China ha comenzado a jugar en Medio Oriente
Por Luciano Mondino*
Hablar de China en una columna es una tarea imposible ya que no alcanzarían las horas para intentar comprender al menos un poco de la idiosincrasia china, sus factores culturales y geográficos como también su motor de política exterior. Sin embargo, en las últimas semanas ha movido otra interesante ficha al mediar en la conversación entre Arabia Saudita y la República Islámica de Irán, partes de una de las super rivalidades de la región.
La relación entre Irán y Arabia Saudita, congelada desde 2016 después de la ejecución de un clérigo chiita en el país gobernado por la Casa Saúd y el atentado a la representación diplomática saudita en Teherán, es una relación tirante que envuelve dos elementos: el elemento propiamente religioso, muchas veces desestimado en los análisis internacionales, que compete a la rivalidad (o una repetición de la guerra fría) dentro del islam al no encontrar un sistema político que logre contener a los sunnitas y los chiitas. Luego existe también un elemento estratégico y económico donde ambos países rivalizan: el control de los puntos centrales en el flujo de petróleo y el apoderamiento de zonas de importancia como el estrecho de Ormuz por donde pasan millones de barriles al día.
La irrupción de China merece una aclaración importante: la forma expansionista china, a diferencia de la rusa, no es belicista, sino más bien adoptante del soft power o poder blando compitiendo cabeza a cabeza en los asuntos comerciales contra Estados Unidos y la Unión Europea. Para China, es vital poder presentarse como una potencia regional en su vecindario próximo, pero también como aspirante al dominio global diferenciándose de los lineamientos de Washington. El régimen de Xi Jinping desde el 2008 ha procurado su presentación hacia los ojos de los países en África, América Latina y Medio Oriente como un actor que viene a rellenar los espacios vacíos en la política exterior estadounidense.
La salida de Estados Unidos de Afganistán en agosto de 2021, si bien no es entera responsabilidad del gobierno del entonces recién asumido Joe Biden, ha marcado el ritmo creciente de los telones de la política internacional en un escenario tripartito: la política en el Indo-Pacífico, zona geográfica de importancia para la influencia directa de China y sus principales contenciones como la India, Japón y la cuestión de Corea del Sur; Ucrania, que resiste la vigente intención de Vladimir Putin de desmembrar su soberanía territorial y, por último, la cuestión del ártico. En este escenario, a priori, falta Oriente Medio, África y América Latina.
El peso aún relativo de la diplomacia china en Oriente Medio se destaca también por lo comercial y su vinculación con la necesidad (también de los árabes) de estabilizar el mercado de petróleo y sus precios internacionales. No hay que olvidar nunca que Arabia Saudita y el resto de los países del Consejo de Cooperación del Golfo se encuentra en un proceso de ampliación de sus economías y la necesidad de diversificar su dependencia al petróleo de cara al 2030 o 2050. La nueva política exterior con dotes pragmáticos en los árabes no iba a quedar únicamente en su relación con Israel o los Estados Unidos, sino que también se iba a ampliar hacia países como China o Rusia que pretenden disponer una puja mano a mano con Washington.
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Estados Unidos no está débil, sino que el mundo está hoy en una modificación de sus principales. La necesidad de recomponer en parte las relaciones con Irán, disponen a Arabia Saudita la necesidad de comenzar a negociar al seno del islam dos cuestiones de real importancia: la cuestión nuclear, un factor que puede ser desencadenante en el efecto contagio que produciría la nuclearización de los Ayatollah y el manejo de Irán a sus grupos proxy o subsidiarios como los Hutíes que están comenzando a ser un problema ya no solo para los sauditas, sino también para el Golfo a las puertas del estrecho de Bab el Mandeb.
¿Es una mala señal la posible recomposición de relaciones entre iraníes y sauditas? No diría que es buena o mala, sino que es parte de una realidad que refleja los intereses nacionales también en los países árabes e incluso de aquellos que han normalizado sus relaciones con Israel desde la firma de los Acuerdos de Abraham en septiembre de 2020. Estos acuerdos no dejan de ser un vaivén dentro de la política internacional y hay que comprender que en el mundo en general, pero en Medio Oriente en particular, existe un camino sinuoso hacia la concreción de los objetivos.
En una región donde la paz se vuelve huidiza, es necesario revalidar los esfuerzos por la normalización y trabajar conforme la realidad de un mundo cambiante en el cual cada uno no dejará su esencia de la noche a la mañana.
Nota exclusiva para Radio Jai
Luciano Mondino es Licenciado en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la Universidad Católica de La Plata. Master en Política Internacional por la Universidad Complutense de Madrid. Sus principales líneas de investigación son sobre islamismo, Terrorismo y Crimen Organizado.
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