Aquí y allá
Por Raul Woscoff
Las visitas a Israel generan, en quienes tenemos vínculos con esta tierra por la presencia de familiares y amigos, sensaciones diversas.
En esta oportunidad son diferentes porque la excepcional situación política así lo determina.
Confieso que aquí en Israel veo reproducidos en los rostros y los diálogos, antagonismos que la Argentina evidencia y que han afectado su tejido conectivo que debe sostener la institucionalidad con cierto grado de conflicto.
Son situaciones estructurales diferentes pero la afectación al equilibrio son similares.
La inmediatez de las noticias y las redes sociales hacen innecesario cruzar los mares y hemisferios para conocer los hechos.
Pero la magnitud del sufrimiento, la imprecación, el reclamo, constituyen una dimensión humana que solo ofrece respirar el mismo aire, apurar las mismas calles, observar las banderas flameando en un indómito reclamo.
Conciliar a los contrarios sin contrariar a los concilios, colocar un punto frente a otro, base de la armonía, fue la acertada definición del vate judeoporteño para superar los conflictos. No para que desaparezcan pero si para que en su revulsivo impacto no comprometan todo.
Hoy ese camino es una necesidad en Israel.
La historia de nuestro pueblo y sus comunidades diaspóricas exhiben contrarios y enfrentamientos.
No por cargarlos en el inventario histórico no dejo de percibirlos aquí y ahora como altamente riesgosos.
Reformas inoportunas, afiebradas tentativas teocráticas, generalización de conductas reprochables en hombres públicos, constituyen una combinación explosiva.
Aquí y en cualquier estado.
Porque la democracia, con un sesgo liberal y occidental, es un paradigma de la Declaración de Independencia de Israel.
Seguramente hay reformas posibles pero en la política como en muchas actividades humanas, la oportunidad lo es casi todo.
De aquí y de allá.
¿Y cómo golpea en nuestra comunidad judía esta tensa realidad?
Las excepcionales circunstancias que se viven en Israel, a 75 años de la creación del estado, conmueven a la joven nación, y a su relación con la diaspora.
Si bien se mira, revela, con clara nitidez, la inviabilidad de un modelo comunitario que arroja sobre las instituciones judías de la Argentina, el interrogante sobre las nuevas y necesarias respuestas.
Hasta ahora esas instancias han respondido con el silencio, la indiferencia, y el temor a indisponerse con el gobierno israelí, confundiendo a este con el pueblo y el estado judío y democrático que nos sostiene como judíos fuera de Israel.
Imaginar que las instituciones sobrevirán es una verdad de Perogrullo. Pero mirarse al espejo para advertir que cada vez se tiene una menor representatividad de los judíos en nuestro país, en el marco de los fines específicos de cada una de ellas, es otro tema.
La declinación comunitaria, de carácter hasta ahora irreversible, se acentúa con estas conductas.
Todavía estamos a tiempo para contribuir y corregir, aquí y allá.
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