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La banalidad de una situación

La verdad es que ya no sé con qué tono abordar el tema. Sí, me refiero a Israel y ese fenómeno casi excluyente en que se ha convertido: el enfrentamiento civil y político entre los defensores de la Reforma Judicial y sus detractores, el Gobierno vs la Oposición y los manifestantes, respectivamente.
Volver a esta columna después de casi tres meses sin que nada haya cambiado sustancialmente me obliga a encontrar un tono más distante, menos formal y denso, para abordar esta situación que no cesa. Fue, volví, y no vencí. Nadie ha vencido aún, y caben dos preguntas: si habrá UN vencedor, y si no sería mejor un sólido empate técnico. Tal vez por todo esto me vienen a la mente dos grandes canciones de dos grandes compositores populares: “There’s a War” de Leonard Cohen y “Tug of War” de Paul McCartney.
Me tomé unas horas más antes de referirme al tema hoy para participar de un zoom desde Israel ayer por parte de la Dra. Suzie Navot, Vice-Presidente del Instituto de la Democracia israelí, jurista, nacida uruguaya, y con un castellano admirable. Ella viene prestándose a explicar y advertir sobre lo que viene sucediendo en Israel desde un principio, y una de sus fortalezas es que puede encarar el tema desde las grandes teorías hasta sus consecuencias más cotidianas.
Más allá de que la hora que nos dedicó fue intensa y contundente, más allá de su optimismo bien argumentado (el poder de las manifestaciones o protestas y su incidencia en este proceso jurídico), tal vez porque sea agosto (como si fuera enero en este hemisferio) y no sólo la Kneset sino todo Israel está en receso, mi sensación es que estamos ante un statu-quo que bien podría instalarse por meses, o años. Hasta que, y en eso coincidimos ella y yo, caiga este gobierno. Que por ahora no sucederá. Netanyahu no ha perdido sus mañas políticas.
¿Qué supone un statu-quo? Que nada cambie, o que poca cosa cambie muy poco. Se ha usado el término para un sinfín de situaciones: desde la relación con los religiosos instaurada por Ben-Gurión en los años cincuenta del siglo pasado hasta la situación en Judea y Samaria con los palestinos en las últimas dos décadas. Nada se mueve, y así como está, está bastante bien. Los grandes problemas (y ocupar a otro pueblo es un gran problema para el pueblo judío) se postergan en aras de una próspera y controlada realidad.
Si como sostiene Navot La Reforma se enlenteció a raíz de casi diez meses de protestas populares (ya no sé si tan espontáneas), bien podría suceder que se detenga, por lo menos en sus puntos más álgidos. Pero, así como algunos censuran la actitud de los pilotos respecto del conflicto civil argumentando que el Ejército se mete en la política, La Reforma podría quedar como una amenazante espada de Damocles. Pequeñas anomalías jurídicas podrían convertirse en el mal menor entre dos males. En suma: amenazas que condicionan la toma de decisiones, de un lado y del otro.
Ese, creo, es el meollo del asunto: Israel, compleja como es desde su concepción y crecimiento, ha sucumbido a la grieta, el mal universal que destroza sociedades. Porque si bien uno puede reconocer a muchos diferentes (ideológica, étnica, culturalmente), cuando se trata de un solo otro la capacidad de tolerar casi desaparece y la de odiar se exacerba. Si el statu-quo en este tema supone un quiebre que atraviese la sociedad israelí en toda su complejidad, corre riesgo su carácter plural, su capacidad de negociación y consenso, y en definitiva, su democracia. Si el que gana tiene derecho a todo porque gana por un voto en la Kneset, no hay lugar a múltiples minorías sino a un ganador y un perdedor. El carácter “talmúdico” de la Kneset, tal como lo definió la Dra. Einat Wilf, se reduce a un “tug of war”, un “tira y afloje” en el cual nadie consigue modificar nada.
La idea de banalizar la situación mediante música popular, una un poco más irónica (Cohen), una un poco más idealista (McCartney), tiene dos fines: uno, como dije al principio, alivianar el asunto; el segundo, usar una palabra a la que la mayoría escapa: “war”, guerra. Usé el inglés en un caso porque en español la expresión se reduce a un simple “tire y afloje”, que no refleja todo lo que está en juego; “tug of war” supone que hay gente empeñada en tirar de la cuerda hasta las últimas consecuencias. La guerra a la que invita Cohen nos lleva a su extremo más absurdo, que creo que hemos comenzado a transitar. Nadie quiere hablar de “guerra civil” en Israel y no sólo respeto ese deseo sin que comparto que todavía no estamos ahí; pero vaya si estamos enfrentados. Cada día, alguien invita a alguien a sumarse: sea al “tira y afloje”, sea a la guerra.
No sé cómo pero es hora de aflojar, es hora de armisticio, es hora de un nuevo pacto. Como nos decía la Torá la semana pasada en “Ree”, es hora de asumir responsabilidades; y como nos dice esta semana en “Shoftim”, es hora de darnos los jueces y policías que nosotros elijamos. Es hora de volver a funcionar como Estado y como pueblo, asumir carencias y errores (algunos de ellos producto de circunstancias históricas irreversibles), y volver al viejo concepto de “mamlajtiut” que en términos muy uruguayos me he atrevido a traducir como “gobernabilidad”.

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