La relación de los términos bíblicos en el tiempo y en el espacio
Por el Rab Yerahmiel Barylka
Nuestra parashá comienza con las palabras: “Y el Señor habló a Moshé en el monte Sinaí, diciendo… “El Señor habló a Moshé (behar Sinaí) en el monte Sinaí, diciendo: “Habla a los hijos de Israel y diles que cuando hayan entrado en la tierra que yo les daré, la tierra tendrá reposo para el Señor” (Vayikrá Levítico 25:1). Lo que sigue a esta introducción trata de las leyes de shemitá, el año sabático[1], cuando la tierra debe permanecer en barbecho y las deudas deben ser remitidas
¿Por qué la Torá hace una referencia especial al Monte Sinaí en este momento? “¿Qué conexión hay entre las leyes de shemitá y el Monte Sinaí?”. ¿Acaso no se enunciaron todas las otras leyes y mandamientos en el Monte Sinaí? ¿Por qué entonces esta mención especial del shemitá en asociación con el Monte Sinaí?
Harav Yehudá Amital[2] cita a Rashí que responde: Así como tanto los conceptos generales como los detalles más finos de las leyes de la shemitá fueron dados en el Sinaí, así también fueron dados allí tanto los conceptos generales como los detalles más selectos de todas las demás leyes.
Y, continúa el rav Amital diciendo que a veces una persona capta una idea general sin comprender todos los detalles que implica. Y a veces comprende una multitud de detalles, pero no logra hacer de ellos un sistema completo en su mente; a pesar de su dominio de los detalles en sí, no tiene un concepto de cómo se compone el todo.
En el caso de la Torá y las mitzvot, esta situación es inaceptable. Los conceptos generales y los detalles son interdependientes e inseparables. Un defecto en el más mínimo detalle afecta a la totalidad: un escriba que descuida el cumplimiento de una halajá aparentemente menor al escribir las parashiyot para un par de tefilín ha anulado de hecho toda la mitzvá.
Esto no significa que en la Torá no haya distinción entre conceptos generales y detalles. Significa más bien que la luz que todo lo abarca ilumina e influye incluso en los detalles más pequeños. La inspiración global penetra y amplifica todo el sistema de pequeños detalles, de modo que cada pequeño detalle contiene algo de la iluminación de la totalidad. Por otra parte, cuando se descuida un detalle, se perjudica a la totalidad. Por lo tanto, este concepto funciona en ambas direcciones: cada detalle se nutre de la totalidad, y la totalidad no está completa sin todo el sistema de detalles.
En la descripción que hace la Torá de la entrega de la Torá en el Monte Sinaí se nos dice: “Y todo el pueblo vio los sonidos…”. La facultad de ver está asociada a la totalidad: con una sola mirada, una persona puede captar mucho, una imagen completa. La audición, por otro lado, está asociada con el detalle: una persona no puede prestar atención a dos voces al mismo tiempo y entender ambas simultáneamente. La “visión de los sonidos” en Sinaí alude a la unidad de los conceptos generales y los detalles en la Torá. Era un “ver” exhaustivo que abarcaba todos los detalles, además de percibir su unidad en un todo.
Tanto los conceptos generales como los detalles de la Torá fueron entregados en Sinaí, el lugar donde se reveló esta unidad completa entre ellos. Esta idea encuentra su expresión específica en las mitzvot de Shemitá y Yovel[3], que nuestro texto relaciona con Sinaí. Shemitá viene a unir a todos, a romper barreras, a anular la propiedad privada. Yovel, en cierto sentido, viene a preservar la unicidad de cada individuo devolviéndole su propiedad.
Esta unidad se aplica no sólo a cada mitzvá por separado y a sus detalles, sino también a la Torá en su conjunto. Las 613 mitzvot juntas forman un sistema estrechamente entretejido y no pueden separarse. Esto arroja luz sobre la enseñanza del Maharal[4] de que cada vez que Moshé quería enseñar a los hijos de Israel una nueva mitzvá, repasaba toda la Torá con ellos, porque ningún detalle o ley puede separarse de la totalidad de la Torá.
Permítanme, compartir también la respuesta del rav Norman Lamm[5]: Aunque el judaísmo esté orientado a la acción para mejorar la humanidad y la sociedad; aunque tenga un alto coeficiente moral; aunque se dirija a los problemas muy reales de los seres imperfectos y de la sociedad que sufre; aunque, en contraste con otras religiones, sea más de este mundo, esta preocupación por lo real, lo inmediato y lo empírico tiene un límite. No todo en el judaísmo tiene que ser tan práctico como la cuenta de resultados de un empresario ni tan “relevante” como les gustaría a los activistas sociales y a los radicales. Puede que el judaísmo no sea historia antigua, pero tampoco es periodismo.
Y esto lo vemos en el hecho picaresco de que las leyes de shemitá fueron dadas específicamente en el Monte Sinaí. Las leyes conocidas como mitzvot hateluyot baaretz, mandamientos cuyo cumplimiento depende de la Tierra de Israel, fueron dadas al pueblo de Israel antes de que llegaran a Eretz Israel, ¡la Tierra de Israel! Las leyes agrícolas fueron dadas ahora, en todos sus detalles, a una tribu nómada sin granjas, sin raíces en la tierra. Pensemos en cómo sonaron las leyes de la shemitá en los oídos de nuestros abuelos mientras rodeaban el monte Sinaí, esa montaña desértica. Debieron parecerles extrañas, irrelevantes, fuera de lugar, impertinentes
Y, sin embargo, lo que era cierto del shemitá en el monte Sinaí es cierto de todos los mandamientos en todo momento.
Pueden parecer irremediablemente poco prácticos, inoportunos e irrelevantes para la persona de ojos fríos y cabeza dura, y sin embargo son la Ley del Señor, obligatoria para los judíos en todo tiempo y lugar
De hecho, no hay nada tan irrelevante como la insignificante relevancia de la persona fríamente práctica. Muéstrame al hombre que sólo ve lo que tiene ante sus ojos, y te mostraré a un hombre que no puede ver más allá de su nariz
¿Qué nos enseña este elogio de lo poco práctico?
En primer lugar, nos dice sencillamente que hay cosas que valen por sí mismas, no sólo porque son instrumentales o conducen a otras cosas. Así, algunos de los mandamientos pueden frenar la destructividad de uno. Otros pueden llevarnos a mejorar la sociedad o nuestra propia alma o a ayudar a los desfavorecidos. Pero algunos son valiosos simplemente porque fueron ordenados por Dios. No es necesaria ninguna otra razón.
Lo mismo ocurre con el conocimiento. Hay algunos tipos de conocimiento que pueden llevar a la invención y mejorar la salud de un individuo y su conveniencia. Pero la ciencia es más que tecnología. También existe el conocimiento por sí mismo, el conocimiento adquirido para satisfacer la curiosidad intelectual natural de la humanidad.
Existe el estudio de la Torá en aras del cumplimiento de las mitzvot, o en aras de la cohesión de la comunidad o en aras de elevar el nivel de observancia judía. Pero el concepto más elevado del estudio de la Torá sigue siendo Torá Lishmá, la Torá por sí misma. Aquí también puede haber una cuestión de prioridades a la hora de determinar el tema de la Torá. Pero no se puede negar el valor último y elevado de la Torá Lishmá, del estudio por sí mismo.
Fue el Talmud de Yerushalaim (Jagigá 2:1) el que atribuyó al hereje más notorio de la historia judía la oposición al “estudio extraterrenal de la Torá”. Se dice que Elisha ben Abuya, conocido como Ajer (“el otro”), entró en un aula, interrumpió bruscamente al profesor y gritó a los alumnos: “¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué perdéis el tiempo con material tan irrelevante como la Torá? Vosotros, debéis ser constructores; debéis ser carpinteros; debéis convertiros en pescadores, y debéis ser sastres. Haced algo útil en vuestras vidas”. El gran hereje era un hombre eminentemente práctico…
La irrelevancia total es mortífera para el espíritu y da lugar a lo que los filósofos llaman solipsismo, el divorcio entre el mundo exterior y la experiencia, y la introversión en uno mismo. Y la impracticabilidad puede convertirse en nada más que una excusa semántica para la ineficacia y la incompetencia. La relevancia es un bien, pero no el único ni siquiera el más importante. Y siv bien la practicidad es necesaria para la ejecución de los ideales, los sueños y las visiones no tienen por qué estar encorsetados en el lecho de Procusto[6] de una mentalidad mercantil.
El segundo punto es que a veces lo aparentemente remoto contiene dimensiones muy significativas y muy reales, pero es nuestra visión estrecha y nuestra comprensión restringida lo que no nos permite exponer estas oscuras percepciones.
No debemos olvidar la necesidad de buscar bajo la superficie del judaísmo enseñanzas que son eminentemente pertinentes.
En tercer lugar, debemos orientarnos hacia el futuro. Debemos tener fe en que lo que ahora es genuinamente irrelevante puede llegar a ser algún día más relevante y significativo como resultado de nuestra capacidad para seguir adelante heroicamente a pesar de la irrelevancia y la impracticabilidad actuales. Lo que hoy parece visionario puede resultar indispensable para las necesidades reales de mañana.
Los rabinos solían decir: “Las palabras de la Torá y de los Sabios son escuetas, breves, concisas, sucintas, precisas y lacónicas en un lugar (bimkom zé) y ricas, detalladas, minuciosas, puntillosas en otro (bimkom ajer)[7]“. Con esto querían decir que, a veces, el texto de la Torá puede parecer muy estrecho y superficial, y enseñar muy poco. Sólo cuando lo comparamos con otro texto, en otro contexto, podemos apreciar cuán genuinamente profundo y perspicaz es en realidad. Me gustaría parafrasear ese pasaje, cambiando de “makom” a “zeman“[8] – así: A veces ocurre que las palabras de la Torá en una época pueden parecer escuálidas e insignificantes; sólo más tarde, en otra época, las mismas palabras se revelan como poseedoras de una riqueza indecible de perspicacia y enseñanza.
Tomemos uno de muchísimos ejemplos: la esperanza de Yerushalaim, cuyo aniversario de liberación celebraremos en días más. Si tenemos el privilegio de conmemorar el reencuentro de pueblo y ciudad, de Israel y Yerushalaim, debemos reconocer nuestra deuda con cien generaciones de judíos y judías que desde el año 70 han sido soñadores, idealistas impracticables, poseedores de visiones imposibles de ejecutar; judíos que se volvían a Yerushalaim tres veces al día en oración; que cuando comían pan daban gracias a Dios por el pan y por Yerushalaim; que mencionaban Yerushalaim cuando ayunaban y cuando festejaban; que traían en vida paquetitos de polvo de Yerushalaim
para llevarlo consigo en sus ataúdes en su largo viaje a la eternidad; que se levantaban a medianoche para el tikun jatzot[9], para lamentarse por Yerushalaim, y en cada ocasión feliz prometían volver allí.
Si hoy vivimos en Yerushalaim, es gracias a esos visionarios poco sofisticados que querían al menos morir en ella.
Si podemos reír alegremente – “az yimalei sejok pinu“, “entonces se nos llenará la boca de risa” (Salmos 126:2), es en gran medida obra de aquellos que no se dieron cuenta de lo irrelevantes que eran, de lo imposible de sus sueños, y que rezaron para volver allí, atreviéndose y
desafiando y arriesgándose así a la risa burlona de legiones de personas prácticas que simplemente “sabían” que estábamos acabados, y que Yerushalaim nunca volvería a ser una ciudad judía.
Sólo gracias a generaciones de novios que concluían cada boda rompiendo un vaso, cuyos fragmentos rotos recordaban el jurbán habayit (la
destrucción de Yerushalaim), y proclamando: “Si me olvido de ti, oh Yerushalaim, que falle mi diestra” (Salmos 137:5), hoy podemos desafiar al mundo entero, al Este y al Oeste, y decir: Nunca más nos separaréis de Yerushalaim. El Día de Yerushalaim es un homenaje a esta especial marca judía de impracticabilidad e irrelevancia.
Marca no menos menor que la de nuestra presencia en la Tierra de Israel, que nuevamente es cuestionada por muchas naciones y que atrae sobre sí el odio de los criminales y asesinos que buscan acabar con cada judío no solo aquí sino en todo el mundo.
Entonces, ¿”ma inyan shemitá etzel Har Sinai“? – ¿Cuál es la asociación o conexión entre las leyes sabáticas y el Monte Sinaí? Primero, es para decirnos que no todo tiene por qué ser relevante; segundo, que no todo lo que parece irrelevante lo es realmente; y tercero, que lo que hoy es irrelevante puede ser el hecho más importante de la vida mañana. Esta lección también forma parte de la herencia del Sinaí. De hecho, sin ella todo lo demás está en peligro. Con ella, todo lo demás prevalecerá también, bimheira beyameinu, rápidamente en nuestros días.
Cuando estudiamos los textos bíblicos y talmúdicos debemos hacer prevalecer sobre la linealidad de las letras la proyección de las ideas que están detrás de las normas. La filosofía de las mitzvot, su razón de ser y su objetivo. Y permitir el sueño de aquellas fracciones que parecen intricadas, porque ya hemos aprendido duramente que no hay letra que no tenga significado ni profecía que no se pueda cumplir.
Así como pasamos en estos días tantas penurias, estamos seguros que podremos festejar lo que parece lejano e imposible.
Al igual que nuestros abuelos, cuando oyeron los preceptos que se cumplen en el territorio de Israel, sin que nadie de ellos la hubiera visto previamente, también nosotros presenciaremos la redención inminente.
Entonces nuestra boca se llenará de sonrisas
nuestra lengua de canciones
Los otros pueblos dirán
“El Señor ha hecho maravillas por ellos”.
[1] El año sabático –shemitá– literalmente “liberación”, también llamado sheviit, lit. “séptimo”, es el séptimo año del ciclo agrícola de siete años ordenado por la Torá en la Tierra de Israel. Durante shemitá, la tierra se deja en barbecho y toda actividad agrícola, incluyendo arar, plantar, podar y cosechar, está prohibida. Otras técnicas de cultivo (como regar, abonar, escardar, fumigar, podar y segar) sólo pueden realizarse como medida preventiva, no para mejorar el crecimiento de los árboles u otras plantas. Además, cualquier fruta o hierba que crezca por sí misma y que no se vigile se considera hefker (sin dueño) y puede ser recogida por cualquiera. También se aplican diversas leyes a la venta, el consumo y la eliminación de los productos de shemitá. También se remiten las deudas.
[2] Yehudá Amital (1924-2010) fue un rabino ortodoxo, Rosh Yeshivá de Yeshivat Har Etzion y miembro del gabinete israelí. Se le atribuye la creación del concepto de Yeshivá Hesder cuando tras escribir un ensayo sobre los aspectos religiosos y morales del servicio militar, ideó un programa para combinar el servicio militar y el estudio de la Torá.
[3] Yovel, año de Jubileo, es un concepto de la Torá. Se observa una vez cada 50 años y sigue siete ciclos de años sabáticos, que son períodos de siete años. Así, después de 49 años (7 ciclos de 7), el año 50 es el año Yovel. Durante el año Yovel, ocurren varios acontecimientos significativos: se supone que la tierra vuelve a sus propietarios originales, y cualquier tierra que se hubiera vendido durante los 49 años anteriores volvería a la familia que la poseía originalmente. Los siervos son liberados de la servidumbre. Se perdonan algunas deudas, lo que permite restablecer las relaciones financieras entre el pueblo. El año Yovel está marcado por el sonido del shofar (una trompeta de cuerno de carnero) en Yom Kipur, que señala la libertad en toda la tierra. Este año era también un recordatorio de que la tierra pertenece en última instancia a Dios, y las personas son meros administradores de ella.
[4] El Maharal (acrónimo hebreo de “Morenu harav Loew”, ‘Nuestro maestro, el rabino Loew’) fue un importante erudito talmúdico, místico, matemático, astrónomo y filósofo que, durante la mayor parte de su vida, ejerció como rabino principal en las ciudades de Mikulov, en Moravia, y Praga, en Bohemia.
[5] Norman Lamm (1927 – 2020) fue un rabino ortodoxo moderno, académico, académico, autor y líder de la comunidad judía. Fue discípulo del rabino Joseph B. Soloveitchik (uno de los eruditos modernos más influyentes de la ortodoxia), quien lo ordenó en el Seminario Teológico Rabino Isaac Eljanan, la escuela rabínica de la Yeshiva University en 1951.
[6] Un lecho (o cama) de Procusto es una norma arbitraria para la que se fuerza una conformidad exacta. Se aplica también a aquella falacia pseudocientífica en la que se tratan de deformar los datos de la realidad, para que se adapten a la hipótesis previa.
[7] Talmud de Jerusalén, Rosh Hashaná 3:5.
[8] De “tiempo” a “espacio”.
[9] Tikún Jatzot, es una oración que se recita después de medianoche como expresión de duelo y lamento por la destrucción del Templo de Jerusalén. Es popular entre los judíos sefardíes y jasídicos. Los sabios talmúdicos escribieron que todo judío debe llorar la destrucción del Templo. El origen del tiempo de medianoche para la oración y el estudio está en el Salmo 119:62, atribuido a David: “A medianoche me levantaré para darte gracias.” Se dice que David se conformaba con sólo “sesenta respiros de sueño” (Sucot 26b), y que se levantaba a rezar y estudiar la Torá a medianoche.
Foto de portada: Crédito:Imagesbybarbara
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