Shabat Vaierá: El mito de Procusto y el pecado de Sedom
En un lugar paradisiaco sobre una colina, un agradable posadero ofrecía hospedaje a los viajantes. Se decía que era hijo de Poseidón: era un gigante de aspecto descomunal y una amabilidad irresistible, que no tardaba en entrar en confianza con sus huéspedes. Los recibía cordialmente, les ofrecía manjares y bebidas hasta el hartazgo. Después, somnolientos, los invitaba a recostarse sobre una intrigante cama de hierro… y caían en la trampa.
El anfitrión era Damastes, pero la mitología griega lo inmortalizó con el nombre de Procusto, “el estirador”: si el huésped era de baja estatura, el posadero lo ajustaba a la cama estirándolo y quebrándole las articulaciones; si era alto y sobresalía de la cama, los acortaba mutilándolos.
Según algunas versiones del mito, el artefacto estaba dotado de un mecanismo móvil que se alargaba o acortaba según el antojo del verdugo, por lo que nadie daba la talla en este juego siniestro. Años después, fue Teseo, el vencedor del Minotauro, quien puso fin a los crímenes de Procusto. Irónicamente, acabó con él midiéndolo en su propia cama.
Este mito ha sido objeto de estudio de diversas disciplinas, acuñando conceptos como el Síndrome de Procusto, que define al intolerante hacia el que no es como uno, y Cama de Procusto, como la manipulación de la realidad para ajustarla a nuestra conveniencia. Procusto hoy en día es un símbolo no solo de crueldad e intolerancia, sino de mediocridad, “nivelándonos para abajo”. El mito expone una parte perversa de la sociedad que se revela en el trato al diferente, al extranjero, al desconocido, al pobre, y encierra cierta forma de xenofobia.
Por eso, el mito es una alegoría del ser humano traspasando los límites y perdiendo su humanidad.
En Vaierá, el fragmento de la Torá que nos convoca esta semana, la historia de Sedom (Sodoma) nos interpela a examinarnos quienes somos como sociedad, para reflexionar y recapacitar acerca de los valores que practicamos.
“Y dijo el Eterno: el clamor de Sedom y Amorá es enorme, y su pecado es sumamente grave…” Génesis 18:20
Distintas fuentes tratan de explicar cuál fue el “pecado sumamente grave” de Sedom. El midrash [1] explica que la maldad de los sodomitas “incluía no sólo la maldad metafísica, es decir, la idolatría, sino también la maldad moral-ética en sus relaciones con los demás seres humanos”.
El Talmud [2] cuenta que una joven llevaba alimentos a los pobres, escondiéndolo en un balde para que la gente de Sodoma no lo viera, porque estaba prohibido. Un día esto se supo, la untaron con miel y la colocaron sobre el muro de la ciudad, y vinieron las avispas y la devoraron. Esta muerte selló el destino de Sedom.
En ese sentido, el comentarista medieval Rabeinu Bahya [3] indica que el pecado más grave de Sedom, incluso más que la inmoralidad sexual, la blasfemia, el asesinato de inocentes y la idolatría, es el relacionado con la falta de tzedaká. Lo que selló el destino de los sodomitas fue no solo que despreciaron el mandato de abrir la mano al necesitado, sino que legislaron contra las personas que intentaban practicaban este precepto. Y ese fue el límite.
Diversos comentarios profundizan ahondando aún más en esta cuestión, pero hay una fuente, quizás la más llamativa, que relaciona el pecado de Sedom con el mito de Procusto.
“En las calles de Sedom ponían camas para medir a los forasteros. Si uno de ellos era más corto que la cama en la que lo habían acostado, tres sodomitas le asían las piernas, y otros tres la cabeza y los brazos, y lo estiraban hasta que se ajustaba a la cama. Pero si era más largo que
esta, le forzaban la cabeza hacia abajo y las piernas hacia arriba. Cuando el pobre desdichado gritaba en su agonía mortal, los sodomitas le decían: “¡Silencio! Esta es aquí una costumbre antigua”. [4]
La historia de Sedom y el mito de Procusto nos demuestra que quizá no alcanzamos a entender que el ser humano que no reconoce la humanidad en el Otro, está perdiendo a su vez su propia humanidad.
Lo verdaderamente grave, entonces, es tratar de recortar la realidad para no ver lo que pasa alrededor, en vez de emular a Abraham e intentar cambiarlo, estando dispuestos a apelar ante D-s si fuera necesario. Aceptar las cosas como son es permitir que en cada generación y en cada un lugar haya un Procusto que imponga de qué manera se mide el mundo.
Rab Lord Jonathan Sacks Z´L aseguró que “en un mundo que reclama cada vez más diversidad y tolerancia, el camino a recorrer es el principio de responsabilidad colectiva”.
No debemos aceptar el mundo como es.
Debemos desafiarlo en nombre del mundo que debería ser.
Esa es nuestra responsabilidad.
Shabat Shalom!
Seba Cabrera Koch
18 Jeshvan 5784 / 2 de Noviembre de 2023
Notas
[1] Pirkei DeRabi Eliezer 25:8
[2] Talmud de Babilonia. Sanedrín 109b:9
[3] Rabbeinu Bahya, en Bereshit 18:20:1-2 (siglo XIV)
[4] Sefer ha Iashar: Surazski, 2021.
Bibliografía
-Coffman, Aryeh. Tora con comentario de Rashi, tomo 1 Bereshit – Génesis. 2001. Editorial Jerusalén.
-Midrashim a Génesis 18:1 – 22:24, consultados desde Sefaria.org
-Sacks, Jonathan. Covenant and conversation: vayera. © 1981-2023 The Rabbi Sacks Legacy Trust.
-Sefer ha Iashar 62, citado en Los mitos hebreos, p. 148. Surazski, G. (2021). Fragmentos de cielo: perlas y comentarios a los cinco libros de la Torá. Ediciones Seminario Rabínico. Págs. 71-72.
-Talmud de Babilonia. Sanedrín 109b:9, consultado desde Sefaria.org
Imagen
Un indigente duerme en Wall Street, Nueva York. Foto AP – Mark Lennihan
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