Tormenta perfecta
Cada mañana amanezco cuando allí en Oriente Medio, en Israel concretamente, ya el día ha avanzado cinco horas más, expectante por encontrar en redes o en los portales de noticias algún quiebre a esta vorágine tormentosa, cuya fuerza centrípeta parece atraernos inexorable a un centro de auto destrucción. Lamentablemente, lo único que leo, como esta mañana de miércoles, 1 de marzo de 2023, es que el círculo vicioso se sigue alimentando por la ambición e interés de grupos minoritarios (aunque ostenten el gobierno) y por la impotencia de cientos de miles de ciudadanos manifestantes y una opinión pública cada vez más amplia contraria a esta perversa dinámica. El sistema democrático israelí, en todas sus imperfecciones, habilita esta paradoja: ampara con los votos que permitieron la coalición más nefasta en la historia del Estado de Israel las reformas a las que la mayoría de Israel, en estos términos, se opone. Israel podrá manifestarse en millones, pero las reformas jurídicas avanzan inexorable a manos de hasta ahora sesenta y cuatro diputados. Absurdo. Temible.
Al mismo tiempo, y la coincidencia no es casual, los palestinos, dicho genéricamente, han escalado sus operaciones terroristas en los territorios en disputa y en Jerusalém, donde los límites territoriales entre judíos y árabes son de libre tránsito. Un día sí y otro también son atacados y muertos ciudadanos israelíes civiles; en algunos casos (la mayoría) el asesino es reducido o muerto en el lugar por fuerzas de seguridad.
Esta semana, por si no fuera suficiente, ocurrió un episodio triste y lamentable, reñido con los mejores valores judíos, cuando una turba de colonos decidió, amparados en la furia que causó el asesinato de dos jóvenes hermanos israelíes, hacer justicia por mano propia invadiendo la aldea palestina Huwara, de la cual era originario el perpetrador del atentado. El intento de linchamiento terminó con un muerto palestino en una aldea vecina, decenas de autos quemados y un centenar de heridos; sobre todo, mucha destrucción. La prensa palestina y pro-palestina se ocupó extensamente del asunto. La prensa israelí lo reportó, y la prensa judía fuera de Israel le ha dado mayor o menor trascendencia según la circunstancia de cada comunidad.
En lo personal condeno este tipo de (re)acciones y para mí son ejemplo de las consecuencias morales y éticas que un permanente estado de conflicto y confrontación traen a nuestra vida en términos judíos. La administración de justicia, el valor de cada vida humana, son ambos valores supremos del judaísmo; también lo es el derecho a la defensa, pero como dijo todo el gobierno (sí, también Netanyahu y Smotrich) y el Presidente Herzog, dejemos que los instituciones se ocupen de hacer justicia. No tengo que optar entre los asesinatos por atentado terrorista de ciudadanos israelíes y la reacción violenta de un grupo de judíos auto designados “vengadores”: ambas acciones son condenables. La diferencia es que la primera es contra mi causa, y la segunda surge del seno de mi causa; a la primera la combatimos con fuego, a la segunda reafirmando nuestros valores. Por eso no debemos obviarla.
La justicia en manos de la turba nunca conduce a buen destino; por el contrario, desvirtúa las más nobles causas.
El Sionismo y nuestro derecho a ser soberanos en nuestra tierra, Israel, es acaso la más noble causa del pueblo judío en la época moderna. Si nos preocupamos por condenar o no las reformas judiciales que atentan contra el régimen democrático en Israel porque puede provocar reacciones antisemitas (léase, alimentar el odio ancestral), más debería preocuparnos el desborde de minorías en contra de todos los valores que como judíos abrazamos.
Ayer escuché una excelente entrevista de la periodista uruguayo-israelí Jana Beris a la jurista Suzie Navot, Vicepresidente del Instituto de la Democracia en Israel (https://youtu.be/UFthNSoO2u8), donde no sólo explica las carencias del sistema jurídico israelí sino el peligro evidente que las nuevas leyes, ahora mismo en discusión en la Kneset, introducen en la vida democrática del Estado. Sin embargo, con toda su claridad y contundencia, la Dra. Navot elige terminar su extensa ponencia con un mensaje de esperanza. De modo que terminé mi vida aferrado a su mensaje.
Hoy amanezco leyendo en toda la prensa que el Ministro Ben-Gvir ordenó dispersar con granadas de gas a un grupo de manifestantes, lo que ahora los extremistas en el gobierno llaman “anarquistas”. Mi frágil optimismo, mi rayo de esperanza inspirado por la Dra. Navot, se desvanece y me compele a llamar a las cosas por su nombre.
Ella misma, así como el prestigioso periodista Thomas Friedman, judío, sionista, y experto en Oriente Medie, advierten sobre los peligros de un enfrentamiento final, a ver quién tuerce el brazo a quién, entre el gobierno actual y la Suprema Corte de Justicia. Bajándolo al terreno de lo concreto, ¿a quién obedecerán las autoridades civiles y militares cuando lleguemos a ese punto de no retorno? ¿Será Israel un país funcional?
Mi lectura de los hechos en la medida que avanzan los días es que nos aproximamos a una “tormenta perfecta” y la pregunta es si el barco resistirá o terminará dado vuelta, como en la terrible película protagonizada por George Clooney. La ambición de su personaje en pos de los cardúmenes llenos de oro y salvación lo condena, y con él a toda su tripulación. La pregunta que cabe es cómo y qué puede desactivar un desenlace terrible pero posible. La esperanza debe sostenerse en opciones reales. Uno puede adivinar alguna, por terrible o traumática que resulte, pero la verdad es que hoy el barco se adentra cada vez más en aguas turbulentas y cuyo retorno supondrá enormes sacrificios. Es de esperar que vuelva a rutas más conocidas y que se aventure en nuevas aguas con mayor conocimiento de lo que supone navegarlas. No a impulsos de individuos enceguecidos por sus intereses y su fe.
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