Reflexiones acerca de la dignidad humana
Rabino Yerahmiel Barylka
En nuestra parashá se nos advierte doblemente contra la explotación de quienes son indefensos por naturaleza: “No torcerás el derecho del forastero o del huérfano ni tomarás en prenda la ropa de la viuda”. (Según la mayoría de los estudiosos, la frase se refiere a quitarle la prenda cuando no devuelve un préstamo). “Más bien, acuérdate que fuiste esclavo en Egipto y que de allí te rescató el Señor tu Dios. Por eso yo te mando que hagas esto” (Devarim 24:17-18). El mandato constituye una filosofía de las relaciones sociales que resume el pensamiento judío acerca de la justicia y la compasión.
En una primera lectura resulta sorprendente que la razón para venerar la respetabilidad del otro sea porque “fuimos esclavos en Egipto”. ¿Actuar con justicia y compasión no se sostiene bajo el escrutinio de una teoría ética independiente y suficiente y quizás necesitamos recordar esta parte de nuestro pasado común? ¿La Torá desea decirnos que los actos de justicia deben estar motivados por la identificación con la víctima de la desgracia, buscando en nuestra propia experiencia y descubriendo en ella sufrimientos similares de modo que podamos simpatizar con la persona que ahora es objeto de miseria y dolor? Una lectura simplista nos dice que sí… Así nos enseñaron desde pequeños…
Sin embargo, el rabino Norman Lamm comentando esta misma parashá hace 55 años, encontró grandes críticas a esta teoría.
En primer lugar, puede conducir a la arrogancia y hacer pensar que “si yo también he sufrido, y ahora he emergido a una posición más afortunada, entonces mi actitud bien podría ser: “Si yo superé esa situación y ahora he emergido a una posición más afortunada… ¡tú también puedes!” Esa actitud es, por supuesto, errónea. Es el resultado no inesperado de la psicología de la identificación. Este tipo de arrogancia no conduce a una conducta compasiva ni justa.
El segundo problema es el de las comparaciones envidiosas. Mi antigua servidumbre en Egipto me provocó un sufrimiento mucho peor de que la de los rezagados de hoy. Esta propensión a comparaciones injuriosas se vuelve especialmente tentadora cuando uno exagera estúpidamente su propia condición al reivindicar el papel de la mayor víctima del mundo y esconderse tras ella. Ciertamente, este tipo de actitud no conduce a resultados saludables.
La tercera dificultad con este enfoque particular es que da lugar a insinuaciones de indignidad. Si tengo que comparar mi sufrimiento con el de la víctima que se enfrenta a mí, bien puedo suponer que yo merezco estar bien, mientras que él no. Yo soy más digno por mi cultura, educación, tradición, y herencia. Soy de un pueblo “elegido”. El “otro” no merece la dignidad a la que aspira. Ese resultado malsano es, por supuesto, una terrible simplificación de problemas sociales y culturales enormemente complejos, y quizás de cosas peores. Así que, tales comparaciones pueden conducir a resultados opuestos y quedan ocultas en el sentimiento de muchas personas que cuando logran el poder se dejan guiar por ellas para cometer crueldades y barbaridades contra quien tiene enfrente suyo.
Lamm propone una interpretación mucho más sutil, más sensible y más inmune a la crítica que la interpretación habitual en la que hemos basado nuestro análisis. La toma de Jacob ben Asher (c. 1270 – 1340), el autor del “Baal Haturim” que nos dice que el versículo para recordar que éramos esclavos en Egipto no narra a nuestro sufrimiento ni a nuestra miseria, sino más bien a un incidente particular en los siglos de nuestro infeliz exilio egipcio. Baal Haturim sostiene que la Torá se refiere al momento en que Dios dio gracia al pueblo ante los ojos de los egipcios, quienes les dieron lo que pidieron (Éxodo 12:36). Prestaron a los esclavos israelitas sus vasijas de oro y plata, y más tarde cuando Egipto fue destruido, esos bienes les permitieron salir de la esclavitud a la libertad con algunos medios para sobrevivir.
En otras palabras, el significado del versículo según el Baal Haturim, es que debemos construir nuestra rectitud y compasión no sobre el elemento de nuestro sufrimiento, sino sobre nuestra salvación; no sobre nuestra servidumbre desafortunada, sino en la ayuda fortuita por parte de personas de quienes menos lo esperábamos.
Ayudamos al desgraciado no porque nos identificamos con su miseria, sino porque recordamos que una vez fuimos beneficiarios de extraños, y que la gratitud a ellos, nos acompaña y nos lleva a conceder nuestra gracia y ayuda a otros.
Debes ser bueno no porque tuviste mala estrella, sino porque tuviste muy buena suerte; debes apoyar a los desfavorecidos porque tú, por algún capricho de la vida y de la historia, fuiste una vez el receptor del favor de un extraño, actitud algo antinatural, inesperada e incluso irracional en esas circunstancias. Por lo tanto, debemos convertirnos en benefactores de los demás, aunque tal merced no sea natural, aunque sea inesperada, e irracional, aunque nos cueste imaginar esa posibilidad.
Esta interpretación del versículo de la Torá, que enfatiza no el recuerdo del sufrimiento, sino el recuerdo de la gratitud, nos presenta una ética sin arrogancia, sin comparaciones envidiosas, sin insinuaciones indignas. Sin sentirnos superiores.
Los problemas no pueden resolverse con simples eslóganes o banalidades a los que nos acostumbraron los políticos de todos los partidos. Cada uno tenemos nuestros puntos de vista, y siempre deben estar abiertos a modificaciones. Pero todo esto es irrelevante para la exigencia bíblica sobre nuestra rectitud y nuestra compasión, nuestra caridad y nuestro compromiso con la justicia social, nuestro jesed y nuestro tzedek.
A pesar de inmoralidad de los ataques terroristas asesinos que se ensañan con nosotros también esta semana y de nuestra ira justificada por el dolor, nosotros, como judíos debemos evitar ser injustos, crueles o despiadados con la población que no es terrorista y que no está involucrada en acciones violentas de ningún tipo. Debemos recordar que cuando éramos esclavos en Egipto, los explotadores nos odiaban de corazón, aunque en un raro momento dado, fuimos los beneficiarios de un instante de bondad y justicia. Al final, los déspotas, devolvieron algo de lo que nos habían sustraído. Sólo ese acto excepcional debería motivarnos hacia los grandes ideales judíos de jesed -misericordia, clemencia, compasión- y tzedek – equidad, derecho, justicia-.
Tenemos que esforzarnos por revelar el elemento humano común que hay en nosotros y ellos y transformarlo de ser un factor que separa a las personas y que incita al sentimiento de venganza, en un elemento puente, reconciliador y movilizador para la lucha por la paz basada en la igualdad y respeto mutuo.
Es muy fácil y demagógico exigir de nuestras fuerzas armadas acciones violentas indiscriminadas cuando aún no se sepultaron las víctimas o tomar las armas en nuestras manos para vengarnos. No faltan bravucones y fanfarrones dispuestos a cometer destrozos y estragos con quien tengan cerca. Lo difícil, pero no imposible, es pensar que, con ellos, los enemigos, debemos lograr una verdadera paz después de haber castigado con todo el peso de la ley a quienes nos agreden y asesinan y a quienes instigan la violencia y a los envían a cometer sus crímenes contra Israel.
No hay contradicción.
A todos los que dudan y tienen poca fe sobre las posibilidades de lograr una verdadera paz entre israelíes y palestinos que después de más de cien años de un sangriento conflicto nacional en el que ellos y nosotros perdimos tantos seres queridos y hemos sufrido tantos daños, podemos tratar de abrir el corazón al dolor del pueblo refractario y obstinado y canalizar juntos el padecimiento compartido a caminos de acercamiento y reconciliación.
El fin del derramamiento de sangre, potenciará el despertar de la fe en la bondad del hombre, dondequiera que esté.
En Pesaj entonamos Dayenu (suficiente, adecuado, bastante), uno de los más populares de nuestros himnos. En él hay una frase que dice: “Si (los egipcios) nos hubieran dado su dinero y no nos hubiera abierto el Mar Rojo habría sido -dayenu- suficiente”. ¡Qué palabras tan extrañas! ¿Se refieren a nuestro craso comercialismo, a nuestro materialismo? ¿Si tan solo Dios nos hubiera dado las joyas y el dinero de los egipcios, entonces habríamos estado dispuestos a renunciar a la redención? ¡No y no!
El “Baal Haturim” nos permite una nueva comprensión de este verso del Dayenu. Si Dios nos hubiera dado el peculio de los egipcios, entonces en efecto -Dayenu- hubiera habría sido suficiente incluso sin la redención — porque entonces, aunque no hubiéramos sido liberados, nos hubiésemos elevado éticamente. Al recibir los regalos de los egipcios, comprendimos a ser justos y compasivos con todas las víctimas de la opresión, la persecución y la adversidad. Como resultado de este acto de beneficencia de los opresores, relacionamos cómo tratar al extranjero, al huérfano y a la viuda y ser humanos libres.
Es un tipo de redención por sí misma.
Cuando nos acercamos a Rosh Hashaná, no está demás pensar en la redención de Pesaj e inspirarnos para la redención que solamente puede brindar la paz verdadera y hacernos más libres y mejores judíos.
Shabat shalom,
Yerahmiel
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