Arabia Saudita e Irán: alrededor de la política exterior del Medio Oriente y la paz con Israel
Esteban Silva*, para Radio Jai
El pasado sábado, Arabia Saudita e Irán anunciaron de forma sorpresiva el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas después de 7 años, a través de un acuerdo mediado por la República Popular China. “La República Islámica de Irán y el Reino de Arabia Saudí han decidido reanudar sus relaciones diplomáticas y reabrir sus embajadas en dos meses”, señala un comunicado conjunto firmado por los tres países.
Como parte del pacto, Teherán y Riad se comprometen a “respetar la soberanía de los países y a la no injerencia en sus asuntos internos”. Además, se reactiva un acuerdo de seguridad de 2001 y memorandos de cooperación en materia economía, comercio, inversión, tecnología, ciencia, cultura, deporte y juventud de 1998.
Inmediatamente, naciones árabes como Omán y los Emiratos Árabes Unidos han expresado su apoyo a la medida; Naciones Unidas ha destacado lo que considera “una medida para restablecer la estabilidad en la región del Golfo”.
Estos países, que mantienen una rivalidad histórica de carácter geopolítico e incluso cultural, juegan un rol crucial en el ajedrez que constituye la búsqueda de la paz en la región, especialmente con Israel: Arabia Saudita, potencia suní de la región, ha firmado los Acuerdos de Abraham y a través de los años ha cedido en sus pretensiones en pos de apoyar el reconocimiento al Estado judío; Irán, por su parte, es considerado el mayor enemigo nuclear de Israel en la región, por los límites que mutuamente se colocan en el posicionamiento geopolítico y como por las operaciones de inteligencia y amenazas al Estado judío, expresadas en el apoyo de la nación chií a las organizaciones terroristas palestinas y al Hezbollah libanés.
¿Qué posibilidades existen alrededor de la normalización con el Estado de Israel? ¿Cuál es la influencia de la rivalidad saudí-iraní con respecto a la estabilidad de la región? ¿Cuál es el interés de China en la región de Oriente Próximo? Los factores que complejizan esta relación son numerosos, pero en el presente artículo intentaremos condensar algunos puntos básicos y claves para su entendimiento.
La relación Arabia Saudita – Irán: una tensión en muchas dimensiones
Esta situación llega a su punto álgido en 2016, cuando Riad cortó relaciones diplomáticas con Teherán en 2016 tras los ataques sufridos en sus sedes diplomáticas en el país persa a raíz de la ejecución en el reino árabe de un importante clérigo chií. Irán y Arabia Saudí, considerados las potencias chií y suní de Oriente Medio respectivamente, se disputan desde hace años la hegemonía regional y apoyan a bandos rivales en conflictos de la zona.
Sin embargo, este confrontamiento o rivalidad iraní-saudí tiene aún más aristas por resolver: en el campo religioso ambos países se disputan el liderazgo del islam. El reino saudí es bastión de la corriente suní (ideología conservadora) y posee dos de los lugares más sagrados para su credo (La Meca y Medina), mientras que la república islámica persa es el bastión del chiísmo y es, a nivel político, el líder indiscutible de la comunidad musulmana internacional desde la Revolución Iraní de 1979, que posicionó a los ayatolás como líderes religiosos del país.
Esta situación se traslada al campo ideológico y también militar, donde las potencias islámicas buscan influir en contextos externos: la agenda islámica chiita radical es percibida como una provocación a los regímenes sunitas, particularmente en los países del golfo Pérsico. Desde 1979, las relaciones de Irán con Occidente han sido extremadamente tensas, y se han impuesto años de sanciones económicas al régimen de Teherán en la carrera por tener armas nucleares. La república islámica ha dado un fuerte apoyo a la causa palestina contra Israel y ha acusado a los estados sunitas, como Arabia Saudita, de ignorar los problemas palestinos y de representar los intereses occidentales; es sabido que Arabia Saudita ha tenido relaciones cercanas con los países de Occidente, que la proveen con miles de millones de dólares en armas. Por su parte, el reino saudí ha acusado repetidamente a Irán de promocionar el terrorismo en la región mediante el apoyo de los rebeldes hutíes en el Yemen o de las milicias del grupo libanés Hezbollah, así como de tratar de desestabilizar los regímenes políticos de la zona.
En el campo geopolítico, ambos países se disputan el control del Estrecho de Ormuz, donde pasan millones de barriles de petróleo diarios. El petróleo es importante para ambos países –Arabia Saudita es el mayor productor y exportador del mundo– pero tienen diferentes puntos de vista sobre cuánto debe producirse y a qué precio debe venderse. Arabia Saudita es un país relativamente rico y tiene una población más pequeña que la de Irán. En este sentido, Arabia ha dicho que a corto plazo puede tolerar los precios bajos del petróleo; a su vez, Irán soporta una mayor presión por recibir ingresos y preferiría un mayor precio por barril. Habiendo sido excluidos del mercado mundial de petróleo por años debido a las sanciones, un mejor precio daría un gran alivio a la complicada economía iraní. Pero los analistas estiman que se están produciendo entre 0,5 y 2 millones de barriles de petróleo más de los que se necesitan. Irán necesitaría que los países corten su producción para que los precios suban, pero Arabia Saudita no estaría dispuesta a hacer esto.
Los pormenores del acuerdo de normalización: la agenda petrolera y nuclear
Aquí se explica políticamente el sentido del acuerdo de normalización: mientras que Estados Unidos nunca pudo lograr una pacificación durante los regímenes de Barack Obama y Donald Trump, China ha logrado hacer prevalecer su presencia, especialmente mediante su buena relación con Arabia Saudita. El reino suní y el gigante oriental tienen una relación creciente en los últimos años, con agendas similares: la estabilidad en el mercado petrolero (un asunto de importancia dentro de la OPEP y la propia Liga Árabe) y la búsqueda de alternativas frente al riesgo permanente de que los ayatolás se hagan del control del armamento nuclear de la región.
Sobre el primer punto, el petróleo forma parte importante de la agenda política y diplomática de los países del Medio Oriente, especialmente frente a una posible crisis del gas como consecuencia de la guerra ruso-ucraniana. Eso, por su parte, es también una agenda política de las potencias en el sistema internacional, especialmente Estados Unidos y China.
En el aspecto bélico, el Acuerdo Nuclear sobre el Programa Nuclear Iraní firmado en 2015 -promovido por la administración Obama- no dejó conformes a muchos países de la zona, entre ellos Arabia Saudita, Turquía y el propio Estado de Israel. Este acuerdo aliviaba las sanciones impuestas al régimen de Teherán buscando aclarar la presencia de recursos nucleares en el país (tales como el uranio), siendo que Irán siempre ha negado que su objetivo sea construir dispositivos de largo alcance. La disconformidad de los otros países en el sector se debe a las amenazas regionales propias (Israel – Irán, y los conflictos en Iraq, Yemen y Siria). Si bien el gobierno de Donald Trump restableció las sanciones, las organizaciones internacionales han mantenido la premisa de evitar la confrontación directa. En medio del riesgo geopolítico, si los países disconformes deciden armarse como estrategia de defensa, se intensifica la tensión por medio de lo que en la ciencia económica y también en la polemología se define como “efecto de contagio”.
¿Y la paz con Israel?
Desde la fundación del Estado de Israel en 1948, los países del Golfo Pérsico lo rechazaron en solidaridad con la causa palestina, y la idea de hacer negocios con el Estado judío era considerada anatema. Incluso al día de hoy la gran mayoría en el Golfo rechaza aceptar a Israel como un país más (de acuerdo al pulso social), lo que sugiere que la evolución tiene que ver más con la agenda de las élites políticas de la región, que ven en Israel a un socio estratégico para la diversificación de sus economías, cada vez menos dependientes del petróleo y más envueltas en inversiones. En palabras de Abdul Aziz Alghashian (académico saudí de la Universidad de Essex), la política exterior apunta más a un descongelamiento pragmático que propiamente a una aceptación total de la legitimidad del Estado de Israel.
Arabia Saudita ha sido uno de los países más propensos a la normalización de relaciones con Israel; si bien ha exigido siempre la creación de un estado palestino como condición para el establecimiento de lazos diplomáticos formales, se sabe que parte de la dinastía saudí invierte fuertemente en startups israelíes. El reino suní ha firmado los Acuerdos de Abraham, que han supuesto la normalización de relaciones diplomáticas de Israel con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán desde 2020 hasta el día de hoy. Estos acuerdos tienen una vinculación directa con el riesgo que representa el programa nuclear iraní para Oriente Próximo, estableciendo marcos de cooperación y debilitando el boicot árabe (especialmente la causa palestina), creando puertas para la expansión del desarrollo tecnológico israelí con nuevos aliados y la apertura de mercados turísticos, así como el facilitamiento de la transferencia de aviones militares entre Israel y el régimen emiratí. Esto constituía un triunfo para la Hasbara (diplomacia israelí), los intereses de Estados Unidos y, por extensión, a China y su interés geopolítico.
La normalización de relaciones entre Arabia Saudita e Irán ya ha traído sus primeras consecuencias: hoy 13 de marzo, el régimen saudí le ha negado la visa de entrada a la delegación israelí que iba a participar de la conferencia de la Organización Mundial del Turismo a realizarse en la ciudad de Al-Ula, pese a la exigencia realizada por Naciones Unidas sobre el trato de igual forma a todos los miembros de la organización.
En el espectro político israelí, la oposición responsabiliza a Benjamín Netanyahu por la debilitación de la imagen internacional del país, priorizando la reforma judicial antes que la paz para Jerusalén; por su parte, el gobierno asegura que la gestión liderada por Naftali Bennett y Yair Lapid ha sido extremadamente flexible con las naciones consideradas enemigas del Estado judío.
A modo de conclusión
El acuerdo de normalización entre Arabia Saudita e Irán constituye un movimiento con expectativas de cambio en la dinámica geopolítica del Medio Oriente. Estos países pasan de una tensión casi bélica a la reapertura de sus embajadas con la mediación de China, potencia global con interés en los recursos naturales existentes en la zona.
Esto puede representar un cambio en la política exterior del reino frente al Estado de Israel, debido a las escaramuzas culturales y geopolíticas con la nación persa. La importancia de Arabia Saudita para la paz en la región estaba vinculada a su buena relación con las monarquías de la zona (renuentes incluso a la causa palestina) y su capacidad de participar como un alfil diplomático en relación con Estados Unidos, Rusia y China. La estrategia de aislamiento contra Irán, liderada por la diplomacia israelí y patrocinada por Arabia Saudita, podría estar llegando a su fin. La hasta hoy “guerra silenciosa” entra en una nueva época, a determinarse por el comportamiento tanto del Estado judío como de los actores implicados a su alrededor.
*Politólogo. Master of Arts en Estudios Migratorios por la Universidad de Tel Aviv (Israel)
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