La disyuntiva del voto
En el Acto por la Kristallnacht la semana pasada, a cargo de Bnai Brith Uruguay en la Comunidad NCI de Montevideo, la profesora y vice-ministra de Educación y Cultura Ana Ribeiro finalizó su ponencia congratulándonos a nosotros, los judíos, por haber enseñado a la Humanidad a “preservar la memoria sin perder la alegría”.
Que una historiadora profunda y honesta como ella haga esa lectura de nuestra naturaleza, que no descubre nada nuevo pero lo confirma repasando los hechos y las crónicas una vez más, es una luz de esperanza. En especial durante semanas donde, en función de los hechos políticos en Israel, parecería que volvemos a un tiempo en que la alegría podría escasear y La Memoria justificar la violencia y merma de libertades.
Una semana después de conmemorar aquella tragedia el pueblo judío suma un mojón a su persistente preservación de la memoria. En menos de veinticuatro horas fueron asesinados tres padres de familia dejando diez hijos huérfanos a manos de un terrorista palestino en la ciudad de Ariel. De aquí en más serán parte de una larga cadena de memoria luctuosa nacional o serán el centro de la memoria de muchos en especial; en cualquier caso, los dos mil años de historia de persecución y muerte parecen no detenerse nunca.
Ante estos hechos irreversibles e incontrastables, aun gentes pacifistas y moralistas como yo debemos resignarnos y conceder que hay razones terrenales e inmediatas que dan lugar al poder de los fanáticos entre nosotros, que explican en forma lineal su irresistible ascenso.
Al mismo tiempo, la marea republicana que amenazaba arrasar el sistema democrático de los EEUU parece haber sido una ola que sucumbió a la orilla, el límite donde mueren todas las olas excepto tsunamis de verdad; como metáfora, la del tsunami es devastadora. Como explicó en su programa “Real Time” el comediante y analista político estadounidense Bill Maher, si bien en la vida cotidiana el ciudadano de a pie está acuciado por la inflación, al momento de votar muchos se inspiraron en los colores de la bandera y no votaron “economía” sino “democracia”; en otras palabras, valores por sobre lo demás.
Probablemente la elección que permitió la ingeniería electoral de Lapid hace poco más de dieciocho meses habilitando un gobierno tan efímero como original también obedeció a que cierta mayoría de israelíes privilegiaron valores por sobre consideraciones más pragmáticas. Para un país cuya existencia está amenazada un día sí y otro también es un lujo difícil de sostener. Me cuesta admitir que el ascenso del extremismo obedezca a los atentados, pero después de la jornada de ayer no tengo más remedio que rendirme ante la evidencia. Al menos por un tiempo.
Es cierto que el mundo occidental está “bailando” al ritmo de los extremistas y fanáticos, violentos y matones, desde Trump y hasta Putin, pasando por un populismo de derecha que gana terreno en la civilizada y democrática Europa (véase Italia); pero al mismo tiempo las señales que llegan de “America The Great” son alentadoras: un voto puede hacer toda la diferencia y la mentira no resiste el tiempo. La cuestión es perseverar.
Creo que la gran disyuntiva para los votantes en los diferentes sistemas democráticos vigentes ya no es entre izquierda y derecha o variaciones a esa convención que se remonta la Revolución Francesa. La cuestión es, como dijera el prócer (Artigas), “entre la libertad y el despotismo”, entre lo urgente, inmediato, y coyuntural por un lado y los valores permanentes por otro. Las elecciones de medio período en los EEUU han demostrado que el ciudadano común también puede pensar en términos éticos y del bien común, aunque cada día pague más caro su pan y su combustible. Él sabe que también eso pasará.
Ianai Silberstein
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