2023: el año que cambió la historia de Israel
Cuando el mundo entre en un nuevo año, en Israel seguirá siendo 2023 incluso después del 31 de diciembre. No porque la tradición del país sea no festejar el año nuevo gregoriano, sino porque Israel quedará estancado en el 2023, uno de los años más dramáticos de su corta historia. El año inició con un nuevo gobierno: exactamente hace 12 meses, el 29 de diciembre, Netanyahu formó un nuevo gobierno tan solo 18 meses después de perder el poder tras una serie de elecciones estancadas sin un claro ganador.
Tras cinco elecciones en cuatro años la crisis institucional en Israel parecía resuelta con la conformación de un gobierno “puramente de derecha¨ como lo ha definido el propio Netanyahu, quien definió cuatro prioridades en su primera reunión de gabinete: bloquear a Irán, restaurar la seguridad y la gobernanza dentro del Estado de Israel, abordar el costo de vida y el problema habitacional y ampliar el círculo de la paz (comenzado con los acuerdos de Abraham).
¿Cual es la diferencia entre reforma judicial y golpe encubierto?, ¿pueden los tribunales de justicia limitar la voluntad del parlamento?, ¿en qué casos?, ¿qué significa el principio de razonabilidad y quienes deberían conformar la comisión de elección de jueces?; preguntas que luego del 7 de octubre parecen ser irrelevantes.
La sociedad israelí salió a las calles. “DE-MO-CRA-CIA” gritaban quienes se oponían a la reforma judicial y veían en la misma un golpe irreversible a los valores liberales de Israel. Quienes apoyaban la reforma también salieron a las calles a defender la voluntad popular en contra de la embestida de “la elite privilegiada” que quería anular la voluntad popular e impedir al gobierno avanzar con sus políticas.
Aunque la polarización era palpable, la trascendencia de los temas en discusión era no menos importante: la identidad del Estado estaba en juego. Durante numerosos años Israel enfrentó amenazas existenciales y, en lugar de profundizar en el debate sobre la identidad nacional, las prioridades estaban orientadas en la supervivencia. Para debatir sobre qué tipo de Estado se quería, primero era necesario asegurar su existencia.
A la sombra de la polarización de la sociedad se encontraban las advertencias de lideres políticos y militares cuyo significado hace eco tras el 7 de octubre. “El choque por la reforma judicial podría consumirnos a todos” afirmaba Herzog el presidente de Israel. “La reforma judicial puede causar que la agencia se desintegre desde adentro” enfatizaba el exjefe de Shin Bet, Nadav Argaman.
Protestas multitudinarias en las calles, instigaciones a evitar el servicio militar y el controvertido cese, seguido de la posterior reincorporación, de Yoav Gallant como ministro de defensa de Israel parecían ser una combinación perfecta para los detractores del país en una región plagada de amenazas, y donde la falta de preparación y cualquier signo de debilidad tienen un costro altísimo. En este contexto Israel se encontró sin un ministro de defensa durante quince días, cinco meses antes del 7 de octubre.
7 de octubre.
50 años y 15 horas después del ataque sorpresivo egipcio y sirio contra Israel que dio inicio a la Guerra de Yom Kipur, Hamas lanzo un ataque contra Israel, cometiendo una masacre sin precedentes en la historia del país y el mayor contra judíos después de la Shoá. Su magnitud llegó a conocimiento de Israel y de todo el mundo.
La sociedad israelí y la diáspora judía se cohesionaron en un esfuerzo colectivo de proporciones extraordinarias. De repente toda la polarización previa al 7 de octubre se volvió irrelevante. Donaciones inundaron todos los centros comunitarios: alimentos, carpas, sangre, equipo de verano, equipo de invierno; todo lo necesario para apoyar a los soldados, los evacuados y aquellos afectados por la tragedia.
El periodismo internacional que diez días antes informaba sobre la polarización, e Israel al borde de una guerra civil, era testigo de cómo los grupos más críticos y opositores al gobierno se unieron sin importar divisiones para ayudar en los esfuerzos bélicos. “Am Israel Jai” (el pueblo de Israel vive) y “Iajad Nenatzeaj” (juntos venceremos) se convirtieron en mantras de una sociedad golpeada profundamente, pero sin tiempo de duelar y llorar a sus muertos.
La unidad nacional tras el ataque de Hamas tuvo también su correlato en la política. El exministro de Defensa Benny Gantz y miembros de su partido se unieron a la coalición de Netanyahu formando un “gobierno de emergencia nacional” y subrayando el alcance del shock que ha sufrido la nación y el grado en que los políticos y el país entero se han sentido desconcertados por la repentina y grave amenaza a la seguridad nacional y a la existencia del estado.
La verdadera cara de Israel se hacía evidente, así también la magnitud de la guerra.
De experta en derecho constitucional, la sociedad israelí paso a manejar conceptos como “disuasión militar”, “secuestrados” “rehenes”, “guerra en varios frentes”, “cese al fuego”, “corredor humanitario”, y a enfrentarse a preguntas geopolíticas y estratégicas cuyas respuestas no son unánimes y que expertos en el tema prefieren aun no opinar. Eliminar a Hamas y traer a todos los rehenes a casa. Los lideres israelíes se encuentran en un esfuerzo descomunal para conciliar ambos objetivos que por momentos parecen colisionar.
No todo se vincula con consideraciones políticas y resultados de encuestas. La guerra nos reveló la existencia de consensos fundamentales arraigados en la sociedad israelí, inmunes a los debates políticos, las diferencias ideológicas o los discursos oportunistas. La existencia y defensa de Israel, el cuidado por el otro, la sensibilidad ante el dolor ajeno, la solidaridad interna y la sensación de un destino común son verdades profundas que emergen en el contacto humano entre los diversos sectores de la sociedad y son también la base para la reconstrucción nacional.
Si en términos de seguridad es impensado volver a la situación existente el 6 de octubre, mucho más en términos sociales y políticos. Regresar a las mismas formas de encausar las diferencias implica no haber aprendido de los errores o mucho peor, volver a caminar el sendero que nos llevó a la situación actual.
La resiliencia es una característica fundamental del pueblo judío y en este caso su puesta en práctica estará determinada en gran medida por la capacidad de los lideres de la nación de capitalizar políticamente estos consensos, dando lugar a nuevos liderazgos que estén a la altura de la reconstrucción nacional necesaria.
Por Matias Sakkal desde Jerusalem, abogado especializado en Derecho Internacional y Derechos Humanos.
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