De cómo nuestros enemigos se circuncidan el cuerpo y dejan la perversidad en sus almas
Rabino Yerahmiel Barylka
UNA MITZVÁ NUEVA
“Tazria” inicia con un breve episodio, de apenas ocho versículos, que trata principalmente de la existencia humana, la filiación y el nacimiento de una persona, y en relación con las “leyes del parto” menciona, como de paso, el mandamiento de la circuncisión que una persona debe hacer a un recién nacido, como está dicho: “Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé a luz varón…Y al octavo día se circuncidará la carne del prepucio del niño.” (Vayikrá, 12:2,3).
Aparentemente, el precepto de la milá -la circuncisión- ya fue indicado a nuestro patriarca Abraham cientos de años antes de la entrega de la Torá (Bereshit 17:9), y es cumplido hasta el día de hoy.
Sin embargo, cabe señalar que, de acuerdo con la opinión de grandes pensadores de la Halajá, la mitzvá de la milá mencionada en Bereshit no es la que hoy día estamos obligados a cumplir. La que efectuamos en nuestros días se basa exclusivamente en el versículo presentado en esta parashá: “Y al octavo día se circuncidará al niño” .Aquella, fue exclusiva del tiempo del patriarca. Un precepto específico que se le ordenó a Abraham, para su tiempo. La eterna es la que leemos este Shabat.
El Rambam insiste que desde el punto de vista de la Halajá con respecto a todas las mitzvot, la obligación no proviene sino de una orden explícita en la Torá, y por lo tanto no observamos “Mitzat Milá” por la historia del pacto que se hizo entre Dios y nuestro padre Abraham, que se ordenó sobre la milá como se indica en el Jumash Bereshit – “Y guardarás mi pacto” etc. (17:9-14), lo respetamos debido al versículo de la parashá de este sábado Tazria – “Y al octavo día la carne de su prepucio será circuncidada”, y si esto no se nos hubiera dicho en forma de mandamiento, pese a lo ordenado a nuestro patriarca, no existiría como tal.
La validez de las mitzvot está condicionada por el hecho de que se da desde el Sinaí, y la determinación halájica en la Torá escrita y la Torá oral, y no por las señales de las acciones de nuestros antepasados o como un rastro de la historia. Esta idea es muy importante porque nos enseña que el significado de las mitzvot no se basa exclusivamente en la memoria histórica ni es signo de los acontecimientos, su validez deriva exclusivamente de un mandamiento cuyas razones son independientes.
UN DIÁLOGO ENTRE R. AKIVA Y TURNUS TRUFUS
El Midrash Tanjuma (Tazria 7) relata una fascinante conversación sobre esta ley judía que he citado en mi obra La Fortaleza de R. Akiva que comenzará a distribuirse, si Dios quiere, prontamente:
“Turnus Rufus, un comandante romano particularmente despiadado durante las persecuciones de Adriano en Palestina, habló con R. Akiva, el venerado líder de nuestro pueblo. Le preguntó a R. Akiva: “¿Qué es más hermoso: la obra de Dios o la obra del hombre?”. R. Akiva respondió: “La obra del hombre”. Turnus Rufus se sintió visiblemente turbado por la respuesta. Y continuó: “¿Por qué circuncidáis a vuestros hijos?”. R. Akiva dijo: “Mi primera respuesta sirve también como respuesta a esta pregunta”. A continuación, R. Akiva llevó ante el comandante romano tallos de trigo y hogazas de buen pan blanco. Le dijo al romano: “He aquí, éstas son las obras de Dios, y éstas son las obras del hombre. ¿No son más bellas y útiles las obras del hombre?”. Dijo el romano a R. Akiva: “Pero si Dios quiere que la gente esté circuncidada, ¿por qué no nacen circuncidados?”. R. Akiva respondió: “Dios dio las mitzvot a Israel letzaref bahen, para templar o purificar así a Su pueblo“.
He aquí al triunfante comandante romano, activista, arrogante, orgulloso y ebrio de poder. En actitud de desprecio, se enfrenta al anciano líder judío de este pueblo conquistado, un hombre que proclama que el mayor principio de la vida es el estudio de la Torá. ¿Qué pueden saber estos místicos de otro mundo sobre el mundo, sobre la realidad, sobre la vida? Así que se burla del viejo rabino: ¿Cómo es que circuncidáis a vuestros hijos? ¿No crees que el hombre, como creación de Dios, ya nace perfecto?
Pero el pagano romano se asombra de la respuesta: ¡No! Todo el judaísmo -su filosofía, su Torá, sus mitzvot- se basa en la premisa de que Dios retuvo la perfección de Su creación, que sólo comenzó la tarea y se la dejó al hombre, Su tzelem, Su imagen, para que la completara. En Bereshit 2:3, se nos enseña que Dios descansó de crear el mundo “que Dios creó para hacer” .
EL MUNDO ESTÁ TODAVÍA INACABADO
R. Shimshón Raphael Hirsch interpretó que eso significa que Dios creó el mundo para que el hombre “hiciera”. Por lo tanto, R. Akiva muestra a Turnus Rufus los tallos de trigo y los panes blancos para enseñarle que Dios ha creado el trigo porque quiere que el hombre haga algo con él. Es voluntad de Dios que el ser humano haga el mundo creado más bello y más perfecto. No es de extrañar que en la visión judía la ciencia y la tecnología desempeñen un papel tan positivo.
LAS MITZVOT NOS FUERON CONCEDIDAS PARA MEJORARNOS Y PURIFICARNOS
Por lo tanto, también las mitzvot, y especialmente la circuncisión, fueron reveladas a Israel para enseñar que las personas deben actuar para perfeccionarse a sí mismas y al mundo, y en el proceso, letzaref bahen, para purificarse y realizar todas sus sublimes potencialidades.
De hecho, el propio R. Akiva ejemplificó este gran principio. Fue, por un lado, uno de los espíritus más santos de nuestra historia. Y, por otra parte, fue el mismo R. Akiva quien no se aisló en la academia, sino que se convirtió en el patrocinador de Bar Kojba, el gran general judío que dirigió la revolución contra Roma, corriendo el riesgo de creer equivocadamente que era el Mashiaj.
Esto es, pues, lo que nos enseña la milá: “La obra de carne y hueso es realmente hermosa”. El mundo es una creación inacabada; el destino del hombre es terminarla.
EL ACTIVISMO
El Estado de Israel fue construido por personas que se negaron a permanecer fuera de la corriente de la historia, y se encargaron activamente de reconstruir el Estado judío. Quedaron afuera los que se excluyeron por propia decisión.
La actividad de la creación de un Estado estaba en plena consonancia con la tradición judía, tal y como enseña la ley de la milá, también entre quienes no cumplían muchas de las mitzvot entre el humano y el Creador.
Se derramó más que suficiente sangre judía en el esfuerzo, y la transpiración del esfuerzo y las lágrimas por los caídos nunca se olvidarán. Esa misma sangre se sigue derramando frente a nosotros.
LA OTRA MITAD DE LA HISTORIA
Sin embargo, esto es sólo la mitad de la historia. Existe un peligro opuesto. Si el hombre es realmente un creador, entonces existe el peligro de que se intoxique con el poder y los autoengaños, de que empiece a jactarse y a alardear y a proclamar grandilocuentemente: “Mi propio poder y mi propia fuerza han realizado todo esto” (Devarim 8:17). Cuando circuncida a su hijo, tiende a olvidar que un niño sano es un don de Dios. Cuando hornea su pan, no siempre se da cuenta de que el trigo procede de la tierra de Dios. Cuando construye su Estado, ignora que sin la promesa divina a Abraham y la guía divina a lo largo de los siglos no habría judíos para construir el Estado judío. Cuando se autocompleta, tiende a convertirse, en su imaginación, en auto creador. Se autocompleta y piensa que, por tanto, se ha hecho a sí mismo; ¡y que Dios nos libre de los hombres que se hacen a sí mismos! Y particularmente si forman parte de los gobiernos y de las Fuerzas Armadas.
Para ayudarnos a evitar este peligroso engaño, tenemos las enseñanzas de Parashat Metzorá que si Dios nos da vida leeremos la semana que viene. Al igual que Tazria y milá nos advierten de que evitemos la inacción, la indolencia, el desgano, el desinterés, la apatía, la indiferencia, que surgen de una mala comprensión de la fe.
Metzorá y la ley del destierro del leproso fuera del campamento nos enseñan a evitar la ilusión fatal que surge de la falta de fe. Así como una parashá nos enseña que cortemos la carne del prepucio y afirmemos nuestra madurez, la segunda nos dice que circuncidemos el corazón y sirvamos a nuestro Dios.
LA CONVERSION EN BESTIA BRUTA
El gran erudito medieval R. Elazar de Worms explica la ley de Metzorá y este destierro fuera del campamento mediante un comentario sobre un versículo de los Salmos (49:13): “Mas el hombre no permanecerá en honra; es como las bestias que perecen”. El hombre, dice R. Elazar, nace desnudo e ignorante, sin entendimiento ni inteligencia. Pero Dios lo pone en pie, le concede sabiduría y perspicacia, lo alimenta y lo viste y lo engrandece. Pero entonces el hombre olvida y no comprende que toda esta gloria le viene de su Dios. Por lo tanto, se convierte en un behemá, un simple animal. A un animal no se le mantiene en casa, sino que se le envía lejos; no es apto para vivir en una comunidad humana. Así, una persona que olvida a Dios es una metzorá, está moralmente enferma y debe ser enviada fuera del campamento de sus semejantes. El metzorá simboliza al individuo que adquirió confianza ilimitada en sí mismo y, por tanto, queda reducido al papel de bestia.
IMITATIO DEI
El concepto es generalmente considerado una mitzvá – se deriva, en parte, del concepto ser hecho a imagen de Dios. En la Torá, las personas no sólo aspiran a adoptar las virtudes divinas, sino que se ven ayudadas por la representación de Dios como un antropomorfismo humano. Podría decirse que el concepto se expresa mejor en la siguiente cita, tomada de Devarim (28:9): “Si cumples los mandamientos del Señor tu Dios y sigues sus caminos, el Señor hará de ti un pueblo consagrado a él, tal como te ha jurado”. Esta exhortación a emular los caminos de Dios se convertiría más tarde en parte de la base del judaísmo rabínico; exhorta a los judíos a realizar actos de bondad similares a los atribuidos a Dios.
La humanidad, pues, debe ser co-creadora con Dios. Tazria enseña que debemos imitar a nuestro Hacedor; Metzorá nos recuerda que no debemos suplantar a nuestro Dios, que no debemos ser impostores. Una parashá subraya la virtud de la comisión humana; la otra, la virtud de la sumisión humana a Dios.
LA CIRCUNCISIÓN ENSEÑA QUE EL HOMBRE DEBE ACTUAR HUMANAMENTE Y ELEVARSE MÁS ALLÁ DE LA PERFECCIÓN DEL CUERPO Y DE LA MENTE
R. Moshé ben Yosef di Trani que fue un rabino del siglo XVI en Safed donde desempeñó el cargo durante unos cincuenta y cinco años, y luego se trasladó a Jerusalén, encuentra este segundo principio en el propio mandamiento de la milá.
Del mismo modo que la circuncisión enseña que el hombre debe actuar, su designación particular para el octavo día enseña que sus acciones no deben conducir a la mera acumulación de poder y prepotencia. Por el contrario, el hombre debe reconocer y alcanzar al Creador de todo el mundo. El número siete, enseña R. Moshé, es el símbolo de la naturaleza. Siete es el número de días de la semana, la unidad de tiempo que establece el ritmo de nuestras vidas. La tierra, en sí misma, sigue en el judaísmo un ciclo de siete años, el de la shemitá. El número siete, por tanto, representa este mundo en su plenitud. El número ocho, sin embargo, va más allá del siete: enseña que hay que trascender lo que simboliza el siete, hay que ir más allá de la naturaleza y alcanzar lo sobrenatural, a Dios, Aquel que crea la naturaleza. Si la milá fuera ordenada a llevarse a cabo el séptimo día, entonces el deber del hombre sería corregir las imperfecciones de la Naturaleza, pero quedarse para siempre dentro de ella como nada más que un animal inteligente.
LA IMPORTANCIA DEL OCTAVO DÍA
Pero milá fue ordenada para el octavo día, para enseñar que el propósito de toda la actividad del hombre, la intención de su trabajo sobre la Naturaleza, es elevarse más allá de la perfección del cuerpo y de la mente, más allá de la conquista del mundo, más allá de la tecnología. Cuando el hombre controla su entorno, cumple el número siete; cuando controla sus instintos, alcanza el número ocho. Su tecnología está simbolizada por el número siete; su teología, por el ocho. Milá en el octavo día enseña que el hombre no sólo debe completarse a sí mismo, sino que debe crecer más allá de sí mismo; debe anhelar y aspirar a algo superior. No sólo significa milá, sino brit;-pacto y alianza-, no sólo un corte quirúrgico, sino el signo de la alianza, un contrato con Dios sellado con sangre. Significa que, si un ser humano no se esfuerza por ser más que humano, debe convertirse en menos que humano, en un animal: “Es como las bestias que perecen” (Salmos 49:13). Entonces, el hombre se convierte en Metzorá y, como un animal, debe ser enviado “jutz lamajané“, fuera del campamento de los seres humanos.
EL MODERNO ESTADO DE ISRAEL: ¿SERÁ EL SÍMBOLO DE SIETE O EL SÍMBOLO DE OCHO?
De hecho, éste es el problema crucial en relación con el carácter del Estado de Israel: ¿Será el símbolo de siete o el símbolo de ocho? ¿Será sólo un estado natural, o algo más elevado, algo más noble? Si Israel será sólo natural, un Estado como todos los demás, un pequeño trozo de tierra a orillas del Mediterráneo, considerado nada más que la creación del ingenio entonces no tiene ningún derecho especial más de lo que justifica su población. No tiene derecho a pretensiones mesiánicas. Tal concepción la sitúa jutz lamajané, fuera del ámbito de la auténtica historia judía, en una aberración. Es entonces un desafío al pacto; es el camino de la tumá, la impureza. Sólo cumpliendo el símbolo del ocho, de la lealtad al pacto de Dios, de la Torá, se va por el camino de la tahará, de la pureza y el renacimiento, del gozoso cumplimiento de los sueños históricos y las plegarias y profecías de nuestra historia.
Este es, pues, el verdadero problema en tiempo del Estado de Israel: ¿Será milá o brit? ¿Amputación o pacto? ¿Tazria o Metzorá? ¿Tahará o tumá? ¿Esforzarse por ser algo más que una entidad política humana natural, o caer en un mero grupo que, bajo la impresión del nacionalismo secular, a menudo se vuelve bestial (“es como las bestias que perecen”)?
Tales decisiones nunca se toman de golpe.
Implican largos procesos medidos en tiempo histórico. Muchos hechos determinarán la respuesta, y no el menor de ellos será el liderazgo espiritual en el Estado.
Este dilema salta a nuestra vista particularmente en días difíciles como los actuales.
TURNUS RUFUS Y YAHYA SINWAR
Yahya Sinwar el palestino arrogante, orgulloso y ebrio de poder estudió en la Universidad Islámica de Gaza, donde se licenció en Estudios Árabes y como todos los miembros de su fe, se supone que fue circuncidado. Sinwar es ahora el jefe político de Hamás en Gaza y es el cerebro de la operación del 7 de octubre en la que murieron más judíos que en ningún otro día desde el Holocausto.
Los israelíes hemos ido aprendiendo cada vez más sobre el horror de aquel día. No fue sólo una masacre; fue un sádico frenesí de asesinatos. Las propias cámaras corporales de los combatientes de Hamás grabaron a sus miembros masacrando a familias enteras. Los investigadores israelíes informaron que habían visto cuerpos de niños pequeños quemados y cadáveres mutilados. Hay muchos informes de violaciones, e Israel está recopilando pruebas de agresiones sexuales junto con las propias pruebas grabadas en vídeo por Hamás de desmembramientos y decapitaciones. Los israelíes estamos escuchando a las víctimas y a sus familias. Todo el país está sumido en la ira y el dolor.
De nada le sirvió a Yahya Sinwar la mutilación de su prepucio ni sus estudios, si además de asesino que llevó a cabo con sus propias manos, ahora, negocia la vida sagrada de seres humanos que tomaron como rehenes a cambio de derechos políticos.
Al igual que Turnus Rufus, el asesino de tiempos de R. Akiva, se deleita con la muerte de otro sin haber comprendido la gran diferencia entre el pacto de la circuncisión de una simple cirugía.
Negociar, como este asesino lo hace, con la vida y el sufrimiento del otro, lo ha vuelto una bestia que merece perecer. Que no tiene lugar en la comunidad humana. Que debe ser extirpado con urgencia.
Los grupos terroristas no suelen mostrar una cultura de negociación, sino una de guerra. La manipulación de tensiones, el lenguaje agresivo, las amenazas, los hechos consumados, las falsas promesas, las crisis provocadas deliberadamente y otros tipos de tácticas son las herramientas más habituales que emplea en la negociación. El terrorismo, al plantear su guerra asimétrica, no se atiene a las leyes ni a las normas internacionales, mientras que los gobiernos sí están sujetos a ellas. Al tratar con terroristas, el negociador tiene que abordar paradojas y dilemas en su más dura expresión.
Según la práctica y los análisis actuales, la eficacia en la negociación de la toma de rehenes requiere aceptar al terrorista como contraparte en el trato, desarrollar un concepto específico de conversaciones, conceptualizar un nuevo enfoque estratégico. Aceptarlo como contraparte es brindarle desde un principio una victoria totalmente inmerecida. Algo que suena más que absurdo.
La consideración al terrorista como posible negociador, plantea la cuestión de la legitimidad. Así los gobiernos, legalizan a los extorsionadores asesinos, al establecer un diálogo con ellos también por medio de terceros. Ya hemos aprendido que las conversaciones a ese nivel no impiden volver a la violencia, que les permitirá nuevamente pasar a la mesa de negociaciones.
Yahya Sinwar y sus seguidores no deben tener ni la más mínima porción de poder que pueda amenazar la paz de Israel.
Y NOSOTROS ¿DÓNDE ESTAMOS?
Quienes residimos en Israel tenemos que tomar decisiones decisivas para el presente que quedarán grabadas en el futuro.
¿Podremos cumplir con los sueños históricos, las plegarias y profecías de nuestra historia?
¿Seremos algo más que una entidad política humana natural o caeremos en la calidad de un mero grupo que, bajo la impresión del nacionalismo secular o religioso, se vuelve bestial?
¿Podremos vivir con mishpat (“justicia”), tzedaká (“rectitud”), jesed (“bondad”) y rajamim (“compasión”)?
Debemos ser un lugar donde pueda florecer y tener lugar un verdadero renacimiento del judaísmo. Una esfera en la que las mejores normas morales y éticas del judaísmo puedan marcar la pauta de la vida.
La Torá está llena de conceptos que hoy podemos enseñar con orgullo a todos los judíos: la preocupación por los pobres y los desfavorecidos, la importancia de la misericordia y la justicia, el carácter sagrado de la vida humana, el amor al extranjero, y a los demás.
Éstos son sólo algunos de los grandes ideales que allí se enseñan y que pueden servir de base a un Estado que pretenda ser verdaderamente judío.
R. Akiva, enseñó que la regla general más importante de toda la Torá era el versículo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Sifra 89b). De todos los partes de la Torá, eligió ése verso, y no “Ama al Señor tu Dios” (Deuteronomio 6:5) o “Sé santo” (Levítico 19:2), ni ningún otro.
El Estado judío debe ser un lugar en el que los valores del judaísmo, estén inscritos en sus puertas, se enseñen a sus ciudadanos y sirvan de base para sus leyes y estatutos. Que guíen las acciones de los gobernantes y de las Fuerzas Armadas encargadas de nuestra defensa tanto en relación con los propios como con los ajenos.
Repasando la historia bíblica, vemos una batalla muy clara entre el poder de los reyes y el de la verdad y la justicia expresado por los profetas. Las palabras de los profetas nos inspiran hasta hoy, mientras que la mayoría de los nombres de los reyes han caído en el olvido. Los profetas, que se enfrentaron al poder, dijeron la verdad.
Necesitamos contar con gobernantes que no se intoxiquen con el poder. Que no acumulen autoridad, bienes y prepotencia. Que pasen a la historia y que sus nombres estén a la altura de los profetas y no tengan lugar en el mausoleo de los oprobiosos y deshonrados.
Precisamos una sociedad en la que todos los ciudadanos sin excepción tengan los mismos derechos y las mismas obligaciones particularmente para servir a la nación en todas las funciones.
Que Israel se convierta en el faro brillante de maasim tovim, de buenas acciones y vida noble, en todo el mundo y para toda la humanidad.
Y que logre ahora mismo la liberación de todos los rehenes, sanos y salvos, de paz interior y en sus fronteras, del total restablecimiento de los heridos, de consuelo de los dolientes y de la educación de una generación que recupere los valores de la Torá en las relaciones con propios y ajenos.
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