Masacre jhadista en Burkina Faso

Por Ricardo López Göttig

La tan olvidada África fue escenario, una vez más, de un ataque jihadista que dejó unos doscientos muertos y aproximadamente trescientos heridos en Burkina Faso, uno de los países que forman parte de la convulsionada región del Sahel. En este caso, fue una de las ramas locales que se referencian con Al Qaeda, el llamado Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes, más conocido por sus siglas JNIM.

En Burkina Faso, al igual que en Mali y Níger, gobierna una junta militar que se ha aproximado a Rusia, rompiendo la alianza militar y económica con Francia, y es un país en el que también hay una fuerte presencia de la milicia del Grupo Wagner, hoy bajo la órbita del Ministerio de Defensa de Rusia. Esa milicia rusa se está transformando en un brazo armado de ultramar de Rusia y cambia su nombre por el de Afrika Korps, tal como se llamaron las fuerzas de la Alemania nazi durante la segunda guerra mundial.

Lejos de haber derrotado al jihadismo, estas tres juntas militares se muestran cada vez más incapaces de hacer frente a los grupos terroristas jihadistas en la región del Sahel, que además se están expandiendo hacia países limítrofes para intentar imponer un califato local. El Sahel es una larga franja que va desde el Atlántico hasta el Mar Rojo de inestabilidad política, pauperización, jihadismo, migraciones, violencia, desertización y destrucción de la forma de vida tradicional, que se está transformando en una amenaza para el norte y sur de África, Europa y Medio Oriente. Es terreno fértil para el crecimiento de varias corrientes jihadistas, que se referencian con Al Qaeda y el Estado Islámico, pasándose sus terroristas de un grupo a otro, pero con el denominador común de la violencia fundamentalista. El planeta se halla envuelto en una tormenta con varios frentes abiertos simultáneamente, en la que también participan actores no estatales con agenda propia que ganan terreno dentro de la confrontación global.