Mientras se cierran escuelas, la comunidad judeo-argentina espera un lujoso velatorio
Hace algunos días nos anoticiamos del próximo cierre por falta de sustentación económica de la histórica escuela Weitzman del barrio de Flores, única opción no ortodoxa en ese denso conglomerado de judíos.
Mientras tanto la comunidad espera desde hace más de dos años la vuelta al funcionamiento del velatorio de calle Loyola, un proyecto que comenzó siendo una adecuación del inmueble con un costo inicial estimado en U$700.000 y que a esta altura ya es un edificio nuevo con una inversión de acuerdo a fuentes no confirmadas de más de U$1.700.000 e incluso otras ya hablan de 2.7 millones de dólares. Una muy mala evaluación previa en términos de inversión y una lamentable ejecución, que hubiera permito la construcción de un edificio desde cero en un lugar geográfico mejor y habiendo vendido el predio existente como parte de la amortización del costo.
Toda una alegoría del momento comunitario, un velatorio y entierro de lujo, en medio de la carencia para lo esencial.
La AMIA, mutual de la comunidad, devenida en un clásico ministerio del país que regentea los ingresos por los cementerios comunitarios, las donaciones de propiedades y múltiples subsidios del Estado Nacional, Provincial, de la ciudad, del país y del exterior, es una entidad superpoblada de funcionarios (más de 400 de planta y 200 contratados) que viven de la vaca sagrada comunitaria y donde la mayor parte de su presupuesto va al sostenimiento del costo operativo de la misma.
La verdadera pelea por la que se disputan en tiempos electorales las listas partidarias para ser los responsables de la institución es la designación de subsidios a instituciones amigas, contratación de amigos, familiares y todos los “negocios” de un ministerio que maneja un presupuesto regular de más de U$10.000.000 anuales. Balances indescifrables que ocultan demasiada información necesaria para el conocimiento de las bases comunitarias y de un RAT (Asamblea de representantes) dominada por la agrupación que administra AMIA supuestamente pueda realizar consultas y las pagas auditorías contables, que no son suficientes para la necesaria transparencia.
Que la dirigencia de la comunidad judía de la Argentina ha perdido el rumbo, no es novedad. Entre las peleas internas, las ansias de protagonismo, la improvisación, la corrupción cultural y estructural, sumado a la falta de austeridad, honestidad intelectual, diagnóstico, proyecto y perspectiva, es un reflejo calcado y tal vez aumentado de su entorno nacional.
Dirigentes y profesionales (La Casta) que se perpetúan en sus sillones y no rinden cuentas de su accionar a los judíos de a pie. Manejan de manera caprichosa presupuestos multimillonarios de dineros públicos de manera absolutamente discrecional. Mientras tanto la gran mayoría de los judíos se sienten alejados y/o expulsados de sus instituciones de las que descreen.
Nobleza obliga lo descripto no es privativo de la actual comisión Directiva ni exclusivamente de AMIA, es una fenomenología de décadas y que puede ser aplicada a múltiples instituciones comunitarias.
Desde este humilde medio de comunicación venimos pidiendo hace mucho y por escrito respuestas a diversas inquisitorias periodísticas respecto al velatorio de calle Loyola y distintos aspectos del manejo de recursos de la Mutual sin recibir respuesta alguna.
La política del silencio, la indiferencia y esperar a que nos ocupemos de otras urgencias, parece ser la estrategia que emplean aquellos que deben dar respuesta en AMIA y otras entidades.
Mientras tanto, la comunidad sigue esperando un velatorio y entierro de lujo.
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