El pacto de Shavuot

Mañana empieza Shavuot. Supo ser una festividad agrícola, hoy para muchos, los laicos, queda ignorada en una suerte de limbo de tiempo. Desde Pesaj, donde conmemoramos la liberación, a Shavuot, donde conmemoramos la norma, no transcurre mucho tiempo: los cincuenta días del Omer.

En esos días pasa de todo. Shavuot se constituye en el primer gran momento de reflexión colectiva. En Shavuot hacemos el pacto definitivo: haremos y escucharemos, decimos y repetimos, y, aunque accidentada, La Ley baja a la enorme masa humana que, con todas sus imperfecciones, espera al pie de la montaña.

Este año 5783, en medio de un cisma amenazante que atraviesa al pueblo judío, la idea de volver a pactar adquiere más fuerza que nunca. Para los “religiosos” será la eterna renovación del pacto con Dios; para los laicos, seculares, o incluso simples pero devotos tradicionalistas, el pacto es con el prójimo. La división que atraviesa Israel como Estado a nivel político y social permea a todo el pueblo judío. A tal punto que, si se concretaran todas las amenazas legislativas que están sobre la mesa, habría que volver a configurar, incluso, el pacto de los judíos con Israel.

El pacto de los judíos entre nosotros mismos es permanente y excede a Shavuot.

Tal vez Shavuot nos distraiga de nuestra convivencia como “hermanos” (como gustan los religiosos condescendientemente llamar a quienes no son judíos religiosos) en la medida que nuestra atención está puesta en el “arriba”, en la palabra revelada. Tal cómo están planteadas las cosas hoy, este Shavuot es más que nunca acerca de revisar y renovar el pacto como pueblo. Pactar está en nuestra naturaleza.