Un año de horror, bajo el asedio
Por Ricardo López Göttig
Se cumple un año del pogrom de Hamas en suelo israelí, y todavía hay un centenar de secuestrados de los que no sabemos si permanecen o no con vida. Un aniversario que no hubiésemos querido que existiera, sumamente triste y doloroso no sólo para el pueblo de Israel, sino también para la humanidad. Porque este atentado masivo, lejos de despertar una ola de indignación, inmediatamente fue negado por sectores de la intelectualidad, de los medios de opinión, de los campus académicos y de quienes influyen en la opinión pública en los países democráticos. El antisemitismo “políticamente correcto” bajo la denominación de “antisionismo” (corriente que nació durante la etapa del stalinismo tardío tras la segunda guerra mundial) ha calado hondo y es recibido y recitado de forma acrítica por quienes se supone –y se jactan de- que deberían ser los que cuentan con mejores instrumentos para la reflexión y mejor informados.
Claramente, algo falla y de modo grosero en la formación universitaria en Europa y América del Norte. Mientras tanto, la guerra que está librando el régimen teocrático de la República Islámica de Irán contra el Estado de Israel a través de sus proxies Hamas, Hezbollah y los Houthí, golpeando simultáneamente, provoca un gran desgaste en todos los terrenos. La teocracia de los Ayatollahs, desde sus inicios en 1979, dejó bien en claro que su guerra es contra el Occidente en general, porque le repugna toda forma de vida libre, espontánea, y que no se pliegue a sus dogmas estrechos. Con su retórica y financiamiento a grupos terroristas que atacan al Estado de Israel, intenta ganarse el apoyo de las masas de los países musulmanes. En las décadas anteriores, bajo el sueño del panarabismo que nutrió al nasserismo, los países árabes se empeñaron en fracasos bélicos frente a Israel porque buscaban ganar “medallas” como campeones en la región. Golpear a Israel, un estado nacional que tiene legitimidad histórica, política y jurídica para su existencia, se volvió una carrera demencial entre regímenes que pretendían ser líderes del mundo árabe, primero, y desde 1979 del universo islámico.
El antisemitismo actual, de nuevo cuño, no tiene mucha profundidad ni sustento. Tampoco pretende tenerlo, en una era más marcada por las sensaciones, el estado mayoritario de la opinión, el postureo de las modas y el posicionamiento para ganar “likes” en las redes. Supuestos “progresistas” muestran su apoyo a movimientos terroristas fundamentalistas y a un régimen ultrarreligioso que los ahorcaría sin miramientos. Nada importa la coherencia, sino la exhibición de la bandera palestina y repetir la consigna “desde el río hasta el mar”, aunque se ignoren las clases de historia y geografía más elementales.
Es, en suma, un aniversario luctuoso para Israel, para la comunidad judía, y para la humanidad, porque se ha naturalizado nuevamente el pogrom y el secuestro. Estamos retrocediendo cien años, lo que es muy grave porque ya sabemos en que desembocó el delirio antisemita y racista de los años 1930.
Entonces, como ahora, los líderes políticos y los sectores más influyentes buscaron poner paños fríos ante lo inevitable, en lugar de prepararse para el conflicto. Para el eje de las autocracias, el apaciguamiento es sinónimo de cobardía y debilidad. Hay que seguir alertando sobre los peligros inminentes de este presente para evitar a tiempo una nueva tormenta del mundo, enseñar las lecciones de la historia, insistir en que los secuestrados vuelvan a sus hogares y persistir en que el Estado de Israel tiene el derecho a existir y a defenderse de las agresiones. Una paz duradera y real será posible con la derrota de los movimientos terroristas y el fin de las dictaduras teocráticas que los promueven.
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