Jukat: La educación y la palabra que moldea la roca
Por Seba Cabrera Koch
Comentario a Bamidbar – Números 19:1-22:1
En la porción de la Torá que nos convoca esta semana, nos encontramos con un incidente que a simple vista parece desconcertante. El pueblo hebreo está sediento y hace sentir su reclamo. Entonces, D-s le dice a Moshé que le hable a la roca y que de ella saldrá agua, pero él, impaciente y enojado, la golpea. Cuando comienza a fluir el agua, se le informa que ni él ni su hermano Aharón ingresarán a la Tierra Prometida.
¿Qué es lo que sucede aquí? ¿Son castigados por golpear la roca en vez de “hablarle”?
“Hablarle a la roca” deja de ser una metáfora cuando comprendemos nuestra incapacidad de dimensionar el alcance de nuestras palabras.
Porque el impacto de una sola palabra en el momento adecuado puede atravesar hasta la piedra más dura, dejando una influencia perdurable en cada uno de nosotros.
Esto nos deja una valiosa lección sobre la educación. Se dice que un día Akiva, un pastor analfabeto de 40 años de edad, vio en un manantial una roca que había sido moldeada por el agua que caía constantemente sobre ella. “Si el caer constante de las gotas de agua pueden perforar una roca dura”, pensó “entonces seguramente las palabras, con constancia y esfuerzo, podrán entrar en mi mente”. (Avot de Rabi Natan 6: 2).
Años más tarde, se convertiría en Rabi Akiva, llegando a contar con 24 mil alumnos, y siendo reconocido como uno de los Sabios del pueblo de Israel, inspirándonos hasta el día de hoy.
El ideal de educación judía ha permanecido constante por siglos, porque apuesta a sembrar ideas de forma racional y práctica, fomentando la pregunta más que la respuesta, estimulando la pluralidad en el debate y la riqueza en la diversidad de diferentes puntos de vista, trabajando generación tras generación para crear una mentalidad diferente. Educamos porque la supervivencia depende de ello.
Al igual que Moshé y la roca, morot y morim desafían la lógica enseñando a los niños a romper esquemas y así moldear su destino, enseñando que el legado más valioso que les dejamos es un mundo que los invita a ser descubierto por ellos mismos, para que puedan continuar mejorándolo.
Un moré, un maestro, más que un trasmisor de contenidos y conocimientos, es un líder que construye el futuro con los cimientos sólidos del esfuerzo, la paciencia y el trabajo constante.
Hoy, soy un papá que orgullosamente recorre los salones de la Kehilá donde mis hijos dejan sus primeras huellas, y me emociona observar las coloridas paredes de las kitot recubiertas con carteles y dibujos de Israel, trazos incipientes de sus primeras alef, bet, guimel… el patio reluce con flores y hortalizas sembradas por manos infantiles repletas de vida…
Nuestra Shule es el único lugar del mundo donde al finalizar el horario de clases, los ieladim no quieren irse, porque es su lugar, el que como Comunidad construimos para ellos, y que ellos lo hicieron propio.
Es ahí, cuando al vivenciar el pequeño gran milagro de ver a nuestros niños aprendiendo, entendemos que los frutos se verán tarde o temprano, todo se trata de insistir.
Igual que la gota que horada la roca.
Foto: iStock /Crédito: nobtis
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