Irán pone el jaque en el tablero del Medio Oriente

En la compleja partida de ajedrez geopolítica que se juega en el Medio Oriente, Irán ha estado maniobrando con destreza sus movidas diplomáticas, usando además a su favor sus alianzas ideológicas y su influencia militar para afianzar su posición sin provocar una confrontación abierta en su contra con final impredecible que pudiera resultarle demasiado costosa económica, militar y políticamente.

La estrategia iraní de calentar el ambiente se articula en torno a varios ejes clave que en esta primera fase le dan ventajas en la región:

1). Controla el teatro de operaciones con sus aliados en Irak, Siria, Líbano y Yemen, utilizando lazos religiosos, económicos y políticos para establecer un “eje de resistencia” contra sus adversarios, principalmente EE.UU., Europa Occidental y los aliados en la región. Irán es un país de mayoría chiíta que a través de sus milicias y partidos políticos afines cuenta con el apoyo de Irak; tiene una alianza con el régimen de Bashar al-Assad de Siria que depende del apoyo militar y económico de Irán; cuenta como aliado en el Líbano a la organización chiita Hezbollah que tiene una fuerte presencia política y militar en ese país; y en Yemen apoya a los hutíes (hititas), que están en conflicto militar directo con Arabia Saudita desde hace años.

2). Ha desestabilizado a su enemigo Israel mostrando sus vulnerabilidades y descuidos de seguridad por conflictos internos. A través del apoyo a Hamas y Hezbollah obliga a Israel a consumir sus recursos y revelar sus capacidades militares, afectando su seguridad e imagen internacional que se aviva mediáticamente levantando el tema palestino que cuenta con adherentes en buena parte del mundo. Ha bloqueado el acuerdo de paz que se avecinaba entre Israel y el otro enemigo de Irán Arabia Saudita, al cual además desestabiliza apoyando los hutíes en la vecina Yemen. Mueve sus fichas para que Hamas gane las elecciones en Cisjordania (que cuenta aún con una Autoridad Palestina liderada por Fataj, enemiga de Hamas sobre la que hay cierta influencia de EE.UU.), de modo que se genere otro frente como el de Hamas y Hezbollah contra Israel.

3). A nivel global, Irán ha logrado alinear a Rusia y China a su lado, principalmente como contrapeso a Estados Unidos y varios de los países democráticos occidentales que apoyan a Israel. Con ello además garantiza una opinión pública y resoluciones de las Naciones Unidas que afectan la posición de Israel y, por extensión, la de sus aliados occidentales. Además, siendo la gran amenaza de todos los países petroleros del Golfo Pérsico, sus movidas ponen en riesgo la economía mundial

En contraparte, Estados Unidos, bajo la administración de Biden, ha movido sus propias piezas en este tablero geopolítico reforzando sus alianzas con Israel y los estados del Golfo, asegurando su influencia en asuntos de seguridad y energía.

Por otro lado, sus bases militares en puntos estratégicos de la región le permiten llevar a cabo operaciones militares selectivas posicionándose como actor decisivo en la seguridad regional, con la que por ahora Rusia y China no pueden competir por sus propias dificultades internas. En última instancia, a través de sanciones económicas y esfuerzos diplomáticos como los Acuerdos de Abraham, EE.UU. busca contener las ambiciones nucleares de Irán y promover la estabilidad regional.

En este contexto, la actuación del presidente Biden en Oriente Medio se ha destacado por su empatía y un enfoque personal en la diplomacia, apoyando a su aliado Israel durante los momentos críticos, y ejerciendo su influencia en la moderación de las respuestas militares israelíes.

EE.UU. es consciente que Japón, Corea del Sur y Taiwán, -amenazados por China y Corea del Norte-, están mirando con ojos abiertos la lealtad de Estados Unidos a un aliado como Israel que tiene el mismo nivel de importancia que ellos, cuando enfrenta un serio peligro en su seguridad.

En este escenario, los medios de comunicación influyen en la percepción internacional del conflicto, incluyendo en ello tanto a las plataformas tradicionales como a las digitales, donde la rapidez y la extensión de la información pueden cambiar la narrativa de un momento a otro.

En el Oriente Medio los medios financiados por estados como Al Jazeera y Al Arabiya compiten con cadenas occidentales y agencias de noticias internacionales, mientras que la desinformación y las campañas de propaganda buscan moldear la opinión pública principalmente a favor de los actores y agendas árabes. La mayoría de las cadenas europeas, respondiendo a sus intereses económicos, publicitarios, ideológicos y no pocas veces sus prejuicios antisemitas, tienen una larga historia de coberturas asimétricas contra Israel con pocas excepciones, y tienden a basar sus reportes en las fuentes del mundo árabe.

En cuanto a la ONU, ya está largamente demostrada su incapacidad para mantenerse neutral en la resolución de conflictos, siendo un escenario favorable a los fines de la suma de los países dictatoriales, los ideológicamente de izquierda y los teocráticos, que conforman la mayoría de los países de la ONU. Por ello tienen un marcado sesgo anti israelí, incluyendo al Consejo de Seguridad, que valgan verdades bloquea cualquier condena o sanción a cualquiera de los aliados de las grandes potencias, lo que abona a favor de su falta de neutralidad.

No resulta casual entonces que no se nombre las acciones terroristas de Hamas en cualquier resolución sobre el Medio Oriente y en cambio se carguen los discursos y textos contra Israel. Esta vez no ha sido la excepción. En la práctica, por lo tanto, nadie le hace caso a la ONU ni le atribuye carácter vinculante a sus declaraciones. Los países del  mundo se mueven por intereses, y no por resoluciones de instituciones internacionales desacreditadas e inoperantes.

En escenarios bélicos nunca se sabe cómo terminan sus actores y cuál es el costo final para todas las partes, en los que usualmente todas pierden. Esta vez no será una excepción, los costos humanos ya son enormes y cada día puede traernos otra sorpresa.