Entre Munich y Siberia
Por Ricardo López Göttig
Vladímir Putin ha vuelto a ser el gran protagonista, en boca de gran parte del mundo, durante este fin de semana. Mientras en Munich, en la República Federal Alemana, se reunía la Conferencia para la Seguridad en la que participaron líderes políticos, miembros de think tanks y académicos de ambas orillas del Atlántico, se daba a conocer el viernes que Aleksei Navalny había muerto en la colonia penitenciaria cercana al Océano Ártico en la que se hallaba preso desde diciembre. Ha habido muchas muertes en circunstancias más que sospechosas en Rusia a lo largo de su historia, incluyendo al período soviético, y los tiempos de Putin no son diferentes. En los dos últimos años, con la invasión a Ucrania, se multiplicaron los casos de “caídas” desde ventanas y balcones, siempre de figuras con cuestionamientos a circunstancias referidas a la guerra.
Las manifestaciones de indignación genuina contra Putin, tras la muerte de Navalny, ocurrieron en Rusia y fuera de sus fronteras. A un mes de las elecciones presidenciales para un nuevo sexenio en el Kremlin, a Putin no le preocupan estas expresiones opositoras: no hay candidato presidencial que exprese el cambio hacia el régimen, ya que sus “rivales” son instrumentos del poder. Con el control de los medios de comunicación y de los gobiernos regionales y locales, sólo necesita asegurarse una nutrida concurrencia a las urnas para llevar adelante un plebiscito a favor suyo.
La muerte de Navalny se suma a la caída de Avdiivka, ciudad en la que se combatió durante varios meses. Y la conclusión en la Conferencia para la Seguridad de Munich fue obvia: hace falta enviar más armamento a Ucrania. Porque una serie de derrotas para Putin en el frente ucraniano sí desestabilizaría a su régimen, basado en la fuerza, y para evitar el envío de material bélico a Ucrania emplea a fondo sus conexiones en el mundo occidental. Periodistas, influencers, académicos y políticos que son instrumentales a la política del Kremlin desde hace más de dos décadas, tal como lo hacen países como Irán y la República Popular China. Crean lentamente un estado de opinión desfavorable hacia Ucrania, en una opinión pública que mayormente sólo atiende a los titulares, sensaciones y busca novedades en forma constante. La guerra en Ucrania está próxima a cumplir dos años y nos recuerda a la de 1914-1918: un enfrentamiento casi estático a lo largo de un frente de batalla en el que se ganan o se pierden cien o doscientos metros por día, a un costo humano altísimo.
Pero estas tragedias a veces ayudan a sacudir conciencias adormecidas. Estamos en un mundo tormentoso, en el que hay aplausos y marchas a favor de regímenes autocráticos y organizaciones terroristas, en el que es delito defenderse frente a criminales sanguinarios. Quizás ahora podamos comprender cómo se sentía una persona en la década de 1930, cuando se cernían los más oscuros nubarrones en el horizonte.
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