La torre de Marfil
Uno de los principales titulares de Radio Jai estos días hace referencia a la columna del periodista y analista Thomas Friedman en The New York Times sobre el peligro existencial de Israel y sus consejos al Presidente Biden en relación a Netanyahu, Sinwar, Gaza, y Arabia Saudita. Ni más, ni menos. Sin falsa modestia. El hombre parece “tenerla clara”, tan clara que puede preconizar a los gobernantes qué hacer o no hacer.
Lo hace desde su escritorio, seguramente en su casa (trabajo remoto): su torre de marfil.
Yo supe ser admirador y lector de Thomas Friedman en otras épocas, cuando era más fácil alinearse con Israel y sus causas, cuando la amenaza existencial era real y concreta (previo a junio de 1967 o pos octubre de 1973).
Hoy, lamentablemente, lo comprenden las generales de la ley del sujeto estadounidense progresista judío (en ese orden exacto) en su percepción de un Israel que no terminan de aceptar: un Israel “de Derechas”, como decía José Sacristán en aquella inolvidable película “Solos en la madrugada” (1978).
Si estos judíos se auto-denominan “sionistas”, no quiero ni pensar en aquellos que se auto-denominan “no-sionistas”. Entre estos últimos puedo nombrar al periodista Peter Beinart que aboga desde siempre por un estado bi-nacional (whatever that means) o intuyo al Senador por Vermont Bernie Sanders.
Pero, más directamente, conozco y me he cruzado con los estadounidenses “sionistas”, con la salvedad que entre ellos y yo “hay algo personal”: mientras que para uno Israel es parte de su identidad en mayor o menor grado, para ellos Israel es, como dijera alguien, “un proyecto interesante de observar”. Sí, desde la East Coast o la Bay Area de los EEUU. Así, resulta fascinante, pero remoto.
No creo que Friedman tenga hoy las credenciales para dar consejo a nadie; tiene su columna en un medio progresista y confesamente anti-israelí, si no antisemita, de los EEUU. Se lo ganó, no lo discuto. Eso no lo habilita a sostener que “Sinwar debe volver a gestionar Gaza por ahora” u otras barbaridades similares.
Quienes me siguen en esta columna o en mi blog tumeser.com saben sobradamente que no apoyo a Netanyahu y mucho menos a su actual gobierno de extrema derecha religiosa. No tengo nada que probar en ese sentido. “El Israel que conocíamos ha desaparecido” también para mí. Todavía lo busco cada vez que visito, aunque cada vez con más certeza de que va quedando muy poco. A duras penas, los paisajes geográficos y minorías del paisaje humano y humanista.
Pero Israel sigue siendo mío, nuestro. Adhiero al concepto de “lealtad” (neemanut) que escuché alguna vez de una prestigiosa académica. Es como un padre o un abuelo con quien ya no concordamos pero amamos y respetamos. Jamás se nos ocurriría ponerle como vecino a un enemigo confeso e inequívoco. Eso es lo que está planteando Thomas Friedman. Eso es lo que NO hará ningún presidente de lo EEUU. Porque la Casa es Blanca pero no es una torre de marfil; desde allí manejan el mundo, en la medida que China y Rusia se lo permiten.
A diferencia de Thomas Friedman, no sólo no sé cómo resolver la fatídica coyuntura en que está envuelto Israel; tampoco puedo imaginar hoy quién podría resolverla. Mis opciones van cayendo cada día como patitos en un tiro al blanco; lo cual favorece a Netanyahu y por ende a sus huestes.
Estamos viviendo una crisis histórica de la magnitud de la que vivimos en los siglos I y II EC. Sólo espero que la superemos y que, así como la tradición rabínica sostuvo el judaísmo casi dos milenios, una nueva tradición judía y sionista, un relato fundacional actualizado y que rescate valores en lugar de ideologías, nos permita avanzar otros dos milenios, esta vez con soberanía en nuestra tierra.
No sé quiénes articularán este nuevo discurso; somos muchos sumados en este esfuerzo, aunque todavía seamos una relativa minoría. Lo que sé con certeza es que Thomas Friedman ha perdido su voz en la causa de Israel y el pueblo judío. La ha perdido porque desde su torre de marfil no está amenazado de muerte.
Tal vez no aún, no en su vida o la de sus hijos o nietos. Los EEUU van en camino de ya no ser el lugar más seguro para los judíos. Por amenazado que esté, por obligado que se vea a la guerra, la ocupación, y la violencia, el lugar más seguro para los judíos siempre será Israel. A menos que el oscurantismos prevalezca, Israel decline en su poderío y potencia económica, y los judíos volvamos a la dispersión y la vulnerabilidad.
Las batallas, don Friedman, se dan desde dentro: sea Israel, sea la diáspora. Se pagan los precios. Desde la torre de marfil, todo es gratis. Incluso opinar.
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