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Esperando la guerra

Ricardo López Göttig

Por Ricardo López Göttig

Tras la muerte de Ismail Haniyeh se espera una respuesta iraní contra el Estado de Israel, que estaría coordinada en forma simultánea con el llamado “Eje de la resistencia”, formado por entidades terroristas como Hamas, Hezbollah y el movimiento Houthi, todas financiadas por ese régimen teocrático. Se sabe que ocurrirá en algún momento, pero no cuándo ni cómo. Y es que combatir contra el Estado de Israel se ha vuelto una rutina de Medio Oriente ya desde antes de la propia fundación del estado, incluso haciendo pogroms contra comunidades judías instaladas en otras partes de la región antes de que el Islam existiera. El combatir al “otro”, aunque sea el origen de las religiones abrahamicas, es un modo de legitimarse en la dinámica de Medio Oriente.

Samuel Huntington escribió hace ya más de dos décadas su libro “El choque de las civilizaciones”, en el que planteaba que en el escenario de la postguerra fría, al desvanecerse el mundo bipolar, ya no pesarían tanto los Estados nacionales como las civilizaciones. Y en ese texto, que tanta discusión generó y que conviene su nueva lectura, advirtió sobre las guerras de las líneas de fractura, aquellas fronteras en las que dos civilizaciones chocaban en sus intereses. El ejemplo vivo de aquellos tiempos, a fines de los años 90, eran Bosnia-Herzegovina (tras el fin de la guerra de la ex Yugoslavia), y el Cáucaso norte (guerra de Chechenia), pero también señalaba a futuro otros posibles conflictos. Más allá de que algunos de sus pronósticos resultaron fallidos y otros, inquietantemente, se van perfilando en el horizonte, sus observaciones resultan útiles como herramientas para el análisis de las relaciones internacionales en un mundo convulsionado y que se desliza rápidamente hacia un conflicto global.

Y en particular pone de relieve que para el mundo islámico todo conflicto con el Estado de Israel, en el que intervengan naciones del bloque occidental, es visto como una injerencia imperialista, antiislámica y con intención de destruir los cimientos de esa civilización. Es el discurso que han propagado los grupos jihadistas durante más de treinta años, y que habla de que más allá de la postura de algunos gobiernos árabes de acercamiento a Israel –Egipto, Jordania, los países del Golfo, Marruecos o Arabia Saudí-, la población sigue siendo hostil. El régimen teocrático iraní sabe de esa desconexión entre los gobiernos y la población en su percepción, y por ello continúa motoriza los grupos terroristas que atacan a Israel, buscando liderar de modo inequívoco al universo islámico, tan diverso en su composición, pero que se puede identificar en términos de civilización –entendida en términos de creencias, valores, forma de vida- con Hamas. Esto implica negar las evidencias, cerrarse ante los crímenes, justificar el horror.

El camino que queda es el de la disuasión frente a tal estado de la opinión, a sabiendas de que la paz auténtica y justa podrá venir con el correr de muchas décadas, pero no inmediata. Mientras tanto, es prepararse para la guerra, sin saber cuándo ni cómo, en esa línea de fractura.

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