Comunidad NCI de Montevideo
Por Ianai Silbertstein
En marzo de 2003, asomando de la peor crisis económica de la región, iniciamos una “aventura” comunitaria cuyo fin en roles de liderazgo, para mí, termina esta semana. Han sido veintiún años de inspiración y trabajo en pos de una forma de vida y una conversación judía relevantes y actuales. Lo cual supone una constante renovación: el próximo lunes la NCI de Montevideo, la única comunidad liberal en Uruguay, perteneciente al Movimiento Masortí, renovará sus autoridades por los próximos tres, seis, y por qué no, dieciocho años. Como en 2003, serán “jóvenes” de menos de cincuenta años los que asuman responsabilidad total por la Comunidad y en gran medida por el futuro de la vida judía en el país. A diferencia de 2003, no será desde las urgencias de una crisis sino por las oportunidades y desafíos de un futuro.
La realidad judía uruguaya tiene características particulares. Con todo lo que nos hermana a uruguayos y argentinos en general, somos dos colectivos bien distintos. Para empezar, la comunidad judía uruguaya siempre ha sido pequeña en comparación con la argentina: supimos ser 40mil judíos en los años sesenta del siglo pasado, y no somos más de quince mil hoy, siendo generosos. Lo que llamamos “judíos comunitarios” probablemente ronde la mitad de esa cifra. Somos una comunidad uniforme: abrumadoramente sionista, burguesa, muy poco politizada, ortodoxa en su concepción del judaísmo pero apenas tradicionalista en su estilo de vida, y moderadamente liberal en sus ideas. La NCI que he presidido en dos períodos se puede jactar de haberse mantenido coherente a través de las generaciones en el afán de mantener un perfil plural y diverso. Es mucho más fácil declararlo que concretarlo, pero siempre estuvimos a la altura del momento.
Si uno lee los signos y señales de las otras congregaciones de Uruguay está claro que cada una, a su manera, busca esos caminos que la NCI viene recorriendo quince o veinte años por adelantado. Esta corrida liberal supone un nuevo desafío, porque la NCI nunca fue lo que fue por oportunismo sino por convicción. Esto requiere una masa social cohesionada y aglutinada en torno a un liderazgo comunitario que surge de sus propios miembros de forma espontánea y democrática, así como en torno a un Rabino afín, inspirador, y desafiante. Mi memoria personal me remonta al Gran Rabino Winter Z´L, pero mi experiencia de vida a mi querido Rabino Daniel Kripper. Mi experiencia comunitaria se remite a los rabanim Alejandro Bloch, Ariel Kleiner, y hoy Dany Dolinsky. Con todos ellos la conversación ha sido franca, profunda, y en pos de ese judaísmo en el que todos creemos, matices mediante.
En este último período, que se inició en 2021, decidimos incorporar un seminarista con el fin de dar respuestas a una generación para la cual sus padres, en todos los tiempos, han demandado una respuesta: los jóvenes universitarios. En Uruguay, esto refiere al período pos tnuá y pos año en Israel; aunque seguramente no hayamos sabido ver una buena porción de jóvenes que desde siempre quedaba por fuera. La exitosa incorporación de Hori Sherem, la generación de un espacio exclusivo para jóvenes (La Casa by NCI), y programas específicos, muchos de ellos surgidos por la demanda de los jóvenes, nos aseguran que la proa está bien rumbeada. En una comunidad en general muy conservadora y pacata, una vez más la NCI pone sobre la mesa temas que, no por conflictivos, dejan de ser relevantes, incluso urgentes.
En el marco de una comunidad tan chica pero a su vez tan diversa los movimientos de unos inciden en los otros; es una dinámica inevitable, acaso incluso saludable. Lo que en principio puede surgir como confrontación podría resultar en un alineamiento si no formal, por lo menos cultural. Si bien hay bastiones que se aferran a las viejas costumbres y forma de hacer las cosas, nadie queda libre de no hacer nada. Estoy convencido que le estela que deja a su paso la NCI es un andarivel que muchos elijen recorrer, no sin resistencia, y cada uno a su tiempo y a su manera.
Hay paradigmas que ya no se sostienen. Producto de la visión de sus fundadores hace ya casi noventa años, el concepto de “Nueva” (Nueva Congregación Israelita, NCI) ha dejado siempre las puertas abiertas para el cambio. Esta identidad fundacional de la NCI allanó el camino a las sucesivas generaciones. Sin ese espíritu, no hubiéramos sido fundadores de la Confraternidad Judeo-Cristiana, socios naturales en innumerables proyectos con la Bnei-Brit, introductores de aquellos servicios religiosos para jóvenes, y por supuesto, no hubiéramos dado a la mujer, hace ya más de cuarenta años, el status que merece en un colectivo judío. Nunca retrocedimos. Hoy, hay niñas que eligen colocarse tefilim.
Poner punto final a dos décadas de trabajo comunitario en la NCI no es sólo una cuestión de edad. La realidad es que el mundo judío ofrece más y mayores desafíos que nunca, y seguramente los paradigmas bajo los cuales creció mi generación ya no tengan las respuestas adecuadas; incluso nuestros hijos, que se convierten en noveles padres, se criaron con otra realidad y valores. Hay que saber “leer” el entorno, los datos, la evidencia; sin abandonar las ideologías, pero sin atarse a ellas. Todo esto especialmente agravado por los sucesos y consecuencias del pogromo del 7 de octubre pasado en Israel.
Creo que el mundo judío ya no es el de las denominaciones (ortodoxo, conservador, reformista) sino que es un mundo fragmentado. No me canso de citar a mi guía intelectual, el Rabino Donniel Hartman de Jerusalém, cuando dice que “el judaísmo debe competir en un mercado libre de ideas”; por lo tanto, el judaísmo debe ofrecer respuestas a la vastedad de búsquedas que surgen una tras otra. No es una dinámica, es una vorágine a cuyo ritmo hay que funcionar. Acaso mi generación pueda servir de marco referencial, de brújula ideológica, interlocutores sobre valores y aspiraciones. Si así fuera, con eso tengo bastante.
Es un tiempo de agradecimiento: a mi familia nuclear, a mi familia de origen cuyos desvelos hice míos y me inspiraron en este viaje. A la comunidad NCI por confiar, escucharme, sostenerme, y perdonar mis errores. A mis socios de camino, y elijo nombrar sólo dos en nombre de muchos otros: David Peke Raij y Daniel Coco Fraenkel; con ellos aprendimos el oficio. A la Directiva entrante, liderada por Ariel Opoczynski, a la que me precedió, liderada por Claudio Elkan, y a todas las palmadas y besos y apretones de mano de socios y amigos durante nuestros encuentros allí, en el lugar que todos elegimos para ser judíos: la NCI de Montevideo.
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