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Nuestra obligación de entender y enfrentar

Del 15 al 22 de febrero estuve en Israel. Viajé en mi carácter de Director de B´nai B´rith Latinoamérica para desarrollar una agenda diseñada en conjunto con el Centro Mundial B´nai B´rith en Jerusalén y el Director de Hatzad Hasheni Gabriel Ben Tasgal, con 11 periodistas de Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Ecuador y Costa Rica. Tuvimos reuniones con ministros, Diputados, militares en el terreno, familiares de quienes permanecen secuestrados, autoridades del Gabinete de guerra, y recorrimos los lugares de los hechos del 7 de octubre. Pero no es mi intención narrarles una agenda sino comunicarme esta vez en primera persona. Cada actividad creo que fue trascendente y así lo entendimos de parte de los periodistas y sus comentarios, pero desde las reflexiones individuales, intentaré esta vez encontrar palabras suficientes para describir pensamientos y sensaciones en tres lugares.

El domingo 18 de febrero hacía frío y llovía. Llegamos a un enorme campo, muy cerca del escenario central del concierto por la paz que se estaba celebrando el 7 de octubre hasta que llegaron los terroristas de Hamas. Intenté abarcar con mi vista toda la extensión de autos, camionetas quemadas totalmente y apiladas unas sobre otras y los coches agujereados a balazos que se apilaban a continuación de los achicharrados. Pero mi vista no pudo abarcar el final de la fila de casi 1700 vehículos. Así que seguí al guía militar y mientras daba explicaciones, yo miraba los autos. En cada uno de ellos había jóvenes que intentaron huir del ataque terrorista. Y aunque sus restos no están hoy allí, yo igual veía a través de la narración del guía, sus cuerpos carbonizados y otros acribillados en sus asientos. Parece un cementerio de autos. Es un cementerio. Un sitio que guarda en la memoria los cientos de asesinados por Hamas. La lluvia de ese día fue llanto, más la impotencia, la rabia, el dolor. A cinco minutos en auto se llega al lugar del concierto. Otra vasta extensión abierta donde la vista nuevamente no alcanza para ver de una sola vez todos los pequeños montículos de tierra que tienen plantados una flor y el rostro de cada uno de los casi 400 que fueron masacrados por Hamas. Veo los rostros de familiares de algunos de los asesinados parados bajo la lluvia, y no me animo a decirles nada, sólo acercarme a alguno y tratar de entender cómo se puede vivir con tanto sufrimiento. No comprendo, no me resulta posible ni explicarlo ni descifrarlo.

Un rato después, luego de pasar por la pequeña ciudad de Ofakim, atacada también el 7 de octubre y donde sus civiles la defendieron con sus vidas hasta el final, llegamos al kibutz Nir Oz. Allí vivían hasta el ataque terrorista, 415 personas en hermosas casas típicas de un kibutz. 117 fueron asesinados o secuestrados. Los muertos fueron 49, de los cuales 9 son cadáveres llevados por Hamas a Gaza. De los secuestrados, 40 volvieron en el marco del alto el fuego de hace unos 2 meses. Otros 28 siguen secuestrados. La esperanza marca que se anhela que estén con vida. Las torturas, las violaciones, los castigos, el hambre que viven los rehenes, hacen que la espera de sus familias sea cada día más amarga, más dura, más agotadora. Hace 10 días en Nir Oz vi destrucción. Viviendas que aún tienen manchas de sangre en el piso o en las paredes y que han sido quemadas y saqueadas. El comedor comunitario, donde fueron llevados los cuerpos de los asesinados, conserva el olor a sangre y a cadáveres, que se mezcla con el olor de la comida en mal estado que quedó por unos días. Mientras les digo ahora lo que ví, vuelvo a sentir el olor, escucho los llantos de bebés y niños, miro una sandalia muy pequeña que quedó solitaria en un jardincito porque a quien la usaba la mataron, la quemaron. Camino y veo las puertas derribadas con decenas de agujeros de disparos que hay por todo el lugar. Los espejos y las ventanas rotas y esparcidas por los suelos, y las fotos de cada secuestrado reposan en las puertas de sus casas como si los restos calcinados de la vivienda esperaran el día de su regreso. Hay objetos esparcidos por todos lados: tazas de café, juguetes, bicicletas. Llego a lo que era la guardería. El 7 de octubre la cuidadora esperaba bien temprano como siempre que llegaran los primeros bebés. Pero aparecieron los terroristas. Le pegaron un tiro en una pierna. Ella corrió al refugio y mal herida intentó ocultarse debajo de unos almohadones. Los balazos que entraron por una ventana la mataron en el acto. Su muerte quedó captada por las cámaras, así como el momento en que su cadáver fue cargado y secuestrado por los asesinos. Y montículos de tierra, muchos montículos. Pregunté al guía militar por qué tantos montículos. Simple, trágico, abominable. Montículos de escombros que permitieron encontrar huesos, cadenitas, y lo que quieran imaginar, pero que permitieron dificultosos ADN que hicieron posibles entierros de acuerdo con la ley judía, no importa cuánto quedara de cuerpitos quemados, de cuerpos destrozados.

Ese domingo, mientras caminaba por los senderos de Nir Oz llegó a mi celular la noticia que el presidente de Brasil había vuelto a decir que Israel estaba cometiendo un genocidio (ya lo dijo en 2014 cuando Hamas atacó a Israel entonces) pero no le alcanzó y agregó que Israel estaba haciendo lo mismo que Hitler hizo a los judíos. No voy a reiterar la conocida reacción del gobierno de Israel, del mundo judío y de muchos de los gobiernos y ciudadanos democráticos del mundo. Tampoco voy a detallar las notorias felicitaciones a Lula de Hamas en primer lugar, y de Irán, de Petro, de Luis Arce, de Maduro y de las izquierdas fascistas latinoamericanas y europeas. Guardé mi celular, y caminé otro poco más por Nir Oz. Seguí viendo la ambición genocida de Hamas contra el pueblo judío, proclamada y escrita con orgullo por sus dirigentes y acompañada con fervor desquiciado por la población de Gaza que salió a las calles el 7 de octubre a golpear a los secuestrados que llegaban heridos en su mayoría al cautiverio salvaje que hasta hoy padecen 134 personas todavía.

Y allí en el kibutz y en el lugar del concierto comprendí la alegría de Hamas. Porque, aunque tengan la certeza de saberse amparados por Irán, por los dictadores africanos y latinoamericanos, dudo que esperaran un apoyo tan incondicional de gente como Lula o Petro. El nuevo acto de antisemitismo de Lula, uno más en los últimos 25 años, es cierto que abre el camino del odio para que la violencia antisemita se desate en cualquier parte.
Pero hoy, aunque lo intenten, no los acompaña el silencio sino el desprecio. La gente racional sabe qué es un genocidio. Y eso exactamente no sucede en Gaza. La gente racional sabe que el desquicio y la ambición política desmesurada puede llevar a cualquier extremo.

Le pregunté a un padre que tiene dos hijos secuestrados como vivía la espera. Me dijo que con angustia y culpa. Siente culpa por poder dormir y comer (aunque lo haga muy poco) pensando que sus hijos pasan hambre y vaya a saber si duermen algo. Y al igual que los otros familiares, esperan, luchan, narran la barbarie a quien esté dispuesto a escucharlos.
¿Los antisemitas? Y son eso: antisemitas. Nunca nadaron en el mar, sino que han existido y existen hundidos en su hábitat, el barro. Hoy hacen lo mismo. Y mañana también.

Reproducción autorizada citando la fuente con el siguiente enlace Radio Jai

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