Parashat Shoftim
La leyenda de Atila decía: …“por donde pisa mi caballo no vuelve a crecer la hierba”… (se llevaba puesto todo lo que había en el lugar, a tal punto que nada volvía a nacer). La Torá entiende que la guerra es inevitablemente destructiva. Por eso uno de los valores más altos que tenemos que perseguir es la paz.
Esta semana, en parashá Shoftim, el texto nos dice: “Cuando asedies una ciudad durante mucho tiempo, luchando contra ella para capturarla, no destruyas sus árboles clavándose un hacha, porque puedes comer su fruto. No los cortéis. ¿Acaso los árboles son personas para que los asedies? Sin embargo, puedes cortar los árboles que sepas que no son árboles frutales y usarlos para construir fortificaciones hasta que la ciudad en guerra contigo caiga.” (Devarim 20:19-20).
Nos enseñan una diferencia, muy interesante, entre la destrucción necesaria y la innecesaria a través de los árboles. Ellos son una fuente de madera para las fortificaciones. Pero otros árboles, los que dan frutos, son también una fuente de alimento (estos últimos tenemos la prohibición de destruirlos o dañarlos).
Nuestros sabios a este mandato lo perciben como más que un detalle en relación a las leyes de la guerra. Le pusieron el nombre de: “bal tashjit”, la prohibición de destrucción innecesaria de cualquier tipo. En palabras de Maimónides: “No sólo se aplica a los árboles, sino también a quien rompe vasijas o rasga vestimentas, destruye un edificio, bloquea un manantial de agua o desperdicia alimentos de forma destructiva, transgrede el precepto de bal tashjit”. Señoras y señores con un ustedes: una ética ecológica responsable.
¿Por qué nos enseñan este concepto? Porque al parecer nos solemos olvidar desde la percepción de nuestra tradición: la tierra no es nuestra. Pertenece a D´s (lamento informar). Te lo explican desde el minuto cero: “…En el principio, Dios creó…” Él la creó; por lo tanto, al ser el dueño de la pelota tiene derecho a establecer las condiciones del partido.
Esto pone un límite a nuestra intervención en la naturaleza. Nos debería recordar que somos creaciones, no sólo creadores. Maimónides, señala que la tierra sobreexplotada acaba por erosionar y perder su fertilidad, si no la cuidamos. “La tierra -dice Dios- es mía; vosotros no sois más que extranjeros y residentes temporales conmigo” (Vaikra 25:23). Somos huéspedes en la tierra.
Así que no es casualidad que la ley judía interpretará la prohibición de cortar árboles frutales en el curso de una guerra como un ejemplo de una prohibición más general contra la destrucción innecesaria, y más generalmente aún, contra los actos que agotan los recursos no renovables de la tierra, o dañan el ecosistema, o conducen potencialmente a la extinción de especies.
El Rey David dijo: …”La tierra es del Señor y todo lo que hay en ella” …(Salmo 24:1). Nosotros/as somos sus guardianes, en nombre de lo divino, por el bien de las generaciones futuras preguntémonos: ¿Por qué será que hoy la naturaleza presenta los problemas que conocemos? ¿Qué relación tenemos nosotros/as con lo que sucede? ¿Qué estamos plantando para nuestras próximas generaciones? ¿Cómo estamos cuidando aquello que nos fue dado?
Wally Liebhaber
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