Un día de la Victoria con aroma a desconcierto

Hoy se realizó el acto anual por la victoria frente a la Alemania nazi, con la presencia de Vladímir Putin en Moscú. Si bien finalmente se realizó –había dudas al respecto-, en algunas ciudades rusas se optó por cancelarlo. Para la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, lo que nosotros llamamos segunda guerra mundial, era denominada “Gran Guerra Patriótica” y esto continuó en la Rusia post-soviética. La lectura sobre lo que se interpreta como “nazi” es por completo diferente a la del resto del planeta, ya que en la URSS nunca se singularizó a la Shoá como un genocidio contra el pueblo judío, sino que fueron “soviéticos” que fueron asesinados.

El desfile militar se realizó con menos unidades y de apenas quince minutos, en tanto que el discurso de Putin, una vez más, se centró en culpabilizar a Occidente por la guerra contra Ucrania, a la que se empeña en llamar “operación militar especial”. No obstante, la realidad es bastante diferente a su narrativa, por más que se empeñe en distorsionarla. Tras un tironeo público por parte de Prigozhin, el empresario de los mercenarios del Grupo Wagner, se le enviaron las municiones que exige para continuar el asedio a Bajmut, en donde ya llevan unos seis meses combatiendo casa por casa. La relación entre Prigozhin y Putin es tensa y, a la vez, de mutua conveniencia: el líder del Kremlin no quiere enviar conscriptos del ejército regular ruso para mantener el apoyo de la población, y Prigozhin no cuestiona directamente al presidente, sino al ministro de Defensa Sergei Shoigú y al general Gerasimov.

Y es que el Ejército Ruso se está fortaleciendo en la frontera izquierda del río Dnipro/Dnieper ante la anunciada y esperada contraofensiva ucraniana de la primavera boreal. Este Día de la Victoria parece el de una película distópica, sumidos en el desconcierto del propio laberinto que supieron construir.

Ricardo López Göttig