La caída de Bajmut
Tras diez meses bajo el asedio de la fuerza invasora y, en particular durante los últimos seis como el gran escenario de la guerra, la ciudad ucraniana de Bajmut ha caído. Allí se combatió cuadra por cuadra, casa por casa, y lo que quedó es una ciudad fantasma, que antes de la guerra albergaba unos setenta mil habitantes. El dominio sobre escombros.
En rigor, la batalla por Bajmut fue simbólica para ambas partes, porque para los ucranianos se transformó en resistencia, en tanto que para el lado ruso fue el escenario de un conflicto que todos conocen y del que nadie habla en voz alta en su país, que es la rivalidad creciente entre Prigozhin, empresario del ejército mercenario Grupo Wagner, y Vladímir Putin. Prigozhin hace fuertes críticas al Ministerio de Defensa ruso y al Ejército de ese país, específicamente cuestionando al ministro Sergei Shoigú y al general Vitaly Gerasimov, pero nunca al principal responsable que es Vladímir Putin.
La empresa mercenaria Wagner ha reclutado a sus filas a ex convictos con la promesa de que, tras combatir, serían liberados de sus penas. Esto pone en evidencia las dificultades de reclutar mercenarios profesionales para enviarlos a un frente de guerra en el que hay pocas posibilidades de supervivencia, así como las falencias del propio Ejército ruso en enviar conscriptos a combatir en Ucrania.
Siendo conocida Rusia como la segunda fuerza armada a nivel planetario, la reputación no sólo por la inconducta criminal de sus oficiales y soldados, sino también por su mal desempeño en la batalla, ha cedido el combate por Bajmut a una fuerza de mercenarios que han salido de las cárceles, quienes no tienen nada que perder al tomar las armas.
En esta rivalidad bastante clara, interna, entre estos dos señores de la guerra, es Prigozhin quien lleva la peor parte y así quedó expuesto cuando reclamó en un video, muy pocas semanas atrás, por el suministro de armas bajo la amenaza de retirarse de Bajmut. Prigozhin tiene su propia agenda política y utiliza a la guerra contra Ucrania para ganarse la fama como “patriota”, a la vez que Vladímir Putin lo precisa, a regañadientes, porque le resulta difícil enviar soldados recién enrolados al frente de guerra, tal como se pudo observar a fines de 2022, cuando miles de sus compatriotas huyeron del país para escapar de la leva.
La contraofensiva ucraniana es, por el momento, de carácter diplomático, con un presidente hiperactivo en foros internacionales, viajando a Países Bajos, Islandia, Medio Oriente y Japón, para encontrarse con funcionarios judiciales, políticos y económicos. El guiño del presidente Biden para que los pilotos ucranianos puedan entrenarse en el uso de aviones F-16, indica que la guerra se prolongará a lo largo del 2023 sin señales de una salida diplomática.
El Grupo Wagner ha conquistado Bajmut, una victoria con alto costo humano y militar como la del rey Pirro que supera lo obtenido: por eso y de acuerdo al último informe del Institute for the Study of War (ISW), probablemente esta fuerza mercenaria ya no esté en condiciones operativas de hacer ninguna otra campaña en lo inmediato. Esto obligaría a recurrir a los siete regimientos chechenos de Ramzam Kadírov para reemplazar a Wagner en las misiones sucias, pero también a engrosar las filas del Ejército ruso con carácter defensivo en la orilla izquierda del río Dnipró/Dnieper, esperando una eventual contraofensiva militar ucraniana que buscará recuperar regiones bajo ocupación.
Mientras se especula con planes de paz, que en rigor parecen más intentos de figuración fugaz, las armas no ceden y las partes recurren a armamento cada vez más complejo, en una guerra que dejará heridas muy profundas por varios decenios.
Ricardo López Göttig
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