Del pogrom de noviembre de 1938 a los abusos antisemitas de hoy
Por Eduardo Kohn
En cinco días se cumplirán 83 años del pogrom nazi de noviembre de 1938, conocido como la Noche de los Cristales Rotos. ¿Fue un preludio del Holocausto? En cierta medida sí, ya que la violencia desatada en las ciudades y pueblos, grandes, medianos y pequeños, de Alemania y Austria, la quema y devastación de sinagogas, comercios, y viviendas de la población judía, así como la internación en Dachau, Buchenwald, Sachsenhausen de más de 30 mil judíos donde sufrieron muerte, torturas y castigos, les demostró a los nazis que tenían impunidad mundial para perseguir a los judíos. Pero el preludio tuvo otros adelantos que también fueron mostrando a los nazis que todo lo que hacían contra los judíos no tenía ninguna oposición ni dentro ni fuera de fronteras. Desde el boicot apenas subieron al poder, hasta la quita de todo derecho para tratar a los judíos de todas formas menos la humana.
Imre Kertesz, Premio Nobel de Literatura, que falleció hace cinco años, sobrevivió Auschwitz y Buchenwald. En los últimos reportajes que concedió dejó reflexiones de este mundo actual con el cual convivió casi 70 años después de sufrir a los nazis.
Preguntado sobre si el gen del nazismo pervive hoy en la humanidad, Kertesz respondió:” No digo que sistemas como el comunismo o el nazismo estén codificados en los genes. No es lo que quiero decir, pero lo cierto es que los sistemas existieron y a raíz de aquello la gente los lleva consigo. Se ha desarrollado un patrón, y ese patrón existe en las mentes de la gente. Puede ocurrir de nuevo porque ya existe un modelo, un patrón. Antes de la guerra, si a alguien se le hubiese ocurrido decir: vamos a construir un campo de exterminio de judíos, la gente habría pensado de esa persona que era un enfermo mental. Antes de la guerra, esas cosas no habrían sido posibles. Pero hoy sí, hoy puede ocurrir, porque existe un precedente. Quiero usar la palabra escándalo para lo que siento. Escándalo porque ocurrió en una cultura cristiana. Tanto el Holocausto como el nazismo ocurrieron en una cultura cristiana cuyos valores colapsaron. El que los valores se hubieran colapsado, como bien predijo Nietzsche hace tiempo, ¿es algo que ya viene predeterminado por la humanidad? Es mi planteo”.
Como lo sintió Kertesz, el pensamiento y el deseo de exterminio no quedó suspendido en el tiempo en 1945. En 1938, los nazis mostraron qué hacían dentro de un campo de concentración con los que ellos odiaban. Después, llegaron las fosas llenas de cadáveres, las cámaras de gas, los hornos crematorios. Más tarde, algunos juicios a pocos monstruos. Los otros monstruos y los perpetradores voluntarios siguieron sus vidas. Y más tarde aún llegaron los imitadores de los nazis en la guerra de los Balcanes y en varias dictaduras. Y hoy, ya no se disimula lo que predijo Kertesz. Irán puede decir que desea exterminar a Israel en plena Asamblea General de Naciones Unidas y quien preside la Asamblea le dirá “muchas gracias por sus palabras, Sr. presidente”. Así de simple, así de repugnante.
Sobre la Europa en la que estaba viviendo ya en este siglo, Kertesz declaró: «Los límites en nuestro mundo moderno, o postmoderno ya no transcurren entre las naciones o grupos étnicos, sino más bien entre ideologías y valores o entre la razón y el fanatismo. Aunque el sistema de valores ya no existe, existe si un sentimiento de carencia, una conciencia lejana de unidad, que a veces tiene la connotación desagradable de una obligación no cumplida por los pueblos. Esa es la conciencia de la realidad europea, y su ausencia puede crear muchas situaciones de peligro».
El choque entre la razón y el fanatismo no está delante de nosotros sólo en Europa, sino en todos los continentes. La pregunta hoy es saber si los totalitarismos seguirán aplastando democracias y convirtiéndose en los propietarios del hombre y su desarrollo. Jorge Semprún, el escritor español que sobrevivió a los nazis en Buchenwald, reflexionó en este siglo, antes de su muerte, con preocupación por la memoria y el presente. La memoria que hoy tenemos por el pogrom de noviembre de 1938, pero que muchos quieren borrar. Dijo Semprún: “Dentro de poco tiempo, cuando todos habremos muerto, nadie podrá intentar rememorar, para compartirlo, o lanzarlo en desafío al mundo, el recuerdo de una explanada de campo de concentración, donde se pasaba lista a las cinco de la mañana, a la hora en que se formaban los comandos de trabajo, en un alboroto ensordecedor, confuso, en que se mezclaban la música de circo de la orquesta y los aullidos de los suboficiales SS. Ya nadie podrá atreverse a describir lo que fueron las enfermerías de los campos, los barracones de inválidos; a intentar hacer comprender, a sugerir al menos, lo que fue el olor de los hornos crematorios, de aquellas nubes de impalpables cenizas sobre los campos de Polonia y de Alemania. Y, sin embargo, no hay recuerdo más emblemático, más profundo, que aquel hedor del crematorio, evanescente pero imborrable, indescriptible pero singular entre todos los olores posibles o imaginables”.
Semprún equivocó su pesimismo muy humano en un sobreviviente. Sí se recuerda, y sí aparecen delante de nuestros ojos los horrores nazis, en especial cuando hoy, el antisemitismo crece de parte de los que odian y de los que alientan al odio.
El viernes último, el presidente del Consejo de Derechos Humanos presentó su informe anual a todos los Estados miembros de la ONU. El embajador de Israel ante la ONU, Gilad Erdan, respondió al informe en un discurso en el que hizo pedazos una copia del mismo en el podio de la Asamblea General. Erdan dijo: “Desde la creación del Consejo, hace 15 años, ha decidido culpar y condenar a Israel, no 10 veces como a Irán, o 35 veces como a Siria. No, el Consejo ha atacado a Israel con 95 resoluciones. En comparación con las 142 contra todos los demás países juntos”. Al blanquear los ataques terroristas de Hamás y centrar tanto tiempo y energía en Israel, el sufrimiento de las víctimas pasa desapercibido. Igual que la resolución de 1975, que equiparaba el sionismo con el racismo, y era en sí misma una forma burda de racismo antijudío, que no tiene cabida en este organismo internacional, también el obsesivo sesgo antiisraelí del Consejo de DDHH, encarnado, una vez más, por este informe, no debería tener cabida en ningún organismo que se ocupe de los derechos humanos, la seguridad o la paz. Su único lugar es el basurero del antisemitismo, y así es exactamente como lo trataremos”.
Kertesz y otros sobrevivientes de la Shoá como Elie Wiesel o Primo Levi temieron por la capacidad del hombre no sólo de ser capaz de negar la barbarie cometida por los nazis, sino de intentar emularla. Ya sabemos que la negación está siempre militando y los asesinos, merodeando. Lo que a muchos les puede costar aceptar es que cuando hoy en día el Embajador Erdan tira un informe deleznable a lo que él llama el “basurero del antisemitismo”, nuestra memoria del pogrom de noviembre de 1938, salta 83 años y se convierte en una amenaza presente.
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