“La vida y la muerte / Bordada en la boca” (Serrat)
Por Ianai Silbertstein
Hace dos semanas me quedé, literalmente, sin palabras. Lo que era sensación, premonición, sucedió. Me costaba escribir desde #Oct7 pero aun así había esbozado alguna idea, tomado prestadas la mayoría… me transformé, soy, un espectador más de la tragedia, sea la batalla, sea el intercambio de rehenes por prisioneros, sea el perverso juego político al cual los políticos no pueden resistirse.
Pasaron dos semanas desde que compartí mi columna en Radio Jai o publiqué editoriales en mi blog (admito que muchas veces uso unas para las otras).
Entre tanto, además del dantesco infierno de la televisión, busqué consuelo en oportunidades que surgieron en la actividad cotidiana judía, en especial en estos tiempos: una clase sobre Salmos en mi comunidad, una ceremonia de Brit Milá del nieto de amigos. Tanto los Tehilim como un Brit tienen siempre un sentido inmediato y otro más profundo, estructural o existencial; esta vez, en ambos, primó el segundo.
La batalla, no la guerra (hoy en su día 54), está en suspenso: la muerte ha dejado lugar a la vida. Las “pausas” que acordaron los involucrados están cumpliendo, no sin chicanas, el cometido para el que fueron acordadas. Es especialmente chocante el contraste entre la profunda emoción y tristeza en las operaciones de retorno de los rehenes a Israel con aquellas de los prisioneros palestinos a Cisjordania: puro júbilo y alegría; léase, la percepción de un triunfo.
Recientemente escuché una sentencia que me heló la sangre: “esta guerra ya la perdimos”. No me atreví a compartirla so pena de ser tildado de derrotista. Hasta que alguien dijo más: “esta guerra la perdimos el 7 de octubre”. Cuando finalmente en un grupo de amigos pudimos hablar el tema un poco más allá de lo coyuntural, el efecto catártico funcionó: uno no está solo. Pero la condición es una y sólo una: HAY QUE hablar, hay que encontrar las palabras.
En eso estoy. La red social @X ayuda, pero no es suficiente; en todo caso, también es incendiaria, es otro campo de batalla. Es una guerra de discursos, denuncias, acusaciones, auto-defensa, pero guerra al fin. Tampoco es tiempo de “palabras para curar heridas” (Amos Oz); la cuestión es si, algún día salimos a buscarlas, las encontraremos. Mientras tanto sólo conseguimos aliviar un poco la sensación de impotencia que instaló la masacre del 7 de octubre.
Perder la guerra no significa que Israel sea destruido, pero sí muy mal herido por años y generaciones. Obligará a renovar y sumar al culto de la memoria, al sentido de nuestros ideales como judíos, en especial quienes vemos en el Estado de Israel la redención de nuestra nación. Al tiempo que combatimos al enemigo en el terreno, al otro enemigo en redes y medios, no hay tiempo que perder en construir la memoria que vendrá.
Tisha BeAv deberá sumar una nueva tragedia a su simbolismo, aunque las fechas no coincidan en absoluto. Cualquier tiempo de masacre es Tisha BeAv, aunque ocurra en Simjat Torá.
Del mismo modo que un Brit Milá la semana pasada me impidió charlar con ustedes en Radio Jai, la agenda comunitaria está llena de eventos: Bar/Bat Mitzvot, ceremonias de Tfilim, la inminente Janucá cuya luz precisamos más que nunca, la renovación de autoridades, la inauguración de un nuevo edifico comunitario. La vida judía sigue.
El 7 de octubre, hace casi ya dos meses, fueron asesinados 1400 justos, secuestrados otros 240, y un país fue puesto en pie de guerra. Vino un tiempo de funerales y profunda y generalizada tristeza. En ese contexto, la “vida” judía no cede a su propio, innato impulso.
Hacía tiempo que no era tan difícil conjugar la pulsión de muerte con la pulsión de vida. Es todo un desafío.
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