El antisemitismo desde la torre Eiffel
No se trata de generalizar y poner a 68 millones de franceses en el mismo sitio. Sería insultante y fuera de lugar, además de falso, ya que Francia es una democracia. Pero sí, hay que tener memoria, histórica y reciente, y entender desde esa memoria y en una actualidad con violencia y hostilidad antisemita, por qué la comunidad judía de Francia de casi medio millón de personas, otra vez, no sólo siente que está en peligro, sino que efectivamente vive bajo el peligro.
Cuando a fines del siglo 19, el odio antisemita de una parte importante de la política francesa actuaba con impunidad, la condena que la historia recuerda como el caso Dreyfus no ocurrió por casualidad. Dreyfus fue condenado dos veces por traición acusado de entregar documentos a Alemania, a pesar de haberse probado que era inocente y de haberse hallado al culpable. Pero Dreyfus era judío, y por ser judío, le gritaba e insultaba esa parte de Francia antisemita cuando fue acusado y aunque la valentía del gran escritor Emilio Zola publicando su famoso “Yo acuso” para enfrentar una infame culpabilidad falsa, hizo mucho ruido, el antisemitismo prevaleció. Las reivindicaciones posteriores llegaron tarde. La grieta que marcaban los antisemitas no era nueva, y se repitió.
Una parte de Francia se entregó a Hitler, constituyó gobierno con base en Vichy al mando del execrable Mariscal Petain, y en 1942, fueron franceses los que llevaron a los judíos al velódromo, los hacinaron, los torturaron sin agua y sin comida y los entregaron a los nazis para que los llevaran a Auschwitz. Por supuesto que la Francia antinazi condenó a la de Vichy, por supuesto que Petain quedó sumergido en el barro de la historia, pero ya era muy tarde: del campo de concentración de Drancy salieron miles de judíos a la muerte, y de la redada de 1942 también. Entre 1941 y 1944, 65 mil judíos fueron deportados de Drancy. 61.000 a Auschwitz-Birkenau, y 4 mil al campo de exterminio de Sobibor.
Cambiemos de siglo. El 19 de marzo de 2012 se produjo un tiroteo en la escuela judía Ozar Tora de Toulouse. Un hombre con una cámara ajustada al pecho mató a cuatro personas: el Rabino Jonathan Sandler, de 30 años que impartía clases en el colegio, sus dos hijos, Gabriel de 4 años y Aryeh de 5, y la hija del director del colegio Myriam Monsonego de 7 años. La comunidad judía había terminado el siglo 20 con miedo y certezas de lo que el odio antisemita podía perpetrar. El nuevo siglo no cambió la ecuación.
El 7 de enero de 2015, empezó otra tragedia. Los hermanos Cherif y Said Kouachi mataron a 12 personas en la redacción de la revista de humor Charlie Hebdo. Creemos que todos lo recordamos, aunque fue hace 9 años. Dos días después, Amédy Coulibaly, vinculado con los otros terroristas islámicos, asesinó a una agente de la policía, hizo una toma de rehenes en un supermercado kosher, y allí asesinó a cuatro judíos.
El 4 de abril de 2017 de madrugada, Kobili Traoré, un joven musulmán de 27 años entró en la vivienda de su vecina, Sarah Halimi, una mujer judía de 65 años, en el barrio Belleville en París. La golpeó y la descuartizó, al grito de “Alá es grande” y “he matado a Satán”. Recién en 2021 hubo un fallo contra el asesino. Se certificó el carácter antisemita del crimen, pero por exámenes médicos se consideró que debía ser recluido en un hospital psiquiátrico. Gran parte de Francia y los partidos democráticos consideraron que el fallo era inadecuado, pero la comunidad judía seguía incrementando sus temores.
Un año después, en marzo de 2018, Mireille Knoll, una señora judía de 85 años fue atacada en su vivienda, recibió 11 puñaladas, la robaron y quemaron su vivienda, con ella adentro. Los jueces determinaron que fue un crimen de odio antisemita, condenaron a Yacine Mihoub a cadena perpetua y a un cómplice a 15 años por robo. Todo este ejercicio de memoria, confrontado con todos los hechos que han sucedido desde el siglo 19, por partir de algún punto histórico, nos resultan necesarios para llegar a la disyuntiva de la comunidad judía francesa, hoy, en tiempo de elecciones. Desde el 7 de octubre, Francia no ha sido excepción en el aumento del antisemitismo. La violencia, que los antecedentes demuestran, no es algo poco frecuente sino todo lo contrario. Se han sucedido desde profanaciones de cementerios a ataques a jóvenes estudiantes. Y así como la extrema derecha ha avanzado en Italia, Hungría, Alemania, etc., también eso ha sucedido en Francia.
Desde 1972, Jean Marie Le Pen fundó el Frente Nacional. Fue condenado seis veces por su delincuencial verborragia antisemita y su incitación al odio. Negador del Holocausto, sin duda, Petain hubiese estado orgulloso de él y quienes condenaron al capitán Dreyfus también. Le Pen dejó el partido en manos de su hija Marine La Pen en 2011 y en 2015, la hija lo expulsó del Frente Nacional porque pretendía mostrar una cara más civilizada y con más posibilidades de pelear por el poder. Por un tiempo pareció que seguía una quimera, pero ya hace unos años, las cifras del Frente Nacional comenzaron a crecer. En las elecciones del Parlamento europeo del mes pasado, la extrema derecha dio un salto numérico muy grande, y Marine Le Pen también. Fue tan así, que el presidente Macron decidió llamar a elecciones legislativas en Francia casi de inmediato, y la primera vuelta de estas (porque nadie alcanzó mayoría) se realizaron el domingo pasado y la segunda vuelta este domingo próximo. Le Pen llegó al 34%, la extrema izquierda quedó segunda y quienes apoyan al presidente Macron terceros.
Dror Ben Yemeni escribe en Yediot Aharonot que el dilema de la comunidad judía es enorme. ¿A quién le temen más, a la extrema derecha o a la izquierda que ha apoyado con descaro a Hamas? Una encuesta a estudiantes judíos franceses muestra que el 91% han sido víctimas de algún tipo de incidente antisemita en los últimos meses,7% víctimas de ataques violentos. Esa encuesta también muestra que hay más temor de la izquierda, y es entendible por lo que pasa hoy. Jean Luc Melenchón, el líder de ese sector y sus más cercanas figuras políticas no tienen un lenguaje diferente a Lula o Petro o Maduro.
El Gran Rabino de París Moshé Sebbag dijo enseguida de las elecciones de hace 4 días que los judíos no tienen futuro en Francia y declaró públicamente que les recomienda a los jóvenes que se vayan o a Israel o donde puedan sentirse más seguros. Como si estuvieran en 1940.
Entre los resultados de encuestas y las opiniones dentro de la comunidad, las alternativas son sombrías.
Aún cuando en los últimos años se hayan ido de Francia más de 50 mil judíos, hay, como ya expresamos, casi medio millón. Pero la realidad es tozuda. Quienes creen que el Frente Nacional es más democrático, ya saben que se equivocan. El actual presidente del partido, el eurodiputado Jordan Bardella, ha dejado en claro que el Frente Nacional sigue siendo un partido de ideas antisemitas: interrogado en televisión sobre las ideas negacionistas del Holocausto del fundador del partido, Bardella dijo no considerar que Jean-Marie Le Pen fuera antisemita. Melenchon, por su parte, se olvidó del 7 de octubre, de Hamas y del derecho de Israel a defenderse. Y Macron ha dicho que no importa con quien aliarse para impedir el acceso al poder de la extrema derecha.
Hace 80 años, algunos políticos, y no sólo en Francia, decían que había que unirse a Hitler para frenar al comunismo. Hoy, Macron, dice lo mismo al revés. No hay democracia con alianzas con extremistas. Siempre va a prevalecer el totalitarismo. El Gran Rabino Sebbag tiene razón. El pueblo judío debe estar donde hay democracia porque ya sabe qué sucede con los extremos de derecha e izquierda. Y eso es válido en Francia y en cualquier otro país.
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