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La alternativa

Ante la inminencia – aunque postergada, y no por nada – de la coalición “de derechas” más extrema que haya conocido Israel en su historia como Estado soberano y democrático uno no puede sino preguntarse qué será de la gran mayoría de los judíos, los que no adhieren a las ideologías ultra-nacionalistas, racistas, y expulsivas de los Ben-Gvir, Smotrich & compañía mezclados explosivamente con fundamentalistas de la Torá.

Como judío que ha elegido vivir en la diáspora, que es una forma de vivir como judío, no voy a intentar siquiera asomarme a las consecuencias que tendrá esta coalición para el ciudadano medio israelí, el laico, apenas tradicionalista, materialista y burgués. El que padece el cierre comercial y la falta de transporte público en Shabat y festividades, al que ahora quieren quitarle el fútbol en Shabat.

Asumo que los israelíes, esos nueve millones de israelíes que votan estas integraciones parlamentarias tan mercuriales como aleatorias (hace dos años todo dependía de un partido árabe, esta vez depende de un partido anti-árabe), terminarán procesando los temas de alguna manera.

Tal vez sea como escribió Ari Shavit en Iediot Ajaronot recientemente, con una marcha civil, democrática, y civilizada de un millón de ciudadanos indignados; el mismo diez por ciento o poco más que habilita un gobierno como el entrante pero desde el otro lado del espectro: el plural, diverso, y multiétnico. Si las urnas en su complejo y por momento perverso sistema nos desilusionan, optemos por una versión de democracia directa: la manifestación pacífica.

Como judío que ha elegido vivir fuera de Israel y que tampoco vive en los EEUU, una realidad que por su magnitud e idiosincrasia es un caso único y no necesariamente trasladable, lo que se viene en Israel causa en primera instancia indignación y en segunda instancia genera complejidades y cierra puertas de acceso, como judíos, a Israel. Los tradicionales problemas con el Rabinato de Israel de los últimos quince años de gobiernos de Netanyahu, fuertemente condicionados por los partidos ultra-ortodoxos, serán recordados con nostalgia frente a los posibles escenarios del futuro inmediato.

El vínculo (ni pretendamos un diálogo) con las fuerzas oscurantistas que dominarán la escena hasta las próximas elecciones será escabroso; por eso, yo sugeriría que sea el mínimo posible y que la iniciativa la tomemos desde aquí, desde la “golá”. Ha llevado dos siglos construir formas de vida judía alternativas a las ortodoxas bajo la forma de diversos movimientos; no desgastemos ni malgastemos nuestro propio legado en discusiones estériles con quienes hablan otros lenguajes, se obsesionan con otras prioridades. Tengamos claras cuáles son las nuestras.

Sea que la Halajá o el propio Sionismo ocupen mayor o menor centralidad en nuestras vidas judías, las corrientes que yo llamo liberales pero que incluyen a veces hasta cierto tipo de ortodoxia moderna y pluralista, se han ocupado de encauzar la vida judía en el marco de una vida civil integrada y plena, preservando valores por sobre preceptos, vínculos por sobre diferencias. No niego que a veces incurrimos en extremos, que pensamos sólo en un judaísmo for export, no para auto-consumo; pero ese es otro tema.

No hay Judaísmo sin Israel, sea Tierra o Estado. En lo personal, creo que vivir en la era del Estado de Israel es un privilegio, y no quisiera jamás volver al concepto de Tierra de Israel. En todo caso sólo cuando hablo de territorios que constituyen nuestra herencia ancestral pero políticamente no están bajo nuestra soberanía, situación con la cual puedo vivir: no preciso Judea y Samaria, sólo preciso un Estado judío. Por lo tanto, no desprecio ni desmerezco el vínculo que como judíos tenemos con nuestro Estado. Sin embargo, si su gobierno no puede verme como judío, entonces tal vez sea momento de mirarlo de soslayo.

El desafío ante este nuevo escenario Israel-Judaísmo-Diáspora que se abre con el año gregoriano 2023 no está en el vínculo Israel-Diáspora sino en Judaísmo-Diáspora. ¿Cómo somos y vivimos como judíos si nuestro vínculo con Israel se ve tan cuestionado? ¿Cómo defendemos al Estado que nos condena en nuestra diversidad? ¿Qué recursos nos quedan?

Por supuesto está el recurso de cumplir preceptos, la vida judía halájica, aun sin extremismos; válido sin duda, pero sabemos que no aplica a la mayoría. La otra opción es el Antisemitismo: siempre habrá quién nos ataque, siempre podremos construir identidad desde el otro hacia nosotros. Este recurso no sólo es el más difundido, es el más peligroso: nos vacía de contenidos y valores, nos define por el odio.

El Judaísmo es práctica, es cierto; pero también es “palabra” y “texto” como proponen los Oz, padre e hija, en su libro “Los Judíos y las Palabras”. En la presente coyuntura, en el mundo judío del cual me siento parte, es más que nunca la hora de las palabras y el discurso. Alguna vez alguien me dijo: vos “hablás” el judaísmo, otros lo practicamos. Resulta, sin embargo, que quienes lo practican también lo hablan, incansablemente. No sólo lo hablan, también lo repiten como si fuera tfilá, como si el mundo en derredor no cambiara. “Hablar” judío supone una visión de mundo, una ética universal desde un punto de vista muy específico que sólo los judíos podemos compartir.

Llega Janucá. En el hemisferio norte, en Israel, la oscuridad prevalece por sobre la luz. Quisiera creer que allí cada candelabro con su luz ascendente durante una semana es la luz que combate la oscuridad.

En estas latitudes las luces de las velas de Janucá que mostramos al mundo que nos rodea es nuestra presencia como judíos, singulares y universales, comprometidos y solidarios, en medio de un mundo occidental que celebra otros milagros.

Hacia dentro del pueblo judío, este Janucá 5783, más que ninguno, debería ser como los salmos de las ascensiones: inspiración, adhesión, y profundización de aquello que somos y que, en cada vela, elegimos volver a ser. Año tras año. Aun en la simplicidad y despojamiento de una festividad pos bíblica como Janucá.

Por tanto: ser judío no se define por las premisas de los nuevos socios de Netanyahu. La respuesta al estado de permanente helenización no es el dogma sino el pluralismo. Las velas de Janucá simbolizan, en toda su simpleza, ese valor: todos las encendemos y todos iluminamos el mundo por igual.

Ianai Silberstein

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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