Ignorancia o Ideologías
Generalmente en mis columnas no hago referencia a la opinión pública mundial en relación a los acontecimientos en Oriente Medio, concretamente en torno a Israel y sus relaciones con el entorno. Ni siquiera en tiempos de aparente bonanza, cuando los Acuerdos de Abraham, le dediqué mucho tiempo al tema, porque parto de la base que la fortaleza de Israel, y del pueblo judío en general, yace en su interior y no en el juicio del entorno. Esto último, cuando finalmente pudimos cultivarlo muy tardíamente en la historia, ha sido más que nada una muleta en que apoyarnos, mientras que cultivar el judaísmo y más recientemente el sionismo nos ha conducido a éxitos sin precedentes. No exentos de gestiones ni de opinión pública, pero el secreto está en nuestra gestión, oportunismo, y pragmatismo.
Desde las declaraciones diplomáticas pero infelices de Antonio Guterrez en la ONU a las groseras, agresivas, e hirientes del Presidente Da Silva en Brasil (LA potencia de América Latina), pasando por el juicio por apartheid en La Haya (¡promovido por Sudáfrica!) y sobre todo las manifestaciones en todo el mundo con los slogans “Free Palestine” y “From the River to the Sea”, ya nada me sorprende. Ni me importa. A diferencia de los judíos “de izquierda” sorprendidos por su buena fe por la reacción de Las Izquierdas del mundo ante la #October7Massacre, la opinión pública es, para mí, anécdota. Si leo tres mil años de historia judía con sentido crítico, ya nada debería sorprenderme.
No creo que haya “razones” ni “contexto” que expliquen, mucho menos justifiquen, lo que sucedió aquel día; aquello fue odio puro y duro. El que no quiere verlo o mencionarlo, allá él. Sus razones tendrán, las suyas, que nada tienen que ver con los hechos objetivos en el terreno. No creo que haya mucho más que explicarle a nadie.
La necesidad casi compulsiva que tenemos muchos judíos de explicar y justificar me parece, a esta altura, inconducente (me incluyo no porque yo lo haga sino porque quienes sí lo hacen me representan): sea un presidente de un país vecino, sea quien sea. Todo ellos saben. Saben los hechos. Su discurso es pura retórica ideológica. Así como ellos saben, nosotros también sabemos, y la gente más o menos informada en el mundo, sabe. Nos odian o no nos odian, pero saben.
Razonar con ideologías es un esfuerzo estéril. Las ideologías cambian, si alguna vez lo hacen, por las vivencias, pero nunca por el discurso, y menos aún por el discurso de uno que es parte. Cuando razonamos y hablamos en realidad nos hablamos a nosotros mismos, que todavía tenemos miedo de estar equivocados. No lo estamos: desde el patriarca Abraham en adelante, no estamos equivocados, estamos en un camino entre tantos otros que la Humanidad, en toda su diversidad, recorre. Somos lo que somos, lo hemos defendido durante milenios, y ahora toca esta etapa histórica, de la que somos protagonistas. Todo un desafío.
De alguna manera, y recurriendo a nuestro relato fundacional en la Hagadá de Pesaj, yo soy el quinto hijo: no me auto-excluyo, no me considero erudito, ni inocentón, y por cierto que sé preguntar; soy el quinto hijo porque creo que el relato es nuestro y el problema surge cuando ya no nos lo contamos o cuando nos lo arrebatan con una versión empobrecida y poco fiel. Fuimos esclavos en Egipto, pero en ningún lado dice que exterminemos a nadie o que otros son inferiores a nosotros; precisamente porque otro relato fundacional, el de la Creación, dice que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Eso, nuestros enemigos, no lo han tomado prestado: se quedaron en aquello de ser eternos “arameo errante”, vale decir, refugiados.
No soy tan ingenuo para creer que Israel puede solo, que no precisa aliados, relaciones comerciales, inversiones extranjeras, desarrollo de infraestructura; pero el milagro del pequeño país democrático al borde del Mediterráneo, y en especial en contraste con el fracaso de proyectos como Líbano, Siria, e Iraq, ese nos pertenece y es el que debemos defender. El equilibrio entre complacer al aliado y complacer al votante es sutil, pero debe intentarse, aun a riesgo de perder poder político o una elección.
“El día después” de esta guerra en Gaza, si llega (tal vez lo suceda la guerra con Hezbolla), exigirá además de una opinión pública mundial más benigna y tolerante hacia Israel, si esto es posible, una fuerza interior digna de nuestros momentos más épicos. A diferencia de la gesta Macabea, la Guerra de los Judíos (contra Roma), Masada, o Bar-Kojba, no se trata de arremeter ciegamente contra el enemigo. Nuestro momento más independiente y autónomo fueron los reinos davídicos (1000 AEC), basados en la fuerza militar y la pericia diplomática. No es una fórmula desechable hoy día.
Por lo tanto, que no cunda el espanto. Demos menos trascendencia a declaraciones retóricas para la tribuna, y focalicemos donde podemos hacerlo: algunos en construir los lazos y alianzas necesarios, sin apelar a nuestra condición de víctimas pero sin dejarnos denominar victimarios; y al mismo tiempo, y sobre todo, construyendo hacia dentro un judaísmo relevante, atractivo, cuya base no sea la opinión pública sino un sentido de pertenencia bien fundado y fundamentado. Para eso sólo nos precisamos a nosotros mismos.
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