Ierushalaim 5784
El fenómeno del destierro como fuente de inspiración y ficción, nunca del todo reñida con la realidad, bien podría contribuir a entender el fenómeno “Ierushalaim” en el contexto del judaísmo. La ciudad existe en términos reales, pero existe sobre todo y para la mayoría en el imaginario judío colectivo.
Los papelitos garabateados que depositamos en el Muro de los Lamentos, en los cuales hemos aventurado nuestros desvelos, son sólo la sinécdoque de un universo y una historia de anhelo y esperanza que hemos escrito sobre esa ciudad desde la fundadora frase del Salmo 137: “Si te olvidare Jerusalém…”, asociada al primer exilio en 586 AEC.
Dos mil quinientos años más tarde una canción compuesta a pedido, y un poco a regañadientes, se transforma en una suerte de himno no oficial de Israel: “Ierushalaim shel Zahav”. Jerusalém la mítica estaba por entonces muy por fuera de lo concebible para el judío y el israelí promedio.
Se precisaron dos artistas (Naomi Shemer y Rivka Mijaeli) para introducir la próxima pero remota Ciudad Vieja, y se precisó una guerra (1967) para sumar la estrofa de la “unificación” (“volvimos a los pozos de agua, a la plaza y al mercado, y nuevamente bajamos al Mar Muerto por el camino de Jericó”). En seis días Israel no sólo cambió su historia para siempre; Jerusalém fue rescatada de la resignación y pasó a expresar un desbordante triunfalismo.
En contraste, y sobre la misma melodía, el paracaidista Meir Ariel, uno de los que entró en la Ciudad Vieja aquel día hace cincuenta y siete años, compuso “Ierushalaim Shel Barzel”, “Jerusalém de Hierro”: “Jerusalem de hierro, de plomo y oscuridad, ¿acaso no hemos liberado tus murallas?” dice el pegadizo estribillo. La canción de la Shemer es más mesiánica y la de Ariel es más realista. Ambas merecen, deben, escucharse.
Hoy se cumple un nuevo aniversario de lo que nosotros los judíos sionistas llamamos la “unificación” de Jerusalém. Aun con sus arbitrarias imperfecciones geográficas, la ciudad nunca ha estado tan unificada ni tan extendida como en esta época del llamado “3er Templo”.
Aun con las restricciones para judíos en la explanada de las mezquitas y para musulmanes en la explanada del Muro de los Lamentos, la ciudad es una continuidad casi fluida e ininterrumpida (el muro de Sharon que frenó la Intifada atraviesa y divide algunos barrios árabes, es un hecho irrefutable; desde Oct7 sabemos bien el valor de un muro).
Vista desde el Monte de los Olivos o desde el Paseo Haas en Kiriat Moriá, la superposición de arquitecturas genera un espejismo de unidad. Sólo caminando sus calles los contrastes se manifiestan casi groseramente, como para recordarnos que cada vereda tiene su historia intransferible. El judío de Mea Shearim poco tiene que ver con el de la Moshavá Guermanit.
Este año no estamos en junio en Ierushalaim como casi cada año. La tecnología permite que la Torá y la palabra de Dios, como predijera el profeta Isaías, lleguen a uno en forma casi simultánea. En nuestro caso, intervenida por los rabinos y académicos del Instituto Shalom Hartman. La tradición interpretativa (cito a David Hartman Z’L) seguramente aportará un poco de luz a las tinieblas oscurantistas de la hora. Sobre todo, esperemos que aporten consuelo.
Desde Montevideo estamos atentos a los signos y señales. Extrañaremos Jerusalém.
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