14 de mayo de 2024
Por el Dr, Javier Indij
Ayer por la tarde, asistí a una clase abierta al público en general, intitulada “Palestina” que se brindó en la facultad de filosofía y letras de la Universidad de Buenos Aires y que organizó el seminario de “DDHH, Genocidios y Crímenes de Lesa Humanidad” de dicha alta casa de estudios.
Me costó muchísimo encontrar estacionamiento y llegué unos minutos tarde cuando el titular del seminario estaba efectuando la introducción haciendo referencia al terrorismo de estado en la República Argentina.
El aula 146 del primer piso estaba llena no obstante lo cual encontré un pupitre vacío con una ubicación privilegiada en la primera fila contra la pared.
Tras la masacre del 7 de octubre perpetrada por la organización terrorista y juedeofóbica Hamas en el sur de Israel, asistí a distintas actividades referidas a la temática. Entre otras al primer acto llevado a cabo pocos días después de la tragedia en la intersección de Avenida de Israel y Palestina, el acto de repudio en las escalinatas de la facultad de derecho de avenida Figueroa Alcorta donde se pidió por la liberación de los rehenes, el acto realizado en Parque Centenario el día en que Kfir Bibas, el más pequeño de los rehenes secuestrados cumplió un año, charlas organizadas por el Club Náutico Hacoaj con familiares de las víctimas, jaialim de la Tzavá, la licenciada Cecilia Denot (Gorda Mier), los periodistas Carlos Gurovich y Gabriel Ben Tasgal, una en el Museo del Holocausto de JAE3 y una que organizó en la Facultad de Derecho de la UBA la agrupación Profesores Republicanos que a instancias de su presidente Guillermo Mizraji convocó a un debate en el que departieron el analista político Julián Schvindlerman y el teólogo islámico Marwan Sarwar Gil.
Esta vez iba a ser una experiencia diferente. Hasta ahora todas habían sido actividades que yo denomino intramuros, “protegidas”, rodeado de muchas caras conocidas, con personas que más o menos piensan como puede pensar uno. En cambio, en esta oportunidad la charla era en una facultad “progre” de una universidad pública, en la que apenas uno llega observa paredes repletas de carteles con los colores de la bandera palestina con diversas consignas que van desde “free palestina” hasta “paremos con el genocidio” y cuyo principal orador fue un profesor cuyo nombre desconocía y que tras la charla me enteré que se llama Gabriel Sivinian y es el coordinador de la cátedra libre de estudios palestinos Edward W. Said.
Sabía más o menos a lo que iba. Me interesaba presenciar personalmente qué podía decirse y ocurrir en una universidad argentina y escuchar “la otra campana” para comprobar si pasaba algo similar a lo que está ocurriendo actualmente en las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos (Yale, Columbia, Harvard, Stanford) donde arrecian las diatribas antisemitas y el hostigamiento a profesores y estudiantes judíos.
Se trató de una clase y no de un debate para polemizar, no obstante la exposición se abrió a preguntas y comentarios. El principal orador expuso durante alrededor de hora y media sin interrupciones apuntalado de algunas diapositivas. No resultó muy distinto a lo que esperaba. La narrativa estaba muy bien preparada. Plagada de datos históricos, la gran mayoría veraces pero interpretados bajo un prisma sesgado y obviamente no neutral. Una posición extremadamente crítica y acendrada del Estado de Israel y no solamente de su gobierno. Cimentada en datos duros y en una dialéctica incisiva y muy estudiada pero a la vez en un tono monocorde y parsimonioso que trasuntaba una moderación que en rigor no tenía. Sin media tintas ni ambages ni rodeos. Un Estado de Israel que está cometiendo un genocidio según el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional y la victimización del pueblo palestino todo en el marco del paradigma del imperialismo con gran responsabilidad del mandato británico. El límite entre un despiadado antisionismo y el antisemitismo adoptó contornos difusos y sutiles. Se cuestionó con argumentos sustentados en fundamentos étnicos la legitimidad de la fundación del Estado de Israel y la predicada intención colonialista y expulsiva. Para ello se invocó alguna pasaje de la obra “El estado judío” de Teodoro Hertzl que tal como fue expuesta o parafraseada resulta cuanto menos polémica por su marcado tinte supremacista y al mismo tiempo despectivo respecto a la población palestina del territorio donde se asentó el Estado de Israel y que me prometí verificar si efectivamente la escribió ya que llamó poderosamente mi atención. Como me enseñó mi amigo Raúl Woscoff varias veces tuve que tragar amargo. Y me tuve que morder la lengua.
En algún pasaje del discurso el conferenciante, casi a la pasada, reconoció los crímenes atroces cometidos por los terroristas de Hamas el nefasto 7 de octubre pero ocupándose muy bien de aclarar, inmediatamente, que el conflicto se remonta a mucho antes y, como dije, considerando fundamental lo acontecido durante el periodo de entreguerras. También aludió a la Shoá aunque a la par de señalar su calidad de genocidio del pueblo judío y de “otras minorías” destacó su carácter ineludible de concausa que propició el establecimiento y reconocimiento por parte de la comunidad internacional del Estado de Israel en un territorio que no le pertenece por lo menos en su extensión actual.
La clase transcurrió más o menos en estos términos sin interrupciones salvo algunos apuntes complementarios que efectuó otro profesor de la cátedra de nombre Lautaro. Hasta que finalizando la exposición una chica sentada junto a la otra pared pidió la palabra y muy valientemente dijo que ella era judía, que no estaba de acuerdo con todo lo que se había dicho y que la situación le generaba angustia porque no era exactamente así. En eso, Lautaro (Masri) respondió que él también era judío lo que a mí me sorprendió. Ambos docentes hicieron hincapié en que lo que planteaban no tenía nada que ver con la religión. Incluso refirieron que en el pasado una alumna de la cátedra sintió una angustia similar, fue contenida, y hoy es docente de la cátedra (Bárbara Hofman).
Acto seguido una mujer que se encontraba en la silla contigua a la otra chica, con un tono de voz vehemente y casi a modo de reprimenda dijo que era armenia y que el Estado de Israel jamás había reconocido el genocidio armenio. Sin pedir la palabra y aprovechando el intercambio de comentarios y mi privilegiado sitial pregunté en voz alta si desde la cátedra reconocían la legitimidad del Estado de Israel y su derecho a existir haciendo alusión al eslogan “desde el río hasta el mar” a lo que el licenciado Sivinian me respondió que obviamente sí. Una señora desde el fondo del aula preguntó porque el Estado de Israel nunca había reconocido al Estado Palestino y le respondí que en los noventa Ehud Barak propuso un plan de solución de dos estados muy beneficioso en cuanto a la proporción de territorio que incluía gran parte de Jerusalén y que las autoridades palestinas no aceptaron. De cualquier manera no se trataba de un debate y nadie, salvo los oradores predeterminados, podía acaparar la palabra. Un joven al que me acerqué al término de la clase, también judío, había pedido la palabra pero finalmente dijo que preferiría no hablar porque iba a generar una polémica. El titular del seminario se mostró visiblemente molesto con el comentario de la primera chica, quien para ese entonces se había levantado y dejado la sala, lo que en la concurrencia cayó mal. También con mi intervención interpelando al orador. El organizador dejó entrever que, según su punto de vista, se busca coartar estos espacios donde en ámbitos universitarios se expresan estas posiciones.
Personalmente y más allá de lo que para mí constituyó un claro adoctrinamiento a partir de una visión sesgada de la situación, con la que obviamente no estoy para nada de acuerdo, y que no me haya gustado lo que escuché y que me cuesta considerarlo no antisemita, resultó una experiencia sumamente enriquecedora. Y valoro que en una universidad de mi país se puedan conversar estos temas en un marco de respeto sin violencia ni agresiones. No puedo negar el sufrimiento del pueblo palestino. A veces para defender lo de uno hay que ponerse en el lugar del otro. Y creo que hay que hacer hasbará no de puertas adentro sino “extramuros”. Es la única forma de luchar contra la judeofobia. La especie humana es una sola y sufre las mismas angustias y tiene los mismos padecimientos más allá de las diferencias culturales, étnicas y religiosas. Salvo con los extremistas que niegan el derecho a existir del estado de Israel, con los terroristas que desdeñan la vida y con los acérrimos antisemitas, con el resto hay que dialogar para tejer puentes y construir un mundo mejor donde todos podamos desarrollarnos con nuestras diferencias pero en paz.
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