Cristales y vidas rotas
Hace un año Matías Bauso escribió en INFOBAE una columna en ocasión de conmemorarse los 85 años de La Noche de los Cristales Rotos. La historia que narra al principio de su recuento y análisis es muy significativa para abordar hoy la memoria del pogromo nazi cuando esta semana llegamos a 86 años de lo que constituyó el preludio de la Shoá.
En 2016, se murió el abuelo de la joven Elisheva Avital. Un hombre mayor que había combatido en la Segunda Guerra Mundial, y había participado del triunfo aliado sobre la Alemania nazi. Integró uno de los primeros batallones de las fuerzas norteamericanas en llegar a las ciudades alemanas. Pero ni ella ni su hermana ni su madre supieron mucho más. El hombre nunca quiso hablar sobre lo que sucedió en la guerra, sobre lo que había visto. Las tres mujeres fueron a desarmar la casa del abuelo.
Mientras ponían ropa en bolsas para donar, y atesoraban algún recuerdo Elisheva encontró un álbum de fotos. Intrigada, lo abrió: “Apenas vi las imágenes fue como si me quemaran las manos”.
En las primeras imágenes se ve el saqueo a casas de judíos la noche del 9 de noviembre de 1938, la “Noche de los Cristales Rotos”. Son hombres y mujeres en batas, pijamas, camisones; están despeinados, en su mirada hay perplejidad, algunos sangran. También se ven sus casas destruidas. Se ve a civiles, elegantemente vestidos, parados en primera fila, con una sonrisa amplia, satisfecha, divertida, disfrutando de la destrucción. Como si se tratara de un espectáculo.
Las siguientes imágenes conforman una secuencia. Nazis en una sinagoga derribando sus sillas y bancos, rompiendo lo que encuentran a su paso. En la segunda foto los soldados están tirando nafta sobre los asientos aterciopelados y en el suelo. La foto final es la del interior de la sinagoga ardiendo. Más adelante, encontrará una última postal del templo. Es de la mañana siguiente. Sólo queda el esqueleto del edificio, el fuego consumió el resto: restos y escombros chamuscados a cielo abierto, el techo también sucumbió. Se supo después que se trataba de la sinagoga de Fürth.
En otra se ve a los nazis saqueando los objetos valiosos del templo o cargando los libros sagrados y llevándolos para ser destruidos en otro lugar. En las páginas siguientes, Elisheva vio fotos de los negocios saqueados. Cajas y cajones amontonados, la mercadería robada y la poca que quedó, arruinada. Oficiales nazis rompiendo vidrieras con un palo o destrozando muebles interiores con una maza. En una de las imágenes, además de los nazis uniformados, se ve a civiles, mirando, sonriendo.
Elisheva lloraba mientras pasaba las páginas. Con cuidado sacó una e inspeccionó su reverso. Allí se encontró con un sello y una fecha. Los autores eran dos fotógrafos alemanes: Fritz Wolkenstörfer y Karl Neubauer. Algunas fueron tomadas en la ciudad de Fürth, otras en la de Nuremberg. Las imágenes muestran que estos fotógrafos hicieron su trabajo como un registro oficial, junto a soldados y oficiales, sin molestarlos, pero registrando lo que sucedía. Algún comandante creyó que debía dejar constancia de lo que sus hombres estaban haciendo con el afán de glorificación, para mostrar que habían cumplido las órdenes.
Todo preludió lo que sucedió después. Casi todas las sinagogas de Alemania quemadas, saqueadas, destruidas. Miles y miles de locales de toda índole vandalizados, saqueados, también destruidos. La historia señala que hubo 91 asesinatos de judíos porque nunca pudo precisar su número real (que seguramente fue 5 veces más), 30 mil judíos arrastrados e internados en Dachau. Este pogromo se veía venir desde que Hitler tomó el poder en 1933. Las bases para hacerlo estaban anidadas en el corazón y mente de la gente desde hacía decenas de años. Basta ver los rostros de los alemanes mirando como vejaban a sus vecinos judíos de toda la vida.
Pero hubo algo más, que fue esencial para las hordas del nazismo. Las sinagogas ardieron en silencio. Los aullidos de júbilo eran de los alemanes. La reacción ante el comienzo del fin fue el ominoso, repulsivo y reiterado silencio de los que en esa época eran las potencias (y que hoy no lo son, pero no se comportan muy distinto). Lo que Hitler ya había escrito en Mi Lucha en 1924 contra los judíos, en La Noche de los Cristales recibió el visto bueno universal.
Hace 13 meses la nación judía fue víctima de otro pogromo. No fue la noche de los cristales, fue el intento de cumplir con el objetivo de exterminar al pueblo judío que tiene marcado Irán y que al principio de estos 13 meses ejecutaron sus tentáculos terroristas con un odio que no se diferencia como tal al de los nazis hace 86 años. El 7 de octubre fue Hamas. Enseguida, Hezbollah comenzó su bombardeo diario al norte de Israel. Luego siguieron los tentáculos de los Ayatolas desde Yemen e Iraq.
Hasta que Irán decidió agredir a Israel también porque sus tentáculos están sufriendo las consecuencias del ejercicio del derecho a la defensa que está aplicando Israel.
Volvemos a recurrir a Bauso cuando menciona a la destacada novelista argentina Ariana Harwicz, quien justamente hace un año escribió: “¿Qué puede hacer la racionalidad frente a la pasión? Odiar al judío, como figura, como catarsis, como seguridad psíquica frente a la angustia, es una pasión que cohesiona y estructura la sociedad, que reagrupa, aunque suene grotesco, que une al pueblo”. Y sigue:” en las librerías, en cambio, como una suerte de contra-época o de época senil, están muy bien ubicados los libros sobre Bełżec, Sobibór, Treblinka, Auschwitz–Birkenau y Majdanek, los libros sobre poesía de deportación, se venden mucho los libros de Isaac Bashevis Singer, Saul Bellow, Philip Roth, Cynthia Ozick, las biopic sobre judíos deportados, las series sobre comunidades ortodoxas están en alza.
Hay largas colas en los museos para el voyerismo de los judíos en pijama rayado detrás de un alambre de púa o en montañas de huesos, pero un desprecio activo por el judío vivo, por la supervivencia del judío hoy”.
Recordar hoy La noche de los cristales rotos no es un ejercicio de memoria sobre un pasado que fue y se perdió, sino tener presente que el regodeo de los vecinos observando cómo se llevaban a sus vecinos judíos a Dachau en 1938 no es muy diferente a la barbarie de Antonio Guterres cuando el 24 de octubre del año pasado dijo en una reunión del Consejo de Seguridad que “es importante reconocer que los ataques de Hamas no sucedieron en el vacío ya que hay 56 años de ocupación israelí”. Ese 24 de octubre, Israel todavía estaba intentando recuperar tal siquiera pequeños restos de personas quemadas vivas para lograr un dificultoso ADN, pero permitir que sus familiares le pudiesen dar una sepultura. Ese 24 de octubre, todavía no se podía afirmar si habían sido 1.400 o más los asesinados por Hamas porque no quedaban evidencias físicas suficientes en ese momento para corroborarlo. Ese 24 de octubre no todas las familias sabían todos los nombres de los casi 250 secuestrados por Hamas y llevados a Gaza donde la gente en la calle los golpeaba y escupía mientras los arrastraban a túneles, casas de familias del Hamas y locales de la UNWRA, la agencia de la ONU al servicio de Hamas. Ese 24 de octubre, Israel había comenzado hacía muy poco a enfrentar la guerra desatada por Irán y sus brazos terroristas. Guterres pasó por alto que Israel se fue de Gaza en 2005 y todos sabemos cómo ha sido su rol en estos 13 meses acompañando todos los caminos que no tienen salida.
A 86 años de La noche de los cristales, la novelista Harwicz lo dice claro: hoy luchamos contra el afán político de dictaduras y otros gobiernos y partidos, para que nuestra supervivencia no sea posible. Con las ideas similares a las de ayer, 86 años no es mucho tiempo para querer convertir Mi Lucha en una fatwa. Aunque no puedan, igual sabemos que lo intentarán una y otra vez.
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