedado en manos del dogma: aquello que no debe explicarse.
“Foxtrot” es una película triste, sobriamente auto-crítica, estéticamente lograda, intensamente actuada, con un guion ambiguo: ¿somos o no somos los dueños de nuestro destino? Los diferentes signos que aluden a la presencia de Dios, como las lámparas, los estorninos, o la mirada del perro, ¿son testigo o causa? Acaso el camello represente ese nivel independiente e incomprensible de nuestra existencia; para ser Dios es un poco prosaico, pero siempre está. Nada tuerce su camino, pero tampoco él tuerce el nuestro; en definitiva, todas son decisiones que uno toma y con las que vive y muere.
Ayer Israel, ese colectivo diverso de votantes que rige el destino de nuestro Estado, tomó sus decisiones. Después de cinco elecciones de una paridad pasmosa pero esperanzadora, Netanyahu vuelve al poder con todo su poder. A priori, la lógica y las promesas electorales indican que deberá formar su mayoría con los partidos religiosos incluyendo a la gran estrella de estas elecciones, el inefable Itamar Ben-Gvir. Si este es el camino, Ben-Gvir probablemente sea Ministro de Seguridad Interior; en otras palabras, será el mandamás del aparato represor del Estado.
Por otro lado, los partidos religiosos dogmáticos y ultra-ortodoxos volverán a tener el poder que perdieron a manos de Bennet, Lapid, y su coalición. Volveremos al oscurantismo, la supremacía de la religión en la vida del Estado, y una tensión permanente entre la gran mayoría de los israelíes, seculares, y estas minorías “religiosas”. En otras palabras, una especie de teocracia amortiguada por el sistema democrático israelí, por ahora intacto; pero no por mucho tiempo.
Netanyahu y su Likud seguramente sigan haciendo lo que han hecho ya muchos años: mantener el statu-quo con los palestinos, controlar los extremos de su gobierno, hacer buenos negocios, profundizar las diferencias socio-económicas, fortalecer el Ejército israelí (nadie les discute la supremacía militar en la zona), y mantener a Israel como potencia aun al costo de un pueblo judío profundamente dividido en el país y en la diáspora. La pregunta es hasta cuándo el pragmatismo y el exitismo político-económico-militar taparán el vacío de valores humanistas en que se ha hundido Israel (como se va hundiendo el contenedor en que viven los soldados en “Foxtrot”). Por un momento pareció que hubo un destello de esperanza, pero la vela se apagó.
No serán tiempos auspiciosos para judíos como uno, de las tiendas liberales, que vemos cómo se devalúa y desaparece esa noción de que “esclavos fuimos en la tierra de Egipto” para ser sustituida por un discurso chauvinista, ultra-nacionalista, fundamentalista y dogmático que atrae al Judaísmo a algunos y espanta a la mayoría. En términos relativos la ortodoxia crece porque de por sí no es tan grande demográficamente; pero su crecimiento es a costa de la dilución de las grandes mayorías liberales o simplemente seculares. Las elecciones de ayer en Israel, nuestro Estado Judío, parecen confirmar este fatal derrotero. Como mínimo, matan la esperanza y nos dejan a merced de la próxima curva en el camino
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